El quince de abril del 2013 estaba llamado a ser un día de fiesta en la
ciudad de Boston. Como cada año miles de personas recorrían sus calles con
motivo de la maratón de la ciudad y otras tantas jaleaban a los participantes
desde las aceras o los balcones, creándose un ambiente único de alegría y
colorido.
Sin embargo, la barbarie convirtió aquel multitudinario evento en tragedia.
Martin Richard, Krystle M. Campbell y Lü Lingzi encontraron la muerte cerca de la línea de
meta y más de ciento cincuenta personas resultaron heridas al hacer explosión
dos artefactos de fabricación casera colocados por los hermanos Dzhojar y Tamerlán Tsarnáev. En su huida, además, ambos asesinaron al oficial
de policía Sean Collier.
Por todo ello se les persiguió durante varios días, falleciendo el primero
y siendo detenido el segundo tras una caza al hombre con pocos precedentes que
mantuvo en vilo a toda la ciudad estadounidense. Este afronta ahora la pena de
muerte por inyección letal como máximo castigo hacia esos actos.
Los atentados causaron una enorme conmoción toda vez que convirtió en
vulnerables a personas que durante algo más de cuarenta y dos kilómetros se
sentían invencibles fruto del esfuerzo y del trabajo llevado a cabo para
completar el recorrido. Debido a eso la cita atlética tornó en un referente de
la lucha en favor de la libertad, en un grito contra el terror. Una prueba con
un aura especial fruto de la emotividad.
Un lustro después, con el recuerdo de los fallecidos siempre presente, lo
deportivo ha sido además noticia confirmándose que hay algo de ‘mágico’ en una
carrera que no volverá a ser la misma desde entonces. El protagonista de la
historia, por motivos completamente distintos esta vez, ha sido el japonés Yuki Kawauchi.
En un cartel repleto de grandes nombres como Rupp, Lemu o Kirui (vigente campeón del mundo en Londres y que
llegaba a Boston para revalidar el título de la última edición); el del atleta
nipón pasaba desapercibido. Sin embargo, las condiciones climáticas adversas, con la intensa lluvia y el
viento como protagonistas, fueron más fuertes que los favoritos.
Borrados casi todos ellos del mapa y mermados en sus cualidades, uno a uno decían adiós a las opciones de victoria. No así Kawaguchi que acabó cruzando
la línea de llegada en primer lugar con un tiempo de 2:15:58, la peor marca de
un ganador desde el año 1973. Pareció importarle poco, sobre todo porque sólo
él sabe los esfuerzos que ha tenido que realizar para alcanzar un objetivo semejante.
En su caso, mayores que los del resto.
Mientras varios de los presentes tenían entrenador, patrocinadores y se
dedican en cuerpo y alma a su disciplina el japonés llegó a tierras
estadounidenses trabajando por su cuenta y dedicándole las horas libres que le
dejaba su labor como conserje de escuela en la localidad de Saitama. De hecho,
tras subir a lo más alto del podio, no le quedó más remedio que llamar para
pedir un día más de vacaciones debido a los compromisos derivados de su hazaña.
Eso no volverá a suceder. Los 150.000 dólares ingresados por su primer
lugar han sido el acicate suficiente para poder centrarse en su sueño sin
necesidad de buscar un sustento alternativo. Se acabó madrugar para
ejercitarse, no aceptar dinero de marcas por su actividad como funcionario,
sufragarse el material de su bolsillo. El llamado ‘corredor del pueblo’, que
tiene el récord mundial de maratones completadas en menos de dos horas y veinte
minutos con sesenta y nueve, ha decidido dar el paso definitivo. Esos últimos
metros que vivieron antaño el drama han sido los mismos que le han servido a él
para cambiar la mentalidad.
De vuelta en su país natal ya ha declarado que colgará el traje para
dedicarse en exclusiva a quemar el asfalto. La posibilidad de participar en los
Juegos Olímpicos de Tokyo 2020 parece real a juzgar por sus resultados
y supone un estímulo suficiente para cambiar de hábitos. Queda por ver si
este giro le permitirá mantener la pasión que siente por su deporte y el estilo
agresivo que le caracteriza, que le lleva a darlo todo hasta que las piernas
dicen basta.
Sea como sea, él mismo ha cincelado una figura que ya se ha ganado la
admiración de un mundo en el que el amateurismo es multitud y rara vez sueña
con alcanzar un triunfo final. El suyo es un ejemplo para aquellos que cada día
se visten de ‘runners’ y salen a quemar el asfalto. Y a ese relato
ha sumado un capítulo épico en una prueba vinculada al horror que desde
ahora también podrá rememorar en el futuro una bella gesta.
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