A veces, mis allegados -y no tan allegados- me dicen que estoy obsesionado con el fútbol. Que soy un friki. Que el fútbol sólo es un negocio. Que son “22 tíos en calzones detrás de un balón”. Que para qué gasto mi tiempo viendo eso. Que el cine, la música y el arte son campos mucho más productivos, y no se pueden comparar con una actividad donde se chuta una pelota y punto.
A ellos, a todos, les digo que no tienen ni la más remota idea. Sí, es posible que el fútbol sea una obsesión, pero ¿hay otra forma de amar este deporte? Puede que sea un friki, para qué nos vamos a engañar. A la mayoría de las ingentes cantidades de personas que disfrutan con el fútbol no se les pasaría por la cabeza ver un Bolivia-Ecuador a las once de la noche y un Chile-México a la una y media de la madrugada.
Sí, el fútbol mueve mucho dinero. Pero también mueve masas. Levanta pasiones en cada ciudad, en cada país, en cada continente. Y une culturas como no lo ha hecho ninguna otra actividad en la historia. ¿Que para qué gasto mi tiempo en esto? Porque un día decidí que viviría de mis pasiones, y no hay mayor pasión que este bendito deporte. Porque el fútbol no es cine, ni música, ni arte. Es mucho más que eso.
A ellos, a los escépticos, les diría que para enamorarse primero hay que ver. Y creo que no hay mejor forma de iniciarse que viendo esta Copa América. Es amor a primera vista. Es todo lo que deseas de un partido, por muy bajas que sean sus expectativas. Dicen que el fútbol sudamericano está a años luz del europeo, pero nos golean en entusiasmo. En sangre caliente. En morir con las botas puestas.
Si no, nadie podría explicar los dos espectáculos a los que asistimos anoche. Empezando por una selección, la boliviana, que llevaba 17 años sin ganar un partido de Copa América. 18 de sus 23 convocados militan en clubes de su liga local, y hace tan solo unos días, habían sido aplastados por Argentina (5-0). Para muchos, sus opciones de pasar a cuartos eran remotas. Pero a los 43 minutos, los de Mauricio Soria ganaban a Ecuador por 0-3 (Raldes, Smedberg y Martins), probablemente en la mejor primera parte de Bolivia en 50 años.
Pero como esta Copa América no da tregua en la emoción, Ecuador despertó a tiempo para brindarnos un final de infarto. Enner, que falló un penalti en la primera mitad, hizo el 1-3 nada más arrancar la segunda parte. A falta de diez minutos, Bolaños ajustaba el marcador con una folha seca espectacular. Y Noboa tuvo el empate en sus botas con un trallazo al larguero. El premio fue para una Bolivia que, inexplicablemente, sigue invicta y avanza con paso firme a la siguiente fase.
Si creíamos que la atracción se había acabado, es que todavía no nos hemos dado cuenta de la grandeza de este torneo. Anoche, en el Chile-México, disfrutamos de uno de los mejores partidos que he visto nunca. Tuvo goles, intensidad, desorden, grandes actuaciones individuales… y una pasión en el campo que hacía tiempo que no veía. El ritmo no decayó en 90 minutos. Fue frenético de principio a fin. Y no es que ninguno quisiera perder. Es que los dos querían ganar.
México -su equipo B, siempre hay que recordarlo-se puso dos veces por delante en la primera mitad. Vuoso y Raúl Jiménez -esta vez titular- evidenciaron los errores chilenos en defensa, también reflejados en su propia área: Vidal y Edu Vargas remataron a la red completamente solos. Al descanso, 2-2 con Chile empujando y México haciendo peligro en cada contraataque.
El fútbol en tres cuartos de los de Sampaoli fue, por momentos, brillante. Había tantos defensores mexicanos dentro del área que parecían cientos, pero Chile supo combinar con mucha velocidad, de la mano de un Valdivia simplemente soberbio. Llegó el 3-2 en un penalti que volvió a forzar y materializar Arturo Vidal, pero once minutos después replicó Vuoso en una mala salida de Bravo. Dos goles le anuló el árbitro a la anfitriona, cuál más polémico.
Aun así, Chile lo siguió intentando, y México siguió resistiendo y saliendo hacia arriba liderado por un Raúl Jiménez que mostró la versión que ningún rojiblanco pudo ver esta campaña. Al final, tras a una batalla épica, de las que ya no se ven, de dos equipos que no dieron balón por perdido, el resultado fue de 3-3. Chile se fue con un punto que sabe amargo. El mejor nivel de sus dos grandes estrellas -Vidal y Alexis- no fue suficiente para doblegar a una selección mexicana que aprovechó sus virtudes como nadie.
Ningún escritor podría escribir un guión como el de esta segunda jornada en el grupo A. Nadie podría componer una sinfonía capaz de despertar más sentidos y pasiones. Y ningún artista podrá pintar o esculpir semejante obra de arte. El fútbol, esta Copa América, nos dejó una noche para el recuerdo. Como tantas otras.
Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).
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