Tic, tac, tic, tac… Hemos iniciado ya la cuenta atrás y el cronómetro resta horas, minutos y segundos para que el balón eche a rodar en el estadio Gamla Ullevi de Göteborg. Por fortuna, el Barça ya sabe lo que es disputar una final de la máxima competición continental, pero en esta se respira un ambiente completamente diferente a la de 2019. Hablo por mí, pero estoy convencido de que a la mayoría de aficionados azulgranas les sucede lo mismo. Hace dos años, ante el todopoderoso Olympique de Lyon, éramos todos conscientes de que aquella no era una final equilibrada. El FC Barcelona merecía estar en ella, pero el rival que tenía enfrente le superaba en calidad individual, potencia física y sobre todo en experiencia en ese tipo de citas.
Aquel 4-1 no restó ni un ápice de mérito a lo que había logrado el conjunto de Lluís Cortés. Pero confirmó lo que muchos creíamos una realidad: el Barça todavía no estaba preparado para tocar el cielo. Al incontestable Rey de Europa le bastaron 30 minutos para dejar la final sentenciada, con un 4-0 que le permitió bajar el ritmo y no provocar una sangría mayor el resto del encuentro. Pero como siempre se suele decir en el mundo del deporte, hasta de las derrotas se aprende. El cuadro culé entendió que el gran mérito de aquella edición había sido alcanzar la final, y que tocaba seguir trabajando y evolucionando para tener mayores posibilidades de éxito en una nueva tentativa.
Esa nueva oportunidad tiene fecha, hora y lugar. Y ha llegado tan solo 730 días después de la primera. Dos años no parecen un gran espacio de tiempo, pero a nivel deportivo es más que suficiente para pulir cosas, sobre todo si tu anterior versión ya era brillante. A diferencia de lo que sucedió en Budapest, el FC Barcelona llega a la cita ante el Chelsea como un rival temible, una apisonadora que obtiene victorias incontestables a través de un juego tan atractivo como efectivo. El conjunto inglés tiene motivos de sobra para estar preocupado, y esa es una sensación que, según mi humilde opinión, no experimentó el Lyon en 2019.
La principal diferencia entre el Barça de Budapest y el de Göteborg es su trayectoria en la Primera Iberdrola. Aquel conjunto que se medía al Olympique de Lyon no había sido capaz de ganar la liga de su país. Algo que le hacía perder algo de credibilidad a la hora de hacernos creer que podía plantarle cara a un rival que no tenía defectos, que no parecía humano. Este año es distinto. Las futbolistas de Lluís Cortés han demostrado en liga una superioridad aplastante, adjetivo que incluso diría que se queda corto. El FC Barcelona se presentará sobre el césped del Gamla Ullevi como campeón de una competición doméstica en la que no conoce la derrota, ni tan siquiera el empate. Y que en Europa ha sido mejor que todos los rivales a los que se ha enfrentado.
Puede que la Champions viaje por primera vez a la Ciudad Condal. También puede tomar dirección Londres. Esto que no parece ninguna ventaja es un factor muy importante para una plantilla azulgrana que, a diferencia de 2019, entiende que tiene posibilidades reales de reinar en el continente. Los nervios pueden hacer acto de presencia sobre el césped, y en algunos instantes del juego puede que la inseguridad también, al fin y al cabo estás jugando el partido más importante de tu carrera deportiva, pero el Barça se siente más fuerte que nunca. Táctica y físicamente es un bloque extremadamente trabajado, pero quizás su mayor crecimiento lo ha experimentado en el plano psicológico. Ahí es donde a día de hoy, las futbolistas han madurado de manera excepcional hasta llegar a estar listas para reinar en el continente.
El FC Barcelona ha crecido y crecido en los últimos años. Tanto, que nunca ha estado tan cerca de lo más alto. De la mano de Lluís Cortés y su cuerpo técnico el equipo ha terminado de subir los peldaños que lo separaban de la excelencia. Y atrás quedan numerosas decepciones que, como no podía ser de otra manera, han servido de aprendizaje. Decepciones en forma de ligas perdidas, de Copas de la Reina que se escapaban, o de crueles eliminaciones en Champions que te demostraban que estabas en el camino correcto, pero que debías seguir mejorando. Todo ese sufrimiento ha valido la pena, porque al fin y al cabo es quien te ha traído hasta aquí. Se acerca la hora de la verdad. Ojalá en breve la Primera Iberdrola pueda presumir de tener entre los suyos al actual campeón de Europa. Ojalá en unos días, podáis tocar el cielo.