Te alegras porque hace frío y tienes el edredón puesto. Los frioleros hemos aguantado días de calor para que un día llueva y tengan sentido las noches previas de asfixia. Esas son nuestras victorias en el confinamiento. Igual que una vuelta a los entrenamientos, como en la Premier League; parecido a un gol en Bielorrusia; o como una celebración con beso en Alemania, pese a que no se puedan tocar y luego se agarren en los saques de esquina. Así, con una fecha de caducidad que parece muy lejana, es el nuevo fútbol y así nuestra vida: una sucesión de domingos; algo que en algún momento pudo llegar a ser un sueño hasta que ha ocurrido ya que ese último día de la semana que se multiplica no tiene resacas, carruseles o viajes. Tan solo posee el don de la repetición. Sin descanso.
Jurgen Klopp ya ha asegurado que disputar encuentros sin gente es una vuelta a sus partidos de juvenil. Él está obligado a ver el vaso medio lleno para acabar una liga que merece desde el primer aliento, pero que debe completar para hacer historia. Bill Shankly ya lo aseguró hace años: «El fútbol no es cuestión de vida y muerte. Es mucho más que eso.» Seguramente no pueda estar más en desacuerdo con él pese a que, en estos días tan oscuros, tan fatales, hayamos tenido tiempo para pensar en la pelota. Aunque sea un poco. Siempre parece haber un pequeño resquicio para pensar en ella.
Los conjuntos ingleses de abajo, por su parte, ya han alzado las armas recalcando las opiniones de los expertos: no se debe jugar, piden; es muy peligroso. Sin embargo, para ello está una federación y un gobierno, que normalmente no van a la par, que deben buscar un punto intermedio en un lugar muy golpeado por esta crisis. La justicia deportiva es la máxima en un contexto tan inusual como este, pero tampoco es íntegro regalar nada sin disputar todos los encuentros. Escocia, que en tiempos pretéritos fue un ejemplo, ha finalizado la liga con campeón y con descensos sin proporcionar una última oportunidad a los que no han cumplido sus objetivos. Ya hay amenazas de demanda. Suceda lo que suceda las habrá.
Qué paradójico sigue siendo el balompié. Alguna vez, aunque no lo pensáramos realmente, hemos llegado a reclamar a nuestros dioses una crisis nuclear, lo que fuera, por evitar un descenso o por no ver a tu rival ganando algo. Incluso, fuera del fútbol, por obviar un suspenso cantado. Hoy quizás firmaríamos cualquier hazaña del enemigo por no convivir con campeones que amenazan a las matemáticas o con descensos sin una última pugna. Y, sobre todo, sin tener que visualizar esos paisajes desoladores que nos regalan esos campos de fútbol sin gente; explicándonos la razón por la cual vivimos en un domingo permanente, pero sin lo bueno de ellos. Como si la primavera, el verano, el otoño y el invierno dejaran de existir para que aconteciera siempre lo mismo, con exacta temperatura. Cuando logremos celebrar un triunfo o un gol podremos volver a ganar de verdad. Cuando la normalidad, la de siempre y sin eufemismos, vuelva.
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