Manchester se vistió de gala. La esquina de Thomas Street y High Street, en el Northern Quarter, adorna ahora sus paredes con un precioso mural. En él aparece ese pelirrojo de cara colorada que se ha pasado una década repartiendo juego y acumulando todos esos trofeos que posan junto a él. Aquel verano de 2015 empezó una historia que nadie pudo vaticinar. 19 trofeos, 108 goles y 177 asistencias en 421 partidos con la camiseta citizen. Desde las calles hasta las gradas, anoche se despidió a un jugador irrepetible.
Tras diez años, el belga se ha bajado de un barco que tantas veces llevó a buen puerto. Bajo la dirección de Guardiola, De Bruyne se transformó en un futbolista total y el cerebro del equipo. Un centrocampista con una suma de capacidades que le hicieron diferencial. Su visión para descifrar el juego, la precisión de sus pases fantasiosos, su facilidad para asociarse y acompañar, su versatilidad para adaptarse a distintos roles, su habilidad para potenciar el rendimiento de sus compañeros. Disparo letal y afinado, pausa y aceleración, control y elegancia. Un genio creativo. Kevin de Bruyne lo tuvo todo.
El City publicaba un precioso tributo que repasa su viaje. Se escucha la voz de su técnico, entre lágrimas, tras lograr una Champions League que se resistió hasta en sus momentos de excelencia. We did it, Kev! Now we have it! Guardiola volvió a emocionarse anoche cuando el estadio homenajeaba a su jugador. Una conexión entre entrenador y futbolista que no necesita demasiadas palabras.
“Después de 10 años ya era hora de que alguien me dejara hablar”, dijo Kevin para ponerle humor a un momento tan emotivo. Recordando, probablemente, aquel episodio de 2017 en la Champions en que pedía enfurecido a David Silva y Fernandinho que le dejaran hablar con el árbitro. “Let me talk!”
Llegó un chaval y se marchó un hombre que pisó el césped del Etihad por última vez junto a la familia que ha construido en la ciudad. Todas las despedidas suelen partirnos el corazón, pero siempre dejan un recuerdo. La huella de Kevin de Bruyne es imborrable. Lo saben las calles de Manchester, lo saben las gradas, lo sabe el fútbol. Lo saben todos esos años en los que le vimos acariciar cada balón.