La mano de hierro con la que el Atleti ejerce de líder en LaLiga no es la misma que ha utilizado en la fase de grupos de una edición de Champions League que de momento se le ha hecho algo de bola a los de Simeone. Acostumbrados, salvo muy contadas ocasiones, a terminar como mínimo entre los ocho mejores del continente, los rojiblancos han ido dando una de cal y una de arena y se han tenido que jugar en una final adelantada ante el Salzburgo el pase a las rondas eliminatorias, donde sí se espera ver su mejor versión, esa de competirle de igual a igual a cada rival por mucho que no suela colgarse el cartel de favorito antes del pitido inicial. El miedo de una eliminación temprana, como en 2018, ha estado fuertemente sobrevolando durante todos estos meses, en una edición que ciertamente ha tenido similitudes a aquella, algo que habría supuesto un batacazo morrocotudo no solo en lo deportivo, pues el bolsillo se habría resentido al cambiar Champions League por Europa League en un año donde cada céntimo ganado es una fortuna.
Y es que a un Atlético aún dubitativo y que estaba macerando en todas las competiciones ese cambio de sistema le tocó medirse al Bayern de Múnich, vigente campeón, que en la primera jornada aplastó a los de Simeone con un contundente 4-0 que, paradojas de la vida, reforzó un poco el ideal colchonero. El Atleti jugó bien, hizo un partido más que serio, pero el equipo alemán demostró estar un escalón por encima del resto y aprovechando errores rojiblancos le endosó una goleada a un equipo al que tenía muchas ganas, y que les había doblegado en las últimas dos ocasiones en las que se habían enfrentado (una apeándole de la competición y en otra relegándole a la segunda plaza en fase de grupos).
Y en estas, el Atlético sí empezó a carburar en el torneo de la regularidad, a la par que recibía en casa a un Salzburgo desperezado, sin miedo, y que era quizás un fantasma de su equipo matriz, el Leipzig que venía de eliminar a los rojiblancos en Lisboa apenas unos meses antes. Otra vez, paradojas de la vida, o del fútbol, que para el caso, el Atlético venció un partido que nunca tuvo controlado. Un duelo en el que se pudo ir al descanso con la victoria asegurada en la mano y en cambio un minuto después de la reanudación iba por detrás en el marcador. En un ida y vuelta poco habitual en los partidos de los de Simeone, el Atlético tuvo más acierto que su enemigo y se hizo con tres puntos valiosísimos en la carrera por la clasificación frente al equipo con el que se iba a jugar el todo por el todo en la última jornada.
Llegó el doble duelo ante el Lokomotiv, la cenicienta del grupo, un rival al que los rojiblancos ya habían goleado en las dos últimas temporadas y 180 minutos donde se debería haber encauzado el pase a los octavos, pero los rusos se convirtieron en la sombra del Qarabag, obligando a los colchoneros a dar el máximo de ellos mismos en el tramo final del grupo. Porque si bien el Atlético fue altamente superior en ambos duelos, el Lokomotiv nunca se dobló. En Rusia, un penalti fortuito puso las tablas en el marcador de un Atlético que se había adelantado y que fue incapaz de mantener su ventaja y en Madrid, fue la actuación del meta rival la que privó al Atlético de los tres puntos y abrió un abanico de dudas (y para algunos, de pánico) pues quedaba jugarse la clasificación ante los dos más fuertes del grupo.
El Bayern parecía imbatible, o al menos así lo decían sus 16 partidos seguidos ganados en Europa, un argumento que no compró el Atlético, que venía un año antes de hacer un borrón en un Liverpool que asustaba tanto o más que los alemanes en el presente. Cierto es que el Bayern no presentó sus mejores galas en el Metropolitano (sin Lewandowski, Goretzka y Kimmich), como también que el Atlético bailó a los alemanes en juego, les encerró en su propio área y domino el partido sin mayor problema que el de no aumentar su ventaja en el marcador, algo que le acabó pasando factura cuando, otra vez de penalti, el rival frustró su victoria, obligándole a jugarse en una final el todo por el todo ante el Salzburgo.
No ganar al equipo más débil del grupo suponía tener que llevar la asignatura pendiente a septiembre, donde ya no había opción al fallo y quien ganara pasaba de ronda. Porque ante un equipo al que le gusta el vértigo los rojiblancos llegaron tímidos y conservadores. Allí donde el Salzburgo metía la cabeza, el Atlético no ponía el pie. Los locales apabullaron a los de Simeone en intensidad y algo más con la permisividad de un colegiado que sacó más amarillas por protestas que por entradas que en según qué campeonato habrían sido anaranjadas. Solo la mala puntería de los delanteros del Salzburgo permitió que un cabezazo (hombrazo, siendo más estrictos) de Hermoso abriera el marcador para un Atlético que volvía a sacar su gen competitivo cuando el rival le estaba superando. Recibiendo golpes hasta la saciedad sin besar el suelo para acabar soltando un derechazo, o dos, en el único segundo de respiro. Porque esa pólvora mojada que durante meses martilleó a los rojiblancos, secó y ardió anoche en Austria para que Carrasco, previa asistencia de un Correa que se está convirtiendo en uno de los mejores pasadores del continente (nadie da más asistencias que él en LaLiga), mandara al Atlético al segundo bombo en el sorteo de Nyom. Donde aguardan Manchester City, Liverpool, Chelsea, Borussia Dortmund, Juventus y PSG que les toque el gordo.
Imagen de cabecera: Adam Pretty/Getty Images
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