Suele
decirse que los amistosos internacionales sirven más para llenar los bolsillos
de los empresarios televisivos que para los técnicos de las selecciones y para
unos jugadores que, especialmente a días de jugar un acontecimiento tan
importante como la Copa del Mundo, acostumbran a bajar el pistón por miedo a
lesionarse. El entrenador de Croacia, Zlatko Dalic, empleó aquellos partidos
previos al Mundial para engañarnos, como bien le gusta a los preparadores de
todo combinado futbolístico mundial, y volvernos a enseñar que las guías precedentes
a este tipo de competiciones solo sirven para romper la cabeza a periodistas y
aficionados, como cuando intentas hacer un puzle inacabable. Y que encima, le
faltan piezas.
Los
ajedrezados proponían un 4-2-3-1 mudable a 4-3-3 con un elemento común: un
centrocampista defensivo. Brozovic o Badelj solían ser el sostén de los dos
jugadores con más nombre y peso de la selección: Modric y Rakitic. Sin embargo,
en el primer duelo frente a Nigeria, Dalic optó por un 4-4-2 con los centrocampistas
de Madrid y Barcelona como único doble pivote. Una disposición ciertamente
ofensiva a sabiendas de que Perisic y Rebic, dos atacantes, ocupaban las
bandas. El nivel del último, especialmente, fue sobresaliente. Tanto, que
merece un párrafo aparte.
Rebic,
que en sus inicios fue delantero, comprendió en todo momento lo que su escuadra
necesitaba. Llegaba de fuera a dentro para conectar con Kramaric y Mandzukic con
primeros toques muy precisos y dejando todo el carril para el lateral de de
turno. Fue, además, muy dinámico ya que cambió varias veces de perfil con
Perisic, por lo que los africanos tuvieron dificultades en las marcas desde el
inicio.
No
es la primera vez que un conjunto equilibra sus bandas con delanteros ya que,
por ejemplo, el propio Mandzukic juega en el flanco en la Juventus. Lo
sorprendente es que Dalic, en el primer choque del Mundial, decidiera que no
hubiera un sostén para unir su centro del campo con sus extremos y delantera. Optó
por un nexo fresco, nuevo y diferente. Y, otra vez, con un giro de los
acontecimientos del entrenador que nadie podía prever, como cuando ves una
estrella fugaz. El fútbol siempre tiene sorpresas escondidas.