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Sueño aplazado

Acabo de encender mi ordenador. Morfeo debe andar por ahí, lejos de esta habitación en la que me encuentro. Lo entiendo. Bien entrada la madrugada yo sigo aún en ese lugar a donde me ha llevado el pitido final del colegiado encargado de impartir justicia en el Coliseum Alfonso Pérez. Y sé que me va a costar dormir. Es lo que ocurre cuando los sueños se escapan como arena fina entre los dedos. Veto a un deseo que veías consumado. Como cuando en edades tiernas te detiene el gorila de turno a las puertas del local de moda, teniendo tú ya en mente las siguientes horas de la noche, alegando que no cumples alguno de los requisitos necesarios para cruzar el umbral. Es el rechazo de la chica que te gusta, el “ya le llamaremos” tras una entrevista de trabajo, o el cartel de no hay billetes justo en el momento que alcanzas la taquilla del recinto donde actúa tu cantante favorito.

Estoy hundido. No puedo negarlo. Me duele hasta los huesos. Joder, hacía mucho tiempo que no se empañaban los ojos viendo fútbol. He vuelto a llorar de impotencia. No me avergüenza. Y es que lo teníamos tan cerca…

Comencé el día sacando de mi maleta la camisa del Tete. Iba a pasar el fin de semana en La Gomera, y la elástica se había venido conmigo. Revisaba las redes sociales. En ellas, las fotos y mensajes de incondicionales blanquiazules desde cualquier lugar del globo eran chutes de adrenalina. Ver a Gabri, el mítico “PlatanoMan” (al que tengo el placer de conocer), en la puerta del estadio rival, manos en alto, me sacaba una sonrisa. Almorcé menos de lo normal y apacigüé los nervios desconectando las horas previas, paseando por la isla y leyendo baloncesto. Lo que fuese con tal de no consumirme en mi desesperación.

Hace tiempo que no voy al Heliodoro. Pero ello no disminuye el sentimiento. Es el mismo que nació cuando pisé por primera vez, con unos ocho años y de la mano de mi primo José, la entonces grada de “General De Pie”. Se celebraba un torneo de verano, y como ocurre con muchos amores que se dan en esas fechas, aquella experiencia se grabaría en mi mente para siempre. Recuerdo la tanda de penaltis y unos cánticos entonces desconocidos para mí, como recuerdo el olor a hierba y las manos de los que estaban dentro, ayudando a que otros que trepaban por el fondo sur lograran acceder sin pasar por ventanilla. Recuerdo pasar todo el tiempo a hombros de mi primo, ya que yo era demasiado pequeño para alcanzar a ver sin su ayuda. Pero sobre todo recuerdo lo que sentí, y supe que sería para siempre.

Tras ello estuve varios partidos en la grada el año del ascenso que se culminó liquidando contra todo pronóstico al Betis. Todos rememoramos el doblete del eterno Rommel Fernández, símbolo e ídolo de todos, aunque yo sentía especial predilección por habilidoso El Ghareff y mi padre por inteligentísimo Guina, aquel brasileño que siempre me pareció un tipo mayor. No tenía ni idea, pero era el comienzo de la Edad de Oro del representativo. Y viví otra promoción, y las no ligas del Real Madrid, y las Copas de la UEFA. Vi pasar por el estadio a Roberto Baggio o Pavel Nedved, a Romario, Mijatovic, Suker o Ronaldo, al que César Gómez secaría en un duelo perfecto. Y disfruté con Valdano, para luego tocar techo con Heynckes. Y maldecí aquella prórroga ante el Schalke 04 en Alemania, como jugué a ser Diego Latorre el día después de su exhibición en el Bernabéu. Y agradecí a los dioses del fútbol que se enfundasen nuestros colores los Redondo, Felipe, Chano, Jokanovic o Pizzi. Aquella década, que se cerró en la temporada 1998-99, me hizo creer que seríamos importantes siempre.

Pero todo es cíclico. Cierto que dentro los niveles en los que te mueves. Así que el tiempo nos volvió a colocar en Segunda. Y pese a que Hugo Morales culminó la gran obra de Rafa Benítez en Butarque, seríamos otra vez carne de cañón y de un malestar generalizado que enfrentaría a jugadores y aficionados. Ya en aquel tiempo diversas cuestiones no me permitían ser testigo directo de lo que iba aconteciendo, pero sufrí desde el rincón en el que estaba aquellos años oscuros post Javier Pérez, y me reconcilié con mi fe cuando Alfaro y Nino formaron la pareja más letal que recuerde la División de Plata. Y con la televisión emitiendo desde Girona, me convencí de que regresábamos para no irnos más. Desde luego, desconocía por completo los planes un destino que nos arrastraría en apenas dos años a los infiernos. Sin José Luis Oltra, arquitecto del último proyecto culminado, nos zambullimos en el pozo del fútbol no profesional, lugar donde purgar nuestros pecados durante dos años.

Voy a ser sincero: lo de este curso ha sido como ese regalo inesperado el Día de Reyes, que te llega ya bien entrada la tarde, desde un familiar que no se te había pasado por la mente en toda la jornada. Por más que la presencia en el timón de Martí me agradase, no creía posible, tras los años anteriores, lo que hemos estado a punto de lograr. Y sin embargo este grupo ha conseguido que la isla vuelva a vibrar, que los cimientos de nuestro recinto tiemblen como antaño, que se registrasen llenos nuevamente. Ha logrado que quienes se habían dejado la esperanza por el camino, se colmasen los bolsillos de optimismo e ilusión. Y hasta el último momento se ha peleado lo que parecía un imposible, contra viento y marea.

Casi a las diez de la noche (hora insular) en la terraza de un bar de San Sebastián de La Gomera, colmada de sufridores, muchos de los cuales portaban los colores del equipo, contemplaba el fatal desenlace. Y se hizo el silencio. El aire pesado. La noche cerrada. Como autómatas los presentes iban abandonando aquel cruel escenario. Sin miradas. Sin palabras…

Hoy es un día duro. Durísimo. Más allá de un partido por debajo del que venía siendo nuestro nivel. Más allá de un arbitraje que ha encendido (y con motivo) a más de uno. Más allá del comportamiento de un presidente que no estuvo nunca a la altura y que alentó a los ultras con menos materia gris del Getafe, quienes dedicaron en la calle cánticos xenófobos durante la previa a los canarios desplazados y les provocaron cuando todo acabó. Quiero creer que son minoría, y que no representan a la masa social que hay detrás. Hoy es un día duro. Más allá de periodistas vecinos que buscan seguidores gratis y el like fácil, o voces con cierta repercusión que alimentan un escenario de odio entre islas hermanas, recordando y extendiendo imprudentemente, al resto del aficionado blanquiazul, un comportamiento inadecuado de un sector del tinerfeñismo cuando ante el Córdoba la Unión Deportiva Las Palmas se dejó su ascenso en el descuento. De verdad, quiero pensar que algún día acabaremos con todo esto. Aquí y allí. Pero hoy es un día duro más allá de todo eso.

El día después va a pesar como la mochila llena de piedras a un recluta que se ejercita subiendo montañas. Y va a doler como esa herida que se reabre cuando ya casi ha sanado. Pero pasado mañana levantaremos nuestra mirada y comprenderemos que es el primer día de lo que está por venir. Que será algo bueno. Porque el C.D. Tenerife es un club grande, más allá de condicionantes. Y los grandes siempre vuelven. Sí, estoy hecho mierda (perdonen, pero no me sale una expresión más cercana a mi sentimiento), pero esto se me va a pasar. Se nos va a pasar a todos. Falta un día menos para nuestro regreso a la élite.

Y yo #QuieroVivirlo.

Tenerife. Estudié sociología aunque siempre he estado vinculado al mundo de la comunicación, sobre todo haciendo radio. Deporte en general y baloncesto más a fondo.

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