Mientras pensaba el título para este artículo me ha parecido cuanto menos llamativo darme cuenta de que en el año en el que las gradas se han quedado en silencio hemos tenido más sonidos que nunca. De eso han salido perjudicados varios jugadores y entrenadores a los que el bullicio de los estadios ya no pueden tapar sus palabras malsonantes, sus gritos o sus quejas. En mi caso, aunque echo profundamente de menos a la gente en los estadios y ser yo una de ellos, me ha servido para valorar cada sonido, palabra, bronca, discusión, etc. Estar mucho más atenta e incluso silenciar alguna narración para seguir con mucho más detenimiento el partido a través de las voces y los sonidos. Así que, silencio ha habido poco en los últimos 12 meses.
Hace unos años que los estadios de nuestra liga se llenaron de público por última vez. Un año que a mí me han parecido 10, por lo menos. Mi último partido sobre el verde fue el Espanyol – Atlético, empate a 1 en el RCDE. Quién me iba a decir a mí que aquel sería el último partido en el que podría estar a pie de campo y con la grada a mi espalda gritando sin parar. Eso también lo echo de menos. Después de la pandemia, aunque aprecié mucho más lo que decían los jugadores sobre el terreno de juego y los técnicos en los banquillos, era todo muy frío.
Hace unos días leía un artículo sobre los jugadores a los que les ha beneficiado o perjudicado jugar sin público. Como me recordó alguien que sabe mucho de esto, eso es subjetivo, claro. La falta o no de gol, por ejemplo, no depende (sólo) de si hay o no público en las gradas, evidentemente. Pero pienso que el factor campo ya no existe y que la afición sí es una parte importante de lo que pasa en un choque, también juega su partido. Ahora, jugar en casa o lejos de ella sólo perjudica por la cantidad de kilómetros que un equipo tiene que hacer, es decir, por el desplazamiento, pero por mucho que queramos creer en el aura o atmósfera que tienen los estadios, sin el calor de la gente no es lo mismo, es más, para mí no existe. Pero aun asumiendo que hay otras variables que afectan al rendimiento de un futbolista, quiero pensar que esta situación de vacío sí influye de alguna manera a los jugadores, para bien y para mal. Hay jugadores que se crecen ante el bullicio, la presión, la tensión o la adrenalina. Y a los que, sin todo esto, les falta motivación o inconscientemente están más relajados. Por ejemplo, en los penaltis. Hay quien prefiere tirarlos con gente (ya sea como local o visitante) o sin ella.
También ha pasado lo mismo con algunos entrenadores. Koeman, por ejemplo, más allá del ruido de las portadas y la sala de prensa, ha podido hacer y deshacer a su manera (mejor o peor, pero a su manera) sin escuchar el ruido literal de los pitos desde la grada y ahora las cosas no le han ido tan mal como pintaban. A Valverde le pasó y a Setién también, desde la grada pidieron su cabeza en varias ocasiones. Para Koeman, la situación es diferente. Es como esas cosas que sabes que están ahí, pero hasta que no las ves no existen… Seguro que Koeman sabe que en muchos momentos de la temporada le habrían pitado, pero como no ha pasado, es como si no existiera.
Hay equipos que son uno más cuando juegan en su estadio, en casa. Es tal el papel de la afición que les hace sumar puntos o incluso ganar partidos. Es el caso de Osasuna, Eibar o Cádiz, por poner algunos de los muchos ejemplos que hay tanto en Primera como en Segunda División.
Ahora, un año después de todo eso, me paro a pensar en qué peligroso es acostumbrarse a ciertas cosas. Ahora me parece extraño ver público en ciertos partidos de la NBA, o ver las gradas llenas en el Abierto de Australia. Primero porque me he acostumbrado a los asientos vacíos y segundo, porque veo tan lejano que vuelva la afición aquí en nuestra liga, que ni me lo planteo. Pero sí intento imaginar cómo será la vuelta, si habremos cambiado mucho o no, si la pandemia nos ha cambiado. Ojalá dentro de un año podamos volver a hablar del factor campo, de la presión y de la afición como jugador número 12.
Imagen de cabecera: Marc González Alomà/ImagoImages