En 1978 la Copa del Mundo se celebró en Argentina. Desde el principio esta decisión fue bastante polémica debido a la situación que se vivía en el país. En este año Argentina vivía bajo el dominio de una dictadura militar comandada por el general Videla. Dicha etapa fue conocida como «el Proceso» y está considerado como el régimen dictatorial más sangriento de la historia del país: terrorismo de estado, violación de los derechos humanos y desapariciones de gente, muchos de ellos muertos en los llamados “vuelos de la muerte”, una forma de exterminio que consistía en lanzar a gente al mar desde aviones militares.
Por ello sorprendió enormemente que la FIFA les concediera el Mundial, e incluso su presidente, Joao Havelange, elogió al régimen de Videla. Esto no debería sorprendernos ya que son prácticas similares a las que ha hecho la FIFA con Qatar, un país en el que se violan los derechos humanos y al que se le ha concedido un Mundial a cambio de un puñado de dólares, demostrando que la corruptela de esta organización viene de lejos. Pocos protestaron contra esta situación, pero curiosamente una de las honrosas excepciones se vio en la propia argentina, donde Jorge Carrascosa renunció a la selección y a la capitanía por estar en contra del régimen.
En la oscarizada y brillante cinta argentina «El secreto de sus ojos» se dice una de las frases que mejor puede definir el sentimiento de los argentinos hacia el deporte rey: «El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar Benjamín. No puede cambiar de pasión». Y es que los argentinos, a pesar de los problemas que vivían y han vivido a lo largo de la historia, nunca han dejado de amar con fervor el fútbol, y aquel Mundial, a pesar del trasfondo político que tenía para lavar la imagen del régimen, también era una válvula de escape muy importante para un pueblo sometido.
Argentina realizó un buen torneo liderada por «El Matador» Kempes, pasó la primera fase de grupos en segundo lugar, y fue encuadrada con Brasil, Polonia y Perú en la segunda fase de grupos que decidiría el paso a la final. Tras empatar con Brasil y vencer a Polonia, Argentina se lo jugaría todo ante Perú, a la que tenía que vencer por 4 goles para alcanzar la final. Muchas son las historias que se han contado, dicen que Videla bajó al vestuario a presionar a los peruanos o que llegaron a acuerdos entre ambos gobiernos a cambio de la goleada argentina, pero nunca ha quedado demostrado nada, ganando Argentina 6-0 aquel partido y clasificándose para la final frente a Holanda.
Llegaba Argentina a una final 48 años después del Mundial de Uruguay en 1930, y Holanda por su parte disputaba su segunda final consecutiva, tras caer frente a otra anfitriona en Alemania 74. El partido fue entretenido e intenso y se tuvo que decidir en la prórroga, con un Kempes que pasaría a la historia marcando dos goles y dando otro, en un estadio Monumental abarrotado con un césped lleno de papelitos, un césped donde se va a producir una imagen que pasará a la historia del fútbol.
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A los doce años Victor Dell’Aquila se electrocutó y cayó desde 15 metros de altura, lo que provocó que perdiera los dos brazos. Pero fue su pasión la que le hizo salir adelante, y esa pasión era el fútbol. En 1978 él era uno de aquellos que llenaron el Monumental y que vibraron con el gol de Kempes, pero cuando el árbitro pitó el final salta al césped, donde se encuentra con un Tarantini y Fillol que caen rendidos al suelo y se abrazan; aparece Victor que los abraza, no con su brazos, sino con su alma, demostrando que el fútbol es un sentimiento, una pasión que está por encima de todo, de negocios y de políticos que lo quieren usar para sus fines, que puede hacer salir adelante a un niño en su peor momento o que podía hacer sonreír a un pueblo que estaba sufriendo. Esa es la grandeza del fútbol y aquella imagen fue la demostración de ello, la imagen del abrazo más importante de la historia, el abrazo del alma.