El Everton es un equipo al que se le ha quedado el aroma de Sam Allardyce. No era la idea de Marco Silva de partida, que llegó con un aura parecida a la de Roberto Martínez, con un conjunto que entendía que debía romper el hielo en gran parte de sus encuentros en la Premier League, como en una primera cita. Sin embargo, ya no es el mismo desde que los resultados han dejado de acompañar. Las brutales críticas del público más feroz de Goodison Park le han obligado a cambiar unas ideas, como si fuera un quinceañero al que se le quita la tontería en un santiamén. La edad del pavo.
El portugués ha pasado de un 4-2-3-1 al 4-4-2 más sencillo de todo el catálogo que dispone cualquier técnico. Ya por la simple construcción de la plantilla, la idea no acaba de casar con lo que se trata de mostrar en el campo. La directiva, desde el inicio, ha edificado una plantilla con futbolistas que quieren estar relacionados con el cuero, por lo que los toffees sufren a la hora de tener que echar el cerrojo a una portería agujereada y en entredicho: la de Jordan Pickford. A Silva se le caía el esquema, como al que se le derrumba una casa, y por ello decidió juntar todos los ladrillos con un poco de nocilla, la que sobraba por la cocina. Futbolistas de la talla de André Gomes, Richarlison o Sigurdsson para el trabajo sucio. Para destruir, ser segundo lateral o marcar al hombre. Como pedirle al dibujante que sea contable, o poner al de letras como ingeniero de puentes y caminos.
A los toffees ya no se les ocurre construir y jugar desde atrás. Construyen sus choques a partir de su colocación y del acierto en las jugadas a balón parado, donde tienen buenos cabeceadores. Su última victoria, ante el Chelsea, donde en el primer acto apenas cruzó el centro del campo, demostró que ahora mismo esto es lo que hay. Y punto. El conjunto de Liverpool, en un momento clave en su proyecto, sigue mirando hacia un futuro en el que tienen muy claro cuál es el final, pero no tienen la más remota idea de cómo llegar a ello. Y por ello se firmó al portugués, a pesar de acabar enzarzándose con el Watford en disputas legales. Y ahora se duda en si él es el hombre adecuado para el puesto.
Tras gastarse más de 20 millones de libras en finiquitos de los últimos entrenadores que han calentado el banquillo de Goodison Park, la directiva es más reacia a deshacerse de él. Pero deben ahorrarle a su técnico la presión de conseguir resultados en una temporada en la que los objetivos están muy lejanos, para consolidar un proyecto que en verano tendrá otra revolución, ya que muchos jugadores con salarios altísimos deberán partir a otros lugares. Pero eso da para otro artículo. Antes de todo eso, Marco Silva deberá hablar con el propietario y decidir hacia donde se dirige el destino del Everton, acostumbrado a sufrir en las últimas décadas y avisar a sus aficionados que se agarren, que vuelve a haber otro tramo de turbulencias.
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