La Nations League era una idea brillante hasta que la propia organización decidió reventarlo todo. Ocurrió que Alemania tenía que bajar de categoría y se salvó por un cambio en los estatutos, como cuando guardas la partida en el Football Manager y la vuelves a cargar hasta que ganas la Champions League con el Burgos. Trampas y más trampas. La posición de Kylian Mbappé, que se marchó con la sonrisa de oreja a oreja, quizás no sea culpa de dicho ordenamiento. Simplemente es una norma que se ha retorcido por los tipos que llevan traje y corbata y que nunca han rozado un balón de fútbol. El balompié desde la grada, os lo prometo, no tiene nada que ver a cuando tienes que pisar el césped.
La intención del torneo, por lo demás, tiene grandes maneras para acabar levantado del sofá a la gran mayoría de aficionados. Si es que no lo hace ya en algunos momentos. Qué maravilla poder reunir en cinco días a cuatro de las mejores naciones de Europa en busca de levantar un título que poco a poco debería ir ganando importancia. España mereció por fútbol llegar a una final que, como diría Enrique Ballester, se definió por el maldito Detalles, ese futbolista que nunca decepciona. Tras una primera parte repleta de brega y centrocampismo -volvió a sorprender el peleón Gavi– Oyarzabal y Benzema pactaron abrir la caja de pandora. A partir de ahí, la final cambió su rumbo.
Aquí rompo mi vale de “quedas libre de hablar de los árbitros”, como en el Monopoly. El que piense que el balompié son solo mapas de calor roza la fatuidad. El que cree que todo depende de la decisión del colegiado solo está para los memes. Este deporte es un compendio de muchas situaciones que cambian el sino de los encuentros. No todo es blanco o negro; no solo importa el 4-3-3 o que el árbitro no te pite un fuera de juego. A veces ambas cosas tienen peso en el resultado final, a veces una falta mal pitada o una amarilla cuando no tocaba trastoca la psique de un futbolista o de un entrenador en el alambre.
Por ello, es importante abrir el melón con el reglamento. Con la entrada del VAR nos hemos encontrado situaciones rídiculas: jugadores en fuera de juego por tener el brazo adelantado, fueras de juego posicionales por molestar al portero a cinco metros y rojas por pisar sin querer el talón de un rival. Cosas muy extrañas. Ojo, esto no es una crítica directa al videoarbitraje, pero sí es necesario no liar a los que están en el césped. Si convertimos este deporte en un campo de pruebas donde los científicos experimentan, perderá esa condición salvaje que siempre ha poseído. Si además en un partido se pita una cosa -como el ejemplo del Celta-Levante que prolifera en Twitter- y al día siguiente cambiamos el criterio, confundiremos a futbolistas y aficionados. Eric García nunca quiso jugar esa pelota. Evidentemente, Mbappé interfiere en la acción porque el catalán sabe que el francés está detrás de él. Querer encontrar otra explicación es retorcer un deporte que en gran parte debería ser sota, caballo y rey.
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