Fue la pausa a un partido de vértigo, ante su bestia negra, es la viva imagen de la historia de Leo Messi, un suave toque para detener el tiempo, ausentarse de su entorno y amenazar al rival. Ese mismo toque con el exterior cambió el destino de los hombres, al menos de culés y gunners. Para empezar, Cech se quedó en fuera de juego, con cara de susto y fuera de plano, mientras vio como Leo hacia el 0-1. Era más difícil de lo que parece, sobre todo, ante la tranquilidad que transmite algo tan pequeño. Más tarde, un mal despeje de Mertesacker y un Flamini, recién entrado y con la mente en otra parte, provocaron el penalti previo al 0-2 definitivo.
El resultado engaña visto el partido, el mejor Arsenal de los últimos tiempos, combatió de tú a tú al Barça en un primer tiempo muy igualado, donde el conjunto de Luis Enrique no encontró portería. Sí lo hizo el Arsenal pero se topó ante un muy notable Ter Stegen quien intervino en varias ocasiones y siempre con nota. El Barcelona con once de gala -mismo que en Berlín- no fue aquel equipo al que nos tiene acostumbrado, ese que duerme el balón de lado a lado hasta buscar el hueco por donde hacer daño pero si fue el más práctico, el típico grande de Europa. Caimán ante cualquier situación. La virtud que le hace grande, capaz de dormir el balón cómo y cuándo quiera y la también capacidad de salir a la contra, volar en pocos toques y mantener intacta la efectividad constante.
El planteamiento de Wenger, esta vez, tuvo cierta lógica, presión arriba y repliegue rápido con 4-4-2 para poblar el centro del campo. Le funcionó durante algo más de una hora de partido. Hasta que el Barça robó, Iniesta abrió a banda y Neymar y Suárez desactivaron todo el sector derecho del Arsenal, Neymar en carrera ofreció a Messi el gol y antes de eso, vino la pausa, la misma que no encontró el Barça durante todo el partido. Mérito de Wenger y su Arsenal, mérito también del Barça, la de no morir ahogado y en vez de nadar para salir a flote, salir volando.