Fútbol

Todo es mentira

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Los horóscopos, el derecho internacional y el fútbol son unas malditas mentiras. Lo sabemos, pero fingimos aceptarlas porque nuestras vidas con ellas simulan menos vulgares. Para comprobarlo con las dos primeras sobra con ojear los periódicos. Para hacerlo con el fútbol basta con amarlo. Igual que ocurre con el cine, donde los estudios cuentan cada vez con mayores presupuestos para historias más endebles, en este deporte el envoltorio importa ya más que el contenido. El fútbol sin abalorios apenas se detecta ya fuera de los pequeños detalles, de guiños, como aquel del Ocho de Benedetti que para celebrar un gol sólo levantaba tímidamente un brazo, en Torres celebrando una Eurocopa con la bufanda del Atleti al cuello o en cada gesto de Puyol ejerciendo la capitanía.


Los jugadores

“Es un proyecto interesante”, “necesito jugar porque es año de mundial”  y “mamá, no he bebido lo que me ha sentado mal es la cena del chino”, son las tres mentiras más repetidas en cualquier rincón del mundo. Pretendemos encontrar en los futbolistas una identificación con sus clubs que por razones lógicas no tienen, y que se ven forzados a fingir. Porque los jugadores de fútbol, por alguna misteriosa razón, eligen su destino como cualquier otro trabajador: pensando en su salario. No hay más que comprobarlo en la cantidad de futbolistas que, en el momento óptimo de sus carreras, anteponen sueldos elevados al afecto de un club. Por eso cada vez que encuentras a uno de ellos en ligas como las de Ucrania, Qatar o China, da siempre la sensación de que para la elección del proyecto, al jugador le echó una mano un buen contable.

Los fichajes

Son un placebo, la metadona del fútbol. Utilizados por los clubs para ilusionar y por los medios para rellenar el espacio entre partidos. Cuanto más grande es el espacio, mayor es la mentira. Lo saben los periodistas, los clubs y hasta mi madre, que en los veraneos infantiles, cuando estábamos de vacaciones, compraba el ‘Marca’ para anestesiarnos mientras desayunaba. Doscientas palabras, una foto grande y un titular llamativo. Y la nada más absoluta rodeada de frases vacías y lugares comunes, para hablarnos de intenciones, avances, flecos o planes. Y así durante semanas o meses. Humo recogido en letras y encarcelado en tinta, acumulando frases como el estudiante que en un examen disfraza su desconocimiento con mil palabras. Ha llegado un punto en que hasta los análisis futbolísticos han quedado tan arrinconados como las corbatas en el armario de un carpintero.

La justicia

La fiebre por regularlo todo afecta a cualquier ámbito de la vida y el fútbol no ha quedado exento. A pesar de la cantidad de normativa existente, la FIFA, la UEFA o la International Board realizan cada año nuevas modificaciones, casi siempre nimias o irrisorias, como forzados a cumplir unos mínimos de productividad. El fuera de juego, los fichajes o el nudo de las cordoneras, tienen un nuevo reglamento cada año, aunque muchos de ellos sean superfluos. De seguir así, no es descartable que en breve hasta se impongan aranceles al intercambio de cromos en los patios de los colegios. El juego en sí mismo, evoluciona con los años en un deporte de menor contacto, hasta casi restringirse cualquier roce. El VAR ha ahondado en ello, hasta tornar en faltas sancionables contactos que apenas requerirían de una leve mirada de disculpa en la cola de Mercadona. Otra maldita mentira la encontramos en los que acuden al fútbol buscando justicia, en los que esperan que este deporte devuelva en otra ocasión lo que en alguna te quitó. Obviando que encontrar justicia en el fútbol es tan sencillo como encontrar cariño en la consulta del urólogo.

El estilo

Con el estilo como coartada se han justificado casi tantos desastres como con el alcohol. Una mentira más, que se ha estandarizado con el tikitaka y el juego de posesión, hasta hacer pasar casi por clandestino cualquier otro modo de juego. El contrataque y la defensa parecen géneros que sólo tendrían ya cabida en el Festival de Sundance. Los éxitos de Guardiola y la selección Española fueron el pretexto para arrinconar cualquier otro modo de juego. Una tragedia para los que gustan de jugar al contraataque hasta a las chapas. Bajo este paraguas han encontrado su bula muchos jugadores con el título de jugones, trampantojos de futbolistas que resquebrajan el juego colectivo. Resultones en los highlight pero que tomando decisiones acaban desgastando tu confianza, tu paciencia y las reservas de tabaco. Cuentan incluso, que un importante directivo, tras traspasar a uno de estos jugadores a un equipo alemán por una ingente cantidad de dinero, estuvo durante años temiendo que le llegase una denuncia por estafa.

Odio eterno al fútbol moderno

Mentira de nuevo cuño, casi sin desgastar. Repetida por los que añoran un fútbol, que nunca existió, en el que los jugadores no se movían por dinero, no fingían las faltas y en los palcos no se acumulaban ambiciones, egos y falta de escrúpulos. La añoranza de un fútbol irreal que ahora queda resultona como postureo para tertulias y perfiles de Twitter. Una mentira que también esgrimen los que se quejan de con la nueva normalidad y los estadios vacíos, se está alejando el fútbol de los espectadores, de sus legítimos propietarios. Como si no hiciese ya muchos años que las televisiones y sus intereses tomaron el control de este deporte.

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