Esta última semana he estado un poco más pendiente que de
costumbre a la cuenta de Twitter de Royce White. Mucha actividad estos días. Es
normal. Él fue el primero. Y quizás también fue, en cierto modo, incomprendido.
Por lo tanto, es lógico que se congratule por las decisiones que en las
recientes fechas han tomado DeMar DeRozan, Kevin Love o Kelly Oubre Jr. Al fin
y al cabo, cuando él comenzó su lucha, su objetivo principal era dar
visibilidad a un problema que afecta a muchísima gente. Visibilidad y
normalización. A todos los niveles. La afección no es selectiva. No te pregunta
si eres una estrella de cine o un dependiente en una tienda, no se cuestiona tu
raza, tu sexo, tu ideología… Te golpea, te atrapa y te somete. Al individuo que
la sufre lo empequeñece. Y lo peor es la sensación de debilidad cuando se le
pasa por la cabeza pedir ayuda. Por ello el silencio. Un silencio que la
sociedad parece romper. Un silencio que necesita las voces de aquellos que son
espejos para el resto. ¿Y qué mejor altavoz que un jugador NBA?
De Royce White se habla menos de lo que debiera. Elegido por
Houston Rockets en la decimosexta posición del draft de 2012, su trastorno de
ansiedad le impidió probarse realmente con los mejores. Recientemente ha encontrado
un buen lugar en Ontario, donde es la máxima figura de los London Lightning.
Con ellos conquistó la Liga Nacional de Baloncesto de Canadá. Un buen lugar,
sí. Pero no podemos saber si su sitio. Quiero decir que tal vez sí tenga hueco,
por aptitudes, en la NBA. Sin embargo, cuando él alzó la voz, no fue escuchado.
Hubo quien le acusó incluso de firmar el contrato por el dinero asegurado,
sabiendo que no iba a ser capaz de vestirse de corto habitualmente.
Un artículo para Esquire, obra de Mary Pilon, revelaba que
según el Instituto de Salud Mental más de dieciséis millones de estadounidenses
(casi el siete por ciento de la población activa) tuvieron al menos un episodio
depresivo en 2016. En una encuesta realizada por la NCAA en 2014, salía a la
luz que tres de cada diez estudiantes se habían sentido deprimidos y que la
mitad experimentaban altos niveles de ansiedad. Por otra parte, el Centro
Nacional para la Información Biotecnológica señaló que los deportistas están
lejos de ser inmunes a los problemas mentales y que sus promedios de sufrir
algún desorden son incluso superiores a los de los no atletas.
En los últimos años, varios deportistas de renombre han
admitido haber sido víctimas de algún trastorno. En las mentes de todos seguro
que están Ian Thorpe u Óscar de la Hoya. En el plano baloncestístico, Delonte
West, Larry Sanders o Metta World Peace, quien llegó a agradecer a su
psiquiatra públicamente su trabajo cuando logró ganar el anillo. Y si bien es
cierto que en el momento parece que se presta atención a la situación de cada
uno, con el tiempo el foco se apaga y se difumina el interés mediático. El
objetivo de White, desde que alcanzó cierto nivel de visibilidad, es
recordarnos a todos que este problema no se desvanece, que es algo a tratar siempre,
no únicamente en el instante. No se trata de una carrera de cien metros lisos,
sino una maratón con constantes obstáculos a salvar cada día durante el resto
de la vida.
Cuando DeMar DeRozan tuiteó «This depression get the
best of me…» las muestras de apoyo resultaron instantáneas. Más de siete
mil personas hicieron retuit y veintiséis mil marcaron como favorito el mismo.
Además, obtuvo casi dos mil respuestas. La frase, perteneciente a la canción
«Tomorrow» de Kevin Gates fue como abrir las ventanas y dejar pasar
el aire. Luego, en una entrevista para el Toronto Star explicaría sus motivos y
sentimientos, el origen de sus miedos en Compton, el porqué de algunas noches
como la que provocó su mensaje en las redes y envió un recado muy claro:
«No estoy avergonzado. A mi edad, entiendo cuántas personas pasan por
eso».
El tweet de DeRozan, el diecisiete de febrero y la posterior
entrevista, el veinticinco, tuvieron que ver en la voluntad de Kevin Love de
compartir su caso. En el portal The Players Tribune se animó a exponer su
episodio de pánico, vivido el cinco de noviembre, ante los Hawks. La explosión
llegaría durante un tiempo muerto en el tercer cuarto. Su corazón latía más
rápido de lo habitual, su boca estaba seca, su cabeza ida. Respirar le costaba demasiado
y su reacción fue salir huyendo. No volvió al juego, sino que se introdujo en
las entrañas del pabellón. Acabaría acostado boca arriba en una sala, tratando
de tomar aliento, de llevar aire a sus pulmones. La sensación en ese instante
es clara: peligro de muerte inminente. Y a pesar de lo que se pueda formular
aquí, de lo que yo escriba o lo que Love exponga, quien no lo haya vivido ni
siquiera se acerca a comprender lo que se experimenta en ese momento.
Love sería acompañado por un médico de la franquicia a un
hospital. Allí las pruebas sacarían de dudas al afectado: cuestión mental, no
física. El siguiente paso fue aceptar el episodio y buscar solución:
tratamiento psicológico. Confiesa Kevin que estuvo a punto de marcharse de la
sala de espera en la primera cita con el especialista, pero que agradece que
esto no haya ocurrido. Aclara que hablar sobre ello, buscar las raíces del
problema en otras cuestiones que le afectan más allá de su profesión y ser
natural ante su estado le ha ayudado. El alivio llega cuando asimilas, cuando
reconoces. Regresa en su escrito a la pérdida de su abuela y cómo apenas lo
comentó, cuando su fallecimiento fue un duro mazazo para él. De las cosas que
vas guardando. Al final todo está conectado. Eres un deportista, pero también
un ser humano. La vida no es únicamente la cancha de baloncesto.
La pregunta más grande que se hizo fue por qué le preocupaba
tanto que la gente supiera de su coyuntura. Seguramente ahí está el principal
factor negativo. Si nos ocurre a cualquiera de nosotros, ¿cómo puede sentirse
alguien tan observado en todo momento? Ellos son ejemplos y creemos que por
estar viviendo su sueño están exentos de padecer o sentir. Cuando también son
humanos. Love deja claro que tomar la pequeña decisión de buscar ayuda externa
fue una gran cosa. El temor a reconocer luchas internas condiciona y frena.
Pero su ataque de pánico fue real. No iba a desaparecer. Hay que preguntarse
por qué la reacción primaria es mirar hacia otro lado y ocultar el asunto. Los
miedos desaparecen enfrentándose a ellos. Creer que puedes parecer débil es
serlo. Por el contrario, es síntoma de valentía reconocer la mal interpretada
debilidad.
La repercusión mediática de Kevin Love puede ser mayor a la
de ningún otro profesional del baloncesto antes. Numerosos compañeros han
mostrado su apoyo y respeto en las redes sociales. Lo reconocen fuerte,
heroico. Desde Lebron James hasta el mencionado Royce White, pasando por Steve
Kerr, Ricky Rubio o Jeremy Lin se han hecho eco y han sido altavoces. Incluso
Isaiah Thomas, quien puso en duda el compromiso de Love tras su espantada en el
choque frente a Atlanta. Fuera del propio mundo de la canasta, han compartido
en sus cuentas la historia de Love personalidades como Ben Stiller, Gerard
Piqué, Ric Flair, Alyssa Milano o Scott Simon. No tengo dudas de que la lista
irá en aumento.
El siete de marzo llegaría el turno de Kelly Oubre Jr. En el
podcast de NBC Sports Washington, Wizards Tipoff, confesó que lidiaba con
problemas de salud mental. El paso dado por DeMar DeRozan y la continuidad de
Kevin Love alivió al joven alero: «Sus comentarios ayudaron a muchas
personas a sentir que no están locas o extrañas por luchar contra la depresión
y restando poder al estigma negativo. Ahí está la esperanza». Sobre su caso
en concreto, manifestó que percibe que la gente muchas veces no es capaz de
entenderlo, porque a los deportistas de élite los ven como a superhéroes y no
como a personas normales. Luego, añade, está lo que te enseñan. Su padre le
inculcó que no debía permitir que nadie lo viese débil y que por ello ha sabido
disimular, pero que en el fondo pasa por mucho y que se trata de algo serio.
«A veces simplemente busco un lugar tranquilo, entro y respiro. Ser
consciente es la única forma de plantar cara a la ansiedad y la
depresión».
No podemos saber qué viene después de esto. Lo que sí parece
claro es que se ha abierto una vía necesaria. Una senda oculta hasta ahora por
la que Royce White pensaba que vagaba sin ser escuchado. Sin embargo,
advertimos que se trata de un trayecto por el que transitamos muchos. Ya seas
una figura pública o alguien a quien apenas conocen ni en su barrio. Comprender
que no es un viaje exclusivo, de soledad, y que es más común de lo que parece,
es el camino. La exposición de sus sucesos por parte de los DeRozan, Love y
compañía es algo bueno para la sociedad. Quienes los ven como símbolos saben
que también son personas. Cada gesto suma. La repercusión de estos casos
siempre será de gran ayuda.
Tenerife. Estudié sociología aunque siempre he estado vinculado al mundo de la comunicación, sobre todo haciendo radio. Deporte en general y baloncesto más a fondo.
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