Pelé, una de las voces más respetadas en el fútbol internacional, dijo una vez que el penalti era “una manera cobarde de marcar gol”. Lanzar un penalti es todo un reto. Pone a prueba a dos mentes enfrentadas, que se marcan una batalla silenciosa en la que en pocas cruzan siquiera una palabra. Una guerra fría que se libra con una distancia de once metros y sin más arma que un balón. De héroe cobarde puedes pasar a villano valiente. Los adjetivos solo se intercambian en contadas excepciones en las que la belleza del disparo hace enmudecer a quien opina libremente desde el asiento de su sofá o de su tribuna. El que para tiene disculpa. Es difícil siempre parar una pena máxima: poca distancia, muchas opciones… Pero el que decide que lo tira se la juega y no hay excusas.
Juan Román Riquelme nació como el mayor de once hermanos. Sí, once. Y al ser el mayor se entendía que fuera el capitán también de ese equipo. Y así siguió toda su carrera. Humilde, creció entre potreros, acariciando el balón mientras le lastimaban las piernas, consciente de que era más importante el jueguito que la salud. Él no era un cobarde. El fútbol era todo. Fue gastando etapas como quien masca chicle. De buscarse la vida en el campo de La Carpita en Villa Libertad, Román pasó a Argentinos Juniors para aprender a jugar sin empedrado. El césped y el barro le dieron la mano, le acogieron como a uno más. Le cuidaron. Sabían que Román iba a cuidar del balón y que el suelo debía ser suave con ese artista. Pronto su cuerpo viajaría al barrio de ‘La Boca’. Su mente, “xeneize” desde que era muy niño, había viajado ya de antes y, en 1996, se enfundó la elástica profesional de Boca Juniors. Enganche brutal en lo técnico, su destreza era sobrenatural. Todos disfrutaban si Riquelme jugaba.
Esa calidad le llevó a Europa. A Barcelona y, después, a Vila-Real, un pequeño municipio de Castellón. Tras una cesión que convenció de sobra al equipo ‘groguet’, Riquelme pasó a ser propiedad del Villarreal CF. Tiempos felices. Justo un año después de ese traspaso, el balón esperaba en el punto de penalti de una de las porterías del Estadio de El Madrigal (hoy Estadio de La Cerámica). Riquelme no tenía dudas. En frente, Jens Lehmann, un gigante alemán con la camiseta del Arsenal inglés. Era 25 de abril del año 2006. En ese duelo, vuelta de semifinales de la Champions League, el Villarreal se la jugaba. Habían perdido en Londres, en el mítico Highbury, tras un solitario gol de Kolo Touré. El conjunto amarillo, con piezas como Tacchinardi, Sorín, Forlán, Senna o el propio Juan Román Riquelme, tenía la oportunidad de igualar la eliminatoria con esa oportunidad desde el punto fatídico en el último minuto reglamentario de los ciento ochenta que había tenido la eliminatoria. Clichy había derribado a José Mari dentro del área y el balón esperaba al encargado. Once metros entre el argentino y el teutón. Once metros entre el héroe o el villano.
Riquelme se retiró en enero de 2015, en Argentinos Juniors. En toda su carrera, desde el 96, disparó cuarenta y seis veces desde el punto de penalti. Solo falló ocho veces. Una de esas veces, fue en El Madrigal, con el estadio a rebosar, ante un gigante alemán, en plena disputa de una final europea. Riquelme nunca sería el villano valiente, porque nadie podría haber levantado la voz mejor que él para lanzar esa pena máxima. Ese disparo era suyo por derecho. Líder desde su nacimiento, el mayor de once hermanos, capitán en clubes de Argentina y de España, con la ‘10’ en la albiceleste, con el brazalete hasta casi su retirada. La definición de líder era la de Román. Es así como los grandes momentos, aunque tristes, forjan instantes inolvidables que resuenan en los muros de la memoria de quienes los vivieron. Y la ciudad de Villarreal, en Castellón, mira el cartel del partido ante el Arsenal, en este 2021 de estadios vacíos y cuentas pendientes, como quien mira a un viejo enemigo al que consumió el tiempo y las guerras pasajeras.
El Arsenal no es el mismo ni Highbury está ya en pie. De amarillo ya no se visten los Senna, Román o Forlán, pero vive de los recuerdos de quienes saborearon la posibilidad de ser finalistas en Europa. De quienes, con lágrimas en los ojos, juraron que volverían a sentir lo mismo. Si no ese año, otro. En 2021, año duro, Villarreal se reencuentra con la historia. Esta vez en la Europa League, esta vez en un partido de ida. Esta vez queriendo llevar la iniciativa. Sin pensar que los penaltis a veces no entran, pero con el fallo de Román, el Román ‘groguet’, muy presente. Villarreal suspira, de nuevo, en Europa. Al borde de una final que otra vez puede ser suya.
Se la debe el fútbol al Villarreal y, sobre todo a esos cobardes que, pinten bastos u oros, se atreven a cogerla, tomar aire y decir, dejándola a once metros de la portería: Tranquilos, que lo tiro yo.
Imagen de cabecera: ImagoImages
Valladolid, 1988. Social media. Periodismo por vocación y afición. Con el fútbol como vía para contar grandes historias. Apasionado del fútbol internacional y "vintage".
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