Sostenerle la mirada a Marco Verratti (Italia, 5 de noviembre de 1992) no debe ser un ejercicio fácil de conseguir. A través de sus ojos, recubiertos de un azul oceánico, se vislumbra una inquietante calma, como la del típico niño bueno que, por dentro, sabe que en cualquier momento hará alguna diablura. Al menos, esto es lo que se aprecia por televisión y que, una vez echa el balón a rodar, nos da la razón. Porque Verratti juega al fútbol y lo hace, además, de maravilla.
El italiano no es jugador que imponga por su físico, pues apenas mide 1,65 metros. Sin embargo, en la era moderna esto del balompié ha querido demostrarnos que los bajitos tienen la suficiente calidad para jugar y convertirse, incluso, en los mejores del mundo en un momento determinado. No nos referimos a Messi, o solo al argentino. En España, los mejores ejemplos los representan, por ejemplo, Iniesta, Silva, ahora en Inglaterra, o Xavi.
El «sustituto natural» de Xavi Hernández
Precisamente, al menudo Verratti se le ha comparado con el ex jugador del Barça. Algo que puede parecer de todo menos tontería. Los catalanes, siempre según los medios de comunicación, se han interesado por él en más de una ocasión. »¿Quién será el sustituto de Xavi Hernández cuando se vaya?», se preguntaban. «Verrati es su sustituto natural», resumían. Los motivos para creerlo se cuentan con más dedos que los de una mano. Desde que «subió» al Pescara al Calcio y, sobre todo, desde que llegó a París en 2012, el fútbol de los equipos ha pasado por sus botas. Como Xavi. Qué casualidad.
Ya sea en el mediocentro o como interior, lo cierto es que a Verratti le gusta estar en la base de la jugada y sus equipos le requieren ahí. Rápido con los pies y de mente, se anticipa al rival. Es el jugador referente a la hora de sacar el balón jugado y su visión de juego, en corto y en largo, ofrece ventajas. Las crea y se las crea, porque sus constantes movimientos, sin perder el rigor táctico, le permiten abarcar muchos metros. Ante rivales de envergadura en la zona central del terreno de juego, lejos de sufrir, suele salir indemne. A Verratti también se le reconoce por su capacidad para guardar el balón de espaldas y, con un giro con el balón, superar al rival. Hasta en este movimiento, tan característico de Xavi Hernández –su «ruleta» particular-, el italiano recuerda a su homólogo catalán.
En el partido de Champions ante el Barcelona en París (4-0), esos en los que los jugadores se consagran en la élite, Verratti volvió a lucir. Y lo hizo en todas las fases del juego aunque, esta vez, quizá, lo tuvo más fácil. El jugador del PSG, cada vez que recibía el balón, estaba solo. Ni Iniesta ni Busquets, ambos sin el ritmo competitivo necesario, le taparon. Ante un descosido Barcelona, esperando a un Messi que no apareció, Verratti fue capaz de recibir solo desde su frontal del área, girarse y encontrarse sin oposición a su alrededor para empezar a crear juego. Y lo aprovechó. Con Rabiot -el pivote- y Matuidi exhibiendo un poderío físico envidiable y jugando entre líneas, Verratti, solo en el círculo central, repartió el balón como quiso. Y cuando Rabiot no decidió lanzarse al ataque, era el turno del italiano, que también con espacios -el hueco entre Piqué y Busquets fue grande y profundo, así como entre el medio y la MSN- conectó con Draxler y Di María, y fue letal. Suya es la asistencia, en la frontal del área, para el gol del alemán, el 2-0.
Su participación duró 68 minutos, momento en el que abandonó el terreno de juego con molestias musculares. En todo ese tiempo, además, también fue capaz de presionar y recuperar por bajo unos cuantos balones. Por alto es prácticamente imposible que los gane, pero a ras de césped también controla los tiempos a la hora de tirarse para rescatar su balón. Pequeño, ágil, pausado pero móvil, dotado técnica y tácticamente, con buen trato de balón, capacidad para ordenar a su equipo y saber asociarse. Verrati ve el fútbol de la misma manera que Xavi. Qué casualidad.
Verratti mira a la cara y podría conquistar desde su mirada, pero decidió hacerlo a través de los pies. El resultado es el mismo. Desde fuera, enamora.
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