En Nápoles el fútbol es mucho más que fútbol. Una religión de fervorosos creyentes. Ciudad, equipo y su gente: la Santísima Trinidad. Caótica, desordenada, rebelde, y, a la misma vez, poseedora de una belleza única. Una identidad apasionada, irónica y de costumbres arraigadas, donde el balompié juega un papel significativo. En Napoli, la mamma llama desde el balcón para que los niños dejen el balón y suban a cenar. Las camisetas tendidas danzan en el aire con el Vesubio de fondo. Su historia de amor con Maradona es infinita; la devoción por el Pibe de Oro se respirará eternamente en cada rincón.
Nápoles ha actuado hoy con discreción, sin alardes ni pavoneo, hasta la hora del partido. Porque en esta ciudad se vive con superstición. Dar el campeonato por hecho podría haber dado mala suerte. La ilusión y la confianza latía en cada corazón napoletano, en silencio. No se ha derramado aceite y todos han acariciado su cornetto.
La gloria le ha pedido al Napoli paciencia y trabajo, hasta el último suspiro. Y plegarias. A San Gennaro y también a San Pedro, que privó al Inter de atrapar el liderato en la penúltima jornada. Si no lo han hecho ya, poco tardarán en vender su estampita en sus míticas calles estrechas.
33 años tardó esta ciudad en volver a coronarse. Durante el transcurso de esa larga espera, nadie falló a su fe. Porque Nápoles puede presumir de fútbol sin necesidad de trofeos. Es algo sustancial. Hoy vuelve a temblar, de emoción. Italia ha vuelto a marcar un gol con el empeine de su bota. El sur le sonríe descaradamente al norte, Parthenope no se dejó intimidar por los intentos del Biscione.
Su cuarto Scudetto es una nueva epopeya, escrita, entre otros, por Antonio Conte y un nuevo ídolo llamado Scott Mc Tominay, que adora los tomates italianos. Aficionados vistiendo faldas escocesas y su efigie en una capilla. Simplemente, Nápoles. No busques más explicaciones.
Fútbol y vida, tejidos con un mismo hilo. Un equipo que no se entiende sin su ciudad, una ciudad que no se entiende sin su equipo. Si Nápoles no existiera, sería imposible crearla. Para entenderla, hay que sentirla. “Vedi Napoli e poi muori”.