Estaba todo preparado en Mestalla. Como en la cena de Joffrey Baratheon. Una afición entregada, la familia Lim en el palco y un rival que invitaba al optimismo. Pero no pudo ser. El empate ante el Celta deja todo abierto para la última jornada y será Almería el marco que expondrá si el Valencia acaba su pintura en la próxima edición de la Champions. Al temple o con lípido untuoso. Suele ser gafe vestir todos de traje y pajarita, con canapés de salmón con ‘Philadelphia’ por todos los rincones y botellas a punto del descorche antes de lograr el objetivo. Y volvió a no ser una excepción. No hubo veneno pero acabó empachando.
Pero siempre hay diferentes fórmulas para encajar el golpe. Algunos son libres de desnudar las carencias del equipo y comenzar a señalar con el dedo. Pueden centrarse en arrear sin descanso a todo bicho viviente, amplificando su malestar con los que portan su remera. No va a ser la mía. Se está a tres días del partido más importante de la temporada, el que marcará todo un año de esfuerzo y trabajo, el que dilucidará si la extraordinaria campaña del equipo en Liga habrá servido o no de algo. Es momento de remar, de estar en proa y popa con las bufandas al viento deseando que el sábado se haga realidad el sueño que lleva el equipo tres años sin conquistar. Hay que dejar al margen las desavenencias y agrupar filas. El Valencia sigue dependiendo de sí mismo y, a pesar de visitar un rival que se juega la vida – el TAS aplazó su decisión hasta la semana próxima- se ha de ser consciente que los blanquinegros también se la juegan. Más la bolsa. Una inyección económica necesaria para seguir pagando recibos y que permita al proyecto Peter Lim afianzarse con mayor celeridad y presteza.
Es un partido. Son noventa minutos. El todo o nada. El ser o no ser en la próxima Liga de Campeones. El equipo necesita alianzas, el hálito y jaleo que ha notado durante toda la temporada, el estrecho lazo con los suyos. Si el Valencia gana en Almería dejará en borrón el partido ante los vigueses y podrá despreocuparse de los transistores. Cerca de 2.000 gargantas estarán en los Juegos Mediterráneos arrojando el mantón para abrigar a los suyos. Los sentidos han de estar solo en Almería, en asaltar territorio de ‘Pueblo Indalo’, en dejar la ceniza para los cigarros consumidos. Es momento de empujar a modo de parto. Así es más probable que el niño o la niña salga sano y salvo a eso de las 19.50 el sábado venidero. No habrá más oportunidades. Queda una bala y el gatillo no estará solapado por otro dedo que no sea el blanquinegro.
No estará Rodrigo por sanción ni André Gomes por lesión. Pero sí un grupo comandado por el Coronel General Otamendi. El oficial de más alta graduación. Su ‘banda’ está convencida del propósito, de lo que significan esos noventa minutos para todos. Y se sienten protegidos con su rugido. Siguen sus pasos desde el arranque como los trescientos espartanos a Leónidas. Y no les va a fallar. Ahora no. El valencianismo ha de ser una piña, el músculo principal para que los suyos sientan ese nervio a la hora de asestar el golpe definitivo. Si finalmente pintan bastos, ya habrá tiempo para culpables. Para descargar iras y hostilidades. Si ponemos en marcha el DeLorean y retrocedemos un año en el tiempo, se verá con exactitud en qué momento deportivo y económico se estaba y en cuál se habita en la actualidad. Perspectiva ante todo. Ahora, mi fórmula, es solo la coalición. La política valencianista ha de centrar sus miras en vencer los tres puntos y ganar las elecciones de la Champions. Esa inyección inducirá a perder el conocimiento por felicidad. El Valencia lo sigue teniendo ahí. Dejemos el “canguelo” para los que se ponen delante de un toro. Tots a Almería.