“Sé que llego tarde a la temporada, pero de todos modos seré el máximo goleador de la Serie B. Soy tan superior, que esto será para mí como un paseo. Marcaré más goles que nadie en toda la historia de la Liga. No sé cuál es, pero lo haré”. Las primeras palabras de Robert Raku Ponnick en su presentación como nuevo jugador del Castel di Sangro dejaban a las claras su alta autoestima, también traducida en bravuconería y actitud desafiante y chulesca. Era 21 de noviembre de 1996, la campaña ya había empezado y el equipo italiano había adquirido a una perla nigeriana de 24 años del Leicester City.
Pero el tipo fue más allá. “No vamos solo a salvarnos del descenso, sino que vamos a subir a Serie A. Y tengo que mandar un mensaje a toda la gente de este Castel no sé qué: si apreciáis a vuestras mujeres, no las dejéis salir de casa. Porque como estén buenas me las voy a follar. Me da igual quiénes sean, me trae sin cuidado que sean hijas de o mujeres de. Yo para marcar goles necesito chochitos y os aseguro que tengo la polla más grande de toda Italia. Así que preparaos mujeres. Ha llegado vuestro hombre mágico que os hará disfrutar dentro y fuera del campo”. El traductor del equipo, pues Ponnick solo hablaba un inglés perfecto sin acento, no sabía dónde meterse, apenas le llegaba la camisa al cuello y obviamente, no reprodujo ni una palabra en italiano de lo que había dicho. Mientras, un técnico de sonido que se olía que el asunto no iba bien trató de arrebatarle el micrófono del cuello de la camisa y se armó el taco cuando el delantero quiso discutirlo a puñetazos.
El Castel di Sangro era un equipo de un pueblo de 5000 habitantes que probaba por primera vez las mieles de la Serie B. Ascendiendo del fútbol amateur (desde la categoría más baja de la pirámide futbolística) y con una plantilla repleta de jugadores que lo más alto que habían jugado era en la quinta y sexta categoría del fútbol transalpino, la llegada de un ariete proveniente del lujoso Leicester inglés se antojaba para el equipo como si hubiera aterrizado el mismísimo Maradona. Cierto es que entonces, era difícil encontrar y rebuscar datos de tan pintoresco delantero, así como su cifra de goles o su edad real. Pero su llegada, que fue anunciada a bombo y platillo por los medios, se puso a gran altura en la escala de importancia del fútbol italiano. Tanto, que a su rueda de prensa, que fue emitida en directo por televisión (y cortada de manera fulminante cuando a Ponnick le intentaron arrebatar el micro y se le cruzaron los cables) le iba a seguir un partido amistoso que serviría de presentación contra un equipo de escasa entidad y de nivel no profesional del que nadie había oído hablar.
El partido, obviamente, es retransmitido en directo por Mediaset y la Rai. El estilo del nigeriano no era pulcro ni ordenado. Ponnick, espigado, alto y patizambo corría tras el balón como un pollo sin cabeza y a su arrogancia verbal le acompañó una actitud chulesca también con el balón. Tanto, que cuando su centrocampista recibió en la medular, él le empujó de manera brutal para tirarle al suelo y hacerse con la pelota. Nadie daba crédito. ¿Se puede amonestar a un jugador por cometer falta sobre un compañero? Aquel día supimos que sí. En un momento del partido, Ponnick se adentró al área y cuando iba a disputar el balón, cayó al suelo ante la atenta mirada del defensa que, a medio metro, apenas le había tocado aunque sí había metido la pierna. El colegiado señaló un extraño y absurdo penalti, pero muchos achacaron la actitud del trencilla a un simple equilibrio de la balanza, y es que el Castel di Sangro venía de ser cruelmente robado en uno de los partidos con decisiones más controvertidas que recuerdan los historiadores de fútbol.
Di Vincenzo, el líder natural de esa plantilla y hombre gol, un delantero con galones para este tipo de situaciones, se preparó para lanzar la pena máxima como solía acostumbrar. Pero llegó Ponnick, le robó el balón de malas maneras y quiso para él toda la gloria en el día de su puesta de largo. Y cuando ya había tomado carrerilla tras enseñarle a aquel guapo italiano quién mandaba en el campo… Se desvaneció.
Compañeros, rivales y médicos saltaron al campo a socorrerle. El portero rival fue el primero en llegar hasta el tipo que tenía a solo 11 metros. Cuando Ponnick vio la portería vacía, se levantó y chutó a placer para poco después festejar el tanto señalándose a sí mismo y dándose un baño de masas ante una grada atónita. El colegiado anuló el tanto y Ponnick se volvió loco. Se fue corriendo a por él pese a que sus compañeros trataron de frenarle. Cuando Altamura y D’Angelo le habían contenido, Ponnick sobrepasó todos los límites, si es que no lo había hecho ya. Escupió en la cara al primero. Éste se revolvió y tumbó a su nuevo compañero nigeriano de un gancho de derecha.
Cuando el nuevo fichaje se levantó, con ayuda de Jaconi, su técnico, el árbitro volvió a entrar en escena y le mostró la tarjeta roja. Pero al nigeriano pareció darle igual. Se marchó con paso chulesco y vago y se encaró con su afición, que le gritaba de todo mientras le caía una lluvia de objetos. “¡Eres una vergüenza, fuera de este club!”.
Y en ese mismo momento, todos los jugadores del club rival se juntaron en el medio del campo, se dieron la mano y empezaron a hacer reverencias como si de una función de teatro se hubiera tratado. Corriendo y desde el túnel de vestuario llegó Ponnick, que dio la mano a cada uno de ellos y se unió a la fila. Desde megafonía se pidió un fuerte aplauso para la compañía de teatro Guastafeste, propiedad de Mediaset, y su estrella, Robert Raku Ponnnick. El partido había sido un montaje, un truco publicitario para ganar dinero a costa de un nuevo programa televisivo de bromas de la cadena, una farsa de la que solo tenían conocimiento el árbitro, el presidente y el dueño del club. Los jugadores del Castel di Sangro habían sido informados de ello en la charla previa al partido y a la prensa le habían metido un gol por toda la escuadra. Todavía hoy, medios como La Repubblica llevan en su hemeroteca online la noticia de aquel fichaje.
Ni qué decir que la prensa le hizo la cruz al club tras haberle hecho perder el tiempo con una broma de mal gusto. Que a la afición no le hizo gracia que el club del milagro se prostituyera de aquella manera y tomara a esos fieles que seguían al club por toda Italia por idiotas. Del Castel di Sangro, de sus milagros y de sus historias ya hablaremos otro día. Cuando Robert Raku Ponnick no esté presente. Por si las moscas.
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