Un día de primeros de junio de 2002, mi amigo Rubén me invitó a su casa para jugar al ordenador. El hecho fue insólito. Casi único. Primero, porque la casa de Rubén era de difícil acceso. Sus padres apenas nos dejaban subir y puedo contar con los dedos de una mano las veces que he estado ahí en 25 años de amistad. Segundo, porque a Rubén no le gustaban los videojuegos de fútbol, pero sus padres le habían conseguido el FIFA del Mundial 2002. Cuando ambos elegimos equipo para jugar, a Rubén, que había elegido jugar con la Brasil de Ronaldo, Rivaldo y Ronaldinho, le alucinó que yo me hubiera decantado por Senegal. Pero es que no era una cualquiera. Era la Senegal de El Hadji Diouf.
El Mundial 2002 apenas acababa de empezar y ya había el primer gran bombazo de los muchos que se darían. Que si Corea del Sur eliminando a España e Italia (de aquella manera), que si Turquía llegando a la lucha por las medallas contra una de las anfitrionas, que si Francia saliendo del torneo sin anotar un gol, que si la Senegal de Diouf… Era la primera vez que Los Leones de Teranga se clasificaban para una Copa del Mundo en los más de 40 años de existencia del combinado nacional y, sin duda, iban a dar una de las campanadas. Encuadrada en un grupo con Francia, vigente campeona, Dinamarca y Uruguay, puntuar o conseguir el primer gol en una Copa del Mundo se antojaba como un objetivo realista, pero los chicos de Bruno Metsu pusieron el continente asiático patas arriba.
Su carta de presentación era el subcampeonato en la Copa África jugado unos meses antes y su puesto en escena quiso dibujar un escenario precioso, enfrentando al equipo africano ante Francia, defensora del título, que contaba en su convocatoria con leyendas como Henry, Zidane, Trezeguet, Vieira, Thuram o Djorkaeff. Para mayor impacto, el duelo fue elegido como el partido inaugural, siendo este siempre uno de los más vistos en todo el mundo. Y ahí, El Hadji Diouf dejó su huella. Un león imparable.
Jugando arriba, en solitario, pero moviéndose por todo el frente de ataque con libertad, volvió loco a Desailly y sacó de quicio a Lebouef. Que si bajo a recibir, que si ahora tiro un desmarque, que si un taconazo, que si controlo y cambio de ritmo… Si su pegada futbolística no estaba llamando suficientemente la atención, él se encargó de hacerlo con su estética. Tinte rubio casi platino, número 11 gigante a la espalda, cadena de oro en el cuello y una codera en el antebrazo cual Allen Iverson sirvió para que se hablara todavía más de él y convenciera incluso a quien no tenía argumentos futbolísticos. Y en una de estas, llegó el gol. Corrió al espacio, controló el balón, superó con calidad en carrera a Leboeuf y puso el pase de la muerte para que Papa Bouba Diop marcara el único gol del partido. Unos minutos antes, había calcado la misma jugada, aunque sacando a bailar a Desailly y encontrando un remante bastante fallido del propio Diop, el que más le acompañaba arriba llegando desde segunda línea. El marcador ya no se movió más, aunque hubo un disparo a la madera por cada equipo, y el propio Diouf pudo haber marcado su primer gol del torneo si hubiera tenido algo más de fortuna en un par de ocasiones. No lo hizo, pero se marchó a casa con el MVP del partido inaugural. Ese día nació una leyenda.
Aquel duelo puso sobre el escenario a un chico del que muchos no sabían nada. Diouf tenía 21 años y en los últimos dos cursos había cuajado dos grandes temporadas con el Lens, metiendo 18 goles. En Francia, entonces, le llamaban ‘Asesino en serie sonriente’ porque antes de disparar se le dibujaba una sonrisa en la cara y los más interesados se enteraron de que se trataba de un futbolista díscolo, polémico, que pese a su juventud ya tenía un par de tachones en su currículum y que ningún entrenador parecía hacerle entrar en vereda. Solo unas horas después del partido, el futbolista anunció que se marchaba al Liverpool, que lo había comprado por unos 10 millones de euros, y el equipo francés al que pertenecía desmintió tal asunto, estirando el caso mes y medio más y posiblemente esperando embolsarse algo más de dinero en sus arcas después del destrozo que su ya en ese momento ex jugador estaba haciendo en Asia.
Diouf jugó como titular los cinco partidos de Senegal y disputó todos los minutos. No consiguió marcar, pero sí dio dos asistencias, ambas vitales, y fue el generador de todo el pánico que Senegal causó en sus rivales. El equipo africano pasó de ronda como segundo de grupo, tras empatar con Uruguay y con Dinamarca, y en el primer cruce eliminatorio se vio las caras con la Suecia de Henrik Larsson. El delantero del Celtic adelantó a los europeos, y entonces Diouf se puso a trabajar. De una jugada suya llegó el tanto del empate, obra de Diop, pero el linier lo anuló por fuera de juego. A simple vista parecía, pero hoy el VAR habría analizado si, milimétricamente, un hombro del defensa sueco no habilitaría el tobillo del ariete africano. Senegal no se desanimó y su estrella menos. Descarado, el ‘11’ tiró un cañito dentro del área, se marchó de su rival y fue después derribado por el defensa que venía a hacer la cobertura. El penalti, que parecía claro, no fue señalado. Ni así desistió y, minutos después, ganó un balón aéreo que le quedó fuera del área al centrocampista Camara, que puso las tablas en el marcador. Así acabaron los 90 minutos, en los que algún detalle más sucedió, siempre del repertorio de un Diouf que primero trató de emular La Mano de Dios (su remate se perdió de fondo y, de haber entrado, habría sido gol pues el árbitro no lo vio y señaló saque de puerta) y luego busco lanzar una falta al borde del área casi como si fuera un panenka. Suecia ponía en el campo a un jovencísimo Ibrahimovic, a la vez que intentaba sujetar a Diouf con coberturas dobles que no estaban resultando. A un minuto de finalizar el primer tiempo de la prórroga, Camara, que había marcado el primero, daba el pase a Senegal a los cuartos de final gracias a que su gol cerraba el partido debido a la antigua regla del Gol de Oro.
En cuartos de final esperaba Turquía y Senegal, debutante en un Mundial, podía lograr el pase a semifinales, algo que nunca había hecho ninguna selección africana. Pero ahí acabó el viaje de los Leones de Teranga. Diouf volvió a ser protagonista. Primero intentó una chilena, luego anotó, pero un fuera de juego previó le anuló el tanto. La libertad del ya jugador del Liverpool era tal que, pese a ser el delantero centro, sacaba él mismo de banda si había caído a uno de los dos costados a recibir y quería que se la devolvieran rápido para encarar. El partido se acercaba a su final sin goles y ahí se volvió precioso. En un escenario donde los equipos suelen llegar sin fuelle y con miedo a la derrota, ambas selecciones fueron a tumba abierta a por el partido y el ritmo se volvió vertiginoso. Se lo pudo llevar cualquiera, pero el 0-0 definitivo decretó que se resolviera todo en una prórroga donde, nada más comenzar, Turquía sacó el billete a semifinales.
Diouf acabó elegido en el XI ideal del torneo y fue nombrado séptimo Mejor Jugador del Mundial. Si ya venía de ser elegido Mejor Jugador de África el año anterior, en 2002 repitió premio y llegó al Liverpool, lo que le terminó convirtiendo definitivamente en un jugador reconocible de talla mundial. Su aterrizaje en Anfield fue soñado y, en la segunda jornada, el día que se vestía de Red por primera vez en casa, un doblete suyo ponía al Liverpool al frente de la Premier League. Houllier parecía encantado con ese león indomable que pronto iba a causar mil y un problemas. El senegalés jugó mucho, pero se repartió los minutos con Heskey y Milan Baros para acompañar a Owen en punta. Su rendimiento fue irregular y desde el primer día chocó con los dos pesos pesados del vestuario: Carragher y Gerrard.
“Eran intocables, pero yo los toqué”, afirmó. Si bien no formaron un trío de mejores amigos en su estancia en Anfield, cuando Gerrard y Carragher publicaron sus biografías y en ellas capitulaban las malas actuaciones del africano con la camiseta red, Diouf no se escondió y comenzó un cruce de declaraciones en prensa y redes sociales que se ha ido repitiendo a lo largo de los últimos años. La realidad es que Diouf defraudó. Jugó dos años en el Liverpool, pero solo fue capaz de meter seis goles. Su actitud sobre el césped y fuera de él también ensombreció su figura. Fue sancionado en varias ocasiones por escupir a aficionados rivales en la grada, pero también por hacerlo directamente contra el futbolista De Zeeuw. Eso sucedió estando ya en el Bolton, equipo al que llegó tras salir rebotado del Liverpool. Allí estuvo cuatro campañas, recuperando gran parte de su nivel, sobre todo en la primera. Después llegó al Sunderland. Allí coincidió con Anton Ferdinand. Un capítulo imperdible.
A los seis meses de llegar al Sunderland sorprendió que el equipo le vendiera al Blackburn. El motivo se supo más tarde, cuando lo reveló la prensa inglesa. Diouf y Ferdinand se habían enzarzado en el vestuario en una pelea dialéctica que se fue de las manos después de un partido contra el Fulham en el que el senegalés ni siquiera había jugado. Tuvieron que separarles, pero quedaron cuentas pendientes que quisieron solucionar un día después, en el centro de entrenamiento, cuando durante el desayuno el senegalés se fue a por el central con un cuchillo amenazando con apuñalarle. “Diouf estaba fuera de sí. Le sacó un cuchillo a Anton”, reveló Andy Reid, que acababa de llegar al equipo. 24 horas después, fue firmado por el Blackburn Rovers. Sam Allardyce, que le había dirigido tres años en el Bolton y en su día había asegurado que intentó muchas veces enviarle a un psicólogo deportivo pero que se había negado, confiaba en volver a sacar su máximo rendimiento. En ese 2008 Diouf estaba viviendo los momentos más locos de su carrera. Justo antes del incidente con Ferdinand, había anunciado su renuncia a la selección porque consideraba que las cosas no se estaban haciendo bien y se encontró con que la Federación se puso en su contra.
En Blackburn tuvo problemas al ser detenido conduciendo sin licencia, algo que ya le había sucedido en sus años en Francia. Después de Blackburn se marchó al Glasgow Rangers, y de ahí, su carrera bajó al segundo nivel buscando acomodo en equipos Championship. Pasó un año en Doncaster, para luego jugar dos cursos con el Leeds United antes de terminar su carrera en 2015 en un equipo de Malasia. Pero mientras jugaba en Doncaster sucedió algo. Estaba de fiesta una noche en Manchester cuando en el local apareció su viejo amigo Anton Ferdinand, entonces central del QPR. Cuenta el senegalés que le ignoró, y que eso fue lo que dolió a su ex compañero, que no dudó en ir al enfrentamiento. La pelea acabó con el senegalés detenido por desorden público, mientras que Anton Ferdinand solo fue interrogado, y un puñado más de personas también en comisaría, además de un hombre de 33 años, que no se sabe de qué parte estaba, en el hospital con cortes en el cuello y en la cara. Diouf llegó a afirmar que se había defendido con una botella de cristal rota.
En 2011, Diouf fue apartado de la selección e inhabilitado para jugar con el equipo nacional por cinco años, después de que la Federación de Senegal argumentara que el jugador se había negado a presentarse a una audiencia a la que se le había citado debido a unas declaraciones públicas en las que criticaba el organigrama del fútbol africano en general y senegalés en particular y denunciaba la corrupción que existía. 15 meses después, la decisión fue revocada y Diouf, que llevaba cuatro años sin vestir la camiseta por tiras y aflojas con la Federación, se acabó quedando fuera de la primera convocatoria oficial. Esto no le sentó bien y provocó unas nuevas críticas en las que denunciaba que no le citaban porque tenían miedo de tenerle tan cerca y enfrentarle. “Me tienen miedo”, admitiría literal. “En Europa las cosas son perfectas. Aquí no. Y no toleran que alguien con carácter como yo les diga que lo están haciendo mal”, seguía. “Se tienen que ir (los máximos responsables de la Federación) y si no se van, el que no quiere jugar y no jugará más con ellos soy yo”, acabó.
Diouf no volvió a ponerse nunca la camiseta de Senegal. Se retiró del fútbol en activo en 2015, tras un breve periplo por la Liga de Malasia, tras 13 años jugando en Inglaterra. Jamás se volvió a ver la gran versión del futbolista anárquico, pero efectivo, que reventó el Mundial 2002. Salvo chispazos contados, dejó más historias para el recuerdo en el aspecto extradeportivo que en lo que hacía con el balón en los pies. En 2004, la FIFA, en una lista elaborada por Pelé, le incluyó entre los 100 mejores futbolistas de la historia. Por su manera de jugar, por su extravagancia y por su forma de llamar la atención, caló a toda una generación de senegaleses que un día se ilusionó con la Copa del Mundo y provocó que los niños pequeños, entre los que estaba Sadio Mané, quisieran ser futbolistas. Senegal estará en Qatar. Allí, probablemente, veamos a Diouf, aunque ya no vestido de corto. Embajador de todas las categorías de la selección desde 2017, después de hacer las paces con la Federación, es confidente y consejero de Aliou Cissé, el seleccionador, que fue el capitán de aquella Senegal de 2002 y el artífice de la Copa África ganada en 2021. No serán los únicos, seguramente. “Somos más que un grupo. Somos hermanos”, decía Diouf hace unos años, en referencia al equipo de 2002. “Tenemos un grupo de WhatsApp y hablamos a diario, aunque lamentablemente alguno ya no está”, termina. Papa Bouba Diop, su mejor socio de ataque y máximo goleador senegalés de la cita, murió en 2020, a los 42 años, después de padecer ELA. Hace apenas unos meses, antes de que firmara por el Bayern Múnich, saltó la noticia de que Sadio Mané había vuelto al campo de lodo donde jugaba de pequeño para vestirse de corto. Allí jugó un partidillo con amigos. Futbolistas como Papiss Cissé o Mbaye Diagne se sumaron al evento. El Hadji Diouf no se lo quiso perder. Y sí, a sus 41 años, está para jugar.
Imagen de cabecera: @FifaWorldCup
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