Tres de la mañana. Verbena de verano cerca del pantano de Vilasouto. París de Noia con la ventanita del amor. Puro apoteosis. Enajenación colectiva y paseos a la oscura alameda para los primeros besos. Es el momento de refrescar el gaznate para que no decaiga el colocón. Se dibujan sonrisas gigantescas de camino a la barra metálica de un bar de quita y pon. En una esquina dos tipos apoyados buscando presa en el prado. En la otra un joven solitario, en su propia guerra, sin atisbo de coronar. En medio, te dispones a pedir, y de repente el lío. Golpetazo al metal, me giro a la izquierda y el cabrón corriendo con sonrisa de comodín. Me giro a la derecha, cubatas por los suelos, y los dos tipos se olvidan del safari para currarme de lo lindo.
Aquel que corre a lo lejos tras generar el caos es Correa, un Ángel a las tres de la mañana. Pura disrupción a la lógica, imprevisible e indemne a los males. No le paró el corazón, no le iba a parar la crítica. Un 10 que siempre le pone un 12 a todo lo que hace. Le colgaron el peso de la etiqueta de frágil, de indolente, de revulsivo y de inconcluso. Su respuesta, abrir las alas y volar.
Para jugar con el Cholo se necesita superar los dos metros en salto tijera y sacar cum laude en el servicio militar. Y sobre todo, alma. Correa tiene alma de pirómano en partidos vulgares. Se aburre de lo ortodoxo y guarda el mejor giro del fútbol cómo técnica demoledora. A pesar de los requerimientos tácticos sigue siendo el mejor de la plaza, del parque, aquel del baby fútbol. Enseña la pelota y la oculta como un trilero, siempre hace llegar tarde a los demás y su picardía genera discordias a su alrededor entre rivales que no aciertan a ver por dónde se va.
A día de hoy su rendimiento es máximo de titular. Y extraordinario cuando salta desde cocheras. Su empeño en banda, enganche o punta es supremo. Jugando su propio partido el partido mejora. Su lucha interna contagia e ilumina, enseñando en cada quiebro lo complicado que es esquivar lo que te tenía preparado el destino.
Ese codazo en la barra que no vimos venir es el caño en una esquina del Metropolitano. Esa carrera alejándose con una sonrisa malévola es su respuesta a los que le daban por perdedor. En pleno Atleti campeón, Correa es el Ángel a las tres de la mañana.
Imagen de cabecera: Denis Doyle/Getty Images