El entrenador de nuestro primer equipo de chicos, Cristian Colás, siempre cuenta que hace cinco años en su primer día de pretemporada, recién llegado a un país donde todo era nuevo y misterioso, desde el nivel de la categoría a dónde quedaba la panadería más cercana, los futbolistas llegaron con zapatillas de correr. Con el ceño fruncido preguntó: “¿Y las botas?”. No las trajo casi nadie: estaban acostumbrados a correr durante dos semanas para ponerse en forma. Les puso a tocar el balón y el grupo descubrió que había otra manera de trabajar, y Cristian, que el fútbol en el Reino Unido es también once contra once con una pelota, pero que prácticamente ahí acababan las coincidencias con nuestra cultura futbolística.
Una de las grandes alegrías de formar parte del Biggleswade United es la gente especial que he conocido y que ahora forman parte de mi vida, como Cristian. Tras poner una oferta en las redes sociales, Colás me llamó para ofrecerme a un entrenador que él conocía y que creía que podía encajar. “¿Y tú?”, le pregunté. Tras media hora de conversación, ya sabía que tenía entrenador pese a que llegué a hablar con preparadores que habían estado en el Atlético de Madrid, algún otro que andaba por Panamá, y una docena más. Para acertar con el míster, siempre hay que hacer trampas dialécticas: al que preguntaba primero por el dinero o incluso por la categoría en la que estábamos (novena división, es decir, equivalente a primera regional) le daba poca conversación. Además, hay un intangible del que me fío mucho: la conexión. Si la conversación fluye, si quiero oír más, si me hacen reír, si me interesa lo que dice y cómo lo dice, si se muestra humilde, todo eso da muchos puntos. Sé que somos un club muy pequeño, pero yo quiero trabajar con alguien con el que esté a gusto y entienda que el club es lo primero.
Cristian casi siempre habló como si lo supiera todo, ese defecto (o necesidad) que tienen los entrenadores, acostumbrados a imponer su autoridad constantemente. Sin embargo, aquel Cristian de hace cinco años es muy diferente al de ahora. Para empezar se conoce a sí mismo mucho más, es lo que da salir de la zona de confort, un ejercicio que debemos hacer todos al menos una vez en la vida. Aprendió a confiar en la gente, a delegar, a tratar solamente con lo controlable. Y a hablar un poco menos como si lo supera todo.
Se ha adaptado al contexto, y eso no es fácil para un entrenador acostumbrado en sus experiencias anteriores en España y Finlandia a entrenamientos diarios, a que el futbolista haga del fútbol su prioridad. Quisimos instalar tres días de entrenamiento y no pudimos, va contra corriente. Y puestos a escoger batallas de las muchas que iniciamos, nos quedamos luchando por el estilo y decidimos perder la del entrenamiento. Creímos acertadamente que conseguiríamos más escogiendo el tipo de futbolista y haciendo entrenamientos intensos aunque solo dos veces a la semana, que enfadando al personal y haciendo un tercer día con pocos jugadores. Así va en Inglaterra a nuestro nivel y por eso vinieron con deportivas a la pretemporada: el entreno es un poco estorbo.
Cristian, que tras tres años con nosotros tuvo que volar a categorías superiores pero al que he convencido para volver y que nos está llevando al mejor nivel de fútbol de nuestra historia, sigue evolucionando, pero casi sin darse cuenta ha puesto raíces en el país: se ha comprado un piso con su pareja, tiene trabajo, como todo emigrante ha empezado a cambiar su manera de pensar (y eso seguramente lo nota más cuando vuelve a casa) y ahora hasta le hace gracia cómo el futbolista inglés quiere que todo sea como ha sido siempre y no como proponemos nosotros. En una cosa no ha cambiado ni un centímetro: exigencia. Y así seguimos creciendo todos.
Imagen de cabecera: Matt Burling