Arrancó LaLiga más extraña de nuestras vidas. No diré la que más porque es mejor no dar nada por sentado. Siempre ocurre lo mismo: piensas que esto es lo máximo, que ya lo has visto todo, y la realidad te golpea mientras te peinas. Quizás es que olvidamos rápidamente y no aprendemos del pasado, aunque muchas veces estemos conjugando nuestra vida en pretérito imperfecto: yo era, yo iba, yo estaba… En España, pese a la vileza de este maldito virus, continúa la sempiterna pelea entre los máximos organismos que rigen nuestro fútbol. Hay cosas que nunca cambian. El viernes debía jugarse el primer partido de una de las jornadas más bonitas del torneo, pero a falta de 48 horas para arrancar se tiró todo para atrás. Al final, estamos en un país que permitimos bromas en el Congreso sobre los acentos de cada uno en vez de hablar sobre lo que toca: nada más que una pandemia mundial. Los que nos dirigen en todos los ámbitos fueron, son y serán así.
Es evidente que el contexto actual, en el que algunos de los conjuntos no debutarán este fin de semana, le quita un punto de magia. Pero qué más da. Ya lo dijimos alguna vez por alguna de estas columnas: nos tiramos todo el verano fantaseando con este momento y ahora nadie lo estropeará. Basta con que veas en la playa a alguien peloteando con ahínco para abstraerte de la arena y el agua y cavilar sobre si este curso tu técnico debe jugar con falso nueve o con dos puntas. También para asegurarte que este año las aprobarás todas, estudiarás mucho y te verás todos los partidos de la competición. Mentira. Pero eso es el verano: ese tiempo mágico en el que las mentiras suenan tan bien, que te las llegas a creer. Benditos seamos.
Ya ha vuelto LaLiga y eso, ni aunque Rubiales y Tebas se lo planteen, no nos lo quita nadie. Deberemos, eso sí, estar un tiempo más sin poder oler la hierba, ni pedir la hora, ni blasfemar en las gradas, pero este es el momento que nos ha tocado vivir. Nuestros antepasados vivieron guerras, hambruna y pobreza. Toca ver el fútbol en casa con la mascarilla. Como diría una niña en su vuelta al cole: “Es mejor eso que morirse”. Escuchen a los niños. Siempre dicen la verdad.
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