Hace un año, la FIFA se separaba del Balón de Oro y de la revista France Football para crear su propio premio, con la particularidad de que también entregaría uno a la mejor jugadora y a la mejor entrenadora del mundo. La polémica estalló cuando Carli Lloyd obtuvo el galardón por segundo año consecutivo, a pesar de contar con menos méritos que muchas otras jugadoras, entre ellas una Ada Hegerberg que firmó 54 goles en una temporada en la que el Lyon conquistó el triplete. La noruega se llevó el premio a mejor futbolista para la UEFA, pero se quedó fuera de las nominaciones (hasta diez jugadoras) por el The Best.
Por entonces agradecí que la FIFA continuara con su intención de premiar al fútbol femenino, pero esperaba una evolución 365 días después. En la gala celebrada en Londres no hubo justicia, y la desigualdad (quiero pensar que por incompetencia) estuvo más que latente. Primero, porque se eligió una fecha en la que pudieran acudir los futbolistas masculinos, pero no las futbolistas, en plena fecha internacional disputando los partidos de clasificación para el Mundial 2019. Las premiadas recibieron sus trofeos en la concentración, lejos de los focos y sin disfrutar de una ceremonia que se merecen tanto como ellos.
Segundo, porque una vez más las nominaciones no estuvieron a la altura. Entre ellas se encontraba Deyna Castellanos, que con 18 años de edad y sin jugar en la élite fue candidata al trofeo. Sí, es la máxima goleadora de la historia del Mundial sub-17, es una estrella emergente en Venezuela y hasta han producido una película sobre su hazaña y la de sus compañeras (cuartas en Jordania 2016). Pero, ¿se imaginan, por ejemplo, a Vinicius Junior o Jadon Sancho como candidatos al The Best por delante de Neymar o Messi? Las críticas han sido duras con la FIFA por considerar a Deyna un reclamo mediático (ya estuvo como invitada en la gala del Balón de Oro de 2014, con apenas 15 años) y por la intención de proyectar una imagen de futuro en lugar de presente.
Otras, como la australiana Sam Querr (recórd goleador en la liga estadounidense) o la danesa Pernille Harder (estrella del campeón Wolfsburg y subcampeona de Europa) se quedaron fuera de la terna, a pesar de ser reconocidas como cracks mundiales en la élite y no en ligas juveniles o Segunda División. Sí estaba Carli Lloyd, ganadora dos años consecutivos y cuyo 2017 no ha sido precisamente el mejor. Con el Manchester City solo ganó la FA Cup y cayó en semifinales de la Champions sin poder hacer demasiado (entre algodones por una lesión). Su fama pesó más que su rendimiento, algo que ya le valió críticas el pasado año, pues ni siquiera había sido elegida como la mejor en la liga norteamericana. Los ocho seleccionadores de las mejores selecciones no le dieron ni un solo punto. En esta edición, solo recibió ocho puntos entre las 25 capitanas de las mejores selecciones, y se quedó fuera de las cinco primeras entre los 25 mejores seleccionadores.
La ganadora del trofeo fue Lieke Martens, que por supuesto se encontraba en Groningen para enfrentarse a Noruega en su primer partido de clasificación al Mundial 2019. Su brillante Eurocopa y sus espectaculares números en el Rosengard sueco y ahora en el Barcelona le avalan, por lo que la holandesa apenas ha recibido críticas. Su nominación era justa, su elección discutible. Entre las finalistas, la mejor sin ninguna duda, al igual que su seleccionadora, Sarina Wiegman, que se llevó el The Best a mejor entrenadora.
Lo inexplicable, una vez más, es que se eligiera un XI ideal masculino, con toda la parafernalia que supone, y no uno femenino. Por supuesto, prácticamente ninguna de las elegidas habría podido acudir a la gala. De momento dan algunas coronas, pero sin ninguna cabeza. Mucho que mejorar.
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