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Una historia de fútbol y de guerra

Poco o nada le debe el fútbol a la guerra, más bien al contrario. Debería bastar con recordar algunos destacados jugadores italianos que murieron ya en el frente durante la Gran Guerra: Luigi Ferraris, el nombre detrás de un estadio en Génova; Virgilio Fossati, capitán del Inter; o Felice Milano, ganador de cuatro scudetti con la mítica Pro Vercelli.

Pero los hay que afirman que un partido de fútbol es la simulación de una batalla. Quizá no estén demasiado equivocados a la vista de los sucesos ocurridos en el reciente amistoso entre Boca y River que se saldó con cinco expulsados. Se podría pensar entonces que, en última instancia, lo único que diferencia a un deporte de una guerra es la razón, la palabra. Sin embargo, para designar algunas características o acciones, el fútbol echa mano del léxico militar o bélico. Es la tan manida metáfora del fútbol como un combate. Utilizada por cronistas y locutores de todo el mundo, nos ha permitido conceptualizar diversos aspectos balompédicos en términos de algo que entendemos perfectamente, la lucha física. Así, podemos leer palabras como capocannoniere, squadra, disparo, misil, táctica, estrategia, fusilar, sentenciar, artillero…

 

Bruno Neri, el futbolista partisano

Lo cierto es que en una guerra se mata y se muere. En uno de sus versos, el poeta gallego Lois Pereiro dejó escrito que “en el amor como en la guerra nunca oímos el tiro que nos alcanza”. Bruno Neri, nacido en Faenza el 12 de octubre de 1910, tampoco pudo prever la bala que acabó con su vida. Fue disparada por un mauser alemán el 10 de julio de 1944 en las cercanías de la ermita de Gamogna, en la zona montañosa de Marradi, situada entre las regiones de la Romagna y la Toscana.

No sé si cambió de nombre un centenar de veces como canta Leonard Cohen en “The Partisan”, lo que sí se sabe es que en el momento de su muerte se hacía llamar Berni. Era el número dos del Batallón Ravenna, constituido pocos días antes por la ORI, la Organizzazione Resistenza Italiana. Junto al comandante Nico, alias de Vittorio Bellenghi, que había sido jugador profesional de baloncesto, intentaban contactar con la banda de Silvio Corbari, una especie de Robin Hood guerrillero. Por su parte, los alemanes, distribuidos a través de la Línea Gótica, trataban de construir una carretera desde Marradi a San Benedetto in Alpe para poder acceder a Monte Lavane.

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El fatal encuentro entre los dos bandos se produjo en una curva en el sendero que conduce al cementerio. Cuerpo a tierra, los partisanos fueron los primeros en apretar el gatillo de su sten y también los primeros en morir. Otra vez los acordes del cantautor canadiense en mi cabeza: he died without a whisper, he died without surprise. Vincenzo Lega, Comisario del Estado Mayor del Batallón Ravenna redactaría un informe en el que se afirma que los cuerpos de Berni y Nico habían sido mutilados con un arma blanca.

Mucho antes de que todo esto ocurriera, Bruno era un niño que, ajeno al mundo, iba todos los días con su hermano Gaetano al prado de San Domenico a darle patadas a cualquier objeto con apariencia de balón: una bola de hojas, papel prensado, latas, cajas vacías. Era el juego del calcio, que se convertía en un deporte muy popular en su Faenza natal. La violencia fascista ejercida por los camisas negras de Mussolini asediaba la ciudad, pero en los años 20 los hermanos Neri mantenían intacta su pasión por el fútbol. Debutan en el primer equipo del Club Atletico Faenza de la mano del húngaro “Bela” Balassa, que había sido jugador en el poderoso MTK de Budapest. Con tan solo 16 años, Bruno se gana un puesto como centrocampista titular y disputa el campeonato de segunda división, la actual Serie B. Ya nunca olvidaría las enseñanzas del entrenador danubiano: “los méritos de un jugador se miden por aquello que hace para sus compañeros, es decir, altruismo y no egoísmo”

Sus condiciones técnicas y sus progresos gustaron mucho a los observadores de la Fiorentina y en el verano de 1929 es traspasado al club viola a cambio de 10.000 liras, una cantidad exorbitada en aquella época. Bruno emprendería un viaje a través de los paisajes descritos por otro poeta maldito, Dino Campana, y quizá sintió como propios sus versos: la humosa tarde de verano/ desde el alto ventanal vierte claridad en la sombra/ y me deja en el corazón una seña ardiente.

Era la Fiore del marqués Ridolfi, un fascista della prima hora y descendiente de Lorenzo el Magnífico, ambicioso jerarca que quería la vuelta de su equipo a la primera categoría del fútbol italiano. Durante esta etapa comienzan los trabajos de construcción del nuevo estadio, que será inaugurado en el otoño de 1931 y llevará el nombre del fascista Giovanni Berta, arrojado al Arno por un obrero comunista. En Florencia se cantaba clandestinamente la siguiente estrofa para responder a los escuadristas: han matado a Giovanni Berta/ hijo de un “pescecane”/ bendito el comunista/ que le aplastó las manos. En el partido inaugural se tomaría una de las fotografías más famosas de Neri, en ella aparece con los brazos pegados al cuerpo mientras todos sus compañeros realizan el saludo romano. Hoy en día este estadio situado en Campo di Marte se conoce como Artemio Franchi.

neri

El ascenso llega el 14 de junio del 31 en un partido contra el Bari. Eran los mejores años de Bruno como futbolista y es convocado por primera vez por el seleccionador nacional, primero para la disputa de los juegos goliárdicos y luego para un partido con la Nazionale B. La Fiorentina, que cosecha un cuarto puesto, se convierte en el equipo revelación en su primera temporada en la máxima división. Neri era el auténtico motor de aquella formación y recibe otra vez la llamada de Pozzo, esta vez para vestir la maglia de la absoluta.

En su estancia en la ciudad toscana, hasta el verano de 1936, no solo floreció su fútbol sino que supuso un período de profunda importancia en la formación del joven Bruno. Se convierte en un apasionado del arte visitando museos y anticuarios, retoma los estudios y traba amistad con periodistas e intelectuales. No resulta difícil imaginárselo charlando sobre literatura con Montale o Papini en el Caffè delle Giubbe Rosse mientras toman la última copa y apuran un cigarrillo.

Con la Lucchese, el equipo de la ciudad de Lucca, jugaría una única temporada. Allí coincidirá con el portero “Gatto Magico” Olivieri, futuro campeón mundial, y con el que luego será su técnico en el Toro, el también magiar Ernest Erbstein. Bruno era feliz y con los ahorros del fútbol compra su segunda propiedad en Faenza y estrena un flamante Balilla Siluro rojo. Siguiendo los pasos de su entrenador, se muda de ciudad para asentar las bases de lo que posteriormente pasaría a la historia como el Grande Torino. La granata del club piamontés será para Neri, así como para Erbstein y para todos los chicos fallecidos en la tragedia de Superga, su última camiseta como futbolista profesional.

Massimo Novelli, autor del libro “Bruno Neri, il calciatore partigiano” sostiene que en el año 40, ya retirado, adquiere una fábrica en Milán. Es allí cuando, a través de su primo Virgilio, ligado a la izquierda italiana desde 1916, se aproxima al antifascismo militante. Pero el fútbol es el fútbol, un amor nunca olvidado, y con la guerra a las puertas, vuelve al Faenza para dar sus últimos coletazos como entrenador. A los jóvenes biancoazurri no solo les traslada sus conocimientos sobre el juego, sino toda una serie de valores democráticos.

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El postrero y más importante partido jugado por Neri ya lo conocéis. Hoy, en la fachada del número 22 de la faentina calle Garibaldi se puede leer una de esas placas conmemorativas que tanto abundan a lo largo del país transalpino:

 

Aquí ha nacido

BRUNO NERI

comandante partisano

caído en combate

en Gamogna el 10 de julio de 1944

después de haber destacado como atleta

en la competición deportiva

reveló primero en la clandestinidad

en la guerra después

magníficas virtudes de combatiente y guía

ejemplo y advertencia para las generaciones futuras.

 

Tras su muerte, el viento. The wind is blowing. Freedom soon will come. Then we’ll come from the shadows.

Ribadeo, 1988. Filólogo. Central old school y deportivista. El deporte antes que el espectáculo. El calcio, como la vida, se contruye a base de pequeñas historias.

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