Cuando todo parecía perdido, el número nueve sirio entró de repente sin marca en el área. Desde la derecha, Omar al-Soma disparó. El balón rodó primero entre las piernas del arquero de Irán y luego cruzó la línea. El locutor de la televisión siria lo celebró con frenesí.
«¡Gooooooool!», gritó en el micrófono. «¡Gooooooool de la selección!», agregó mientras los fans sirios repartidos por todo el mundo se abrazaban unos a otros locos de alegría.
Con el empate 2-2 poco antes del final del partido en el estadio Asadi de Teherán ante un Irán que ya estaba clasificado, Siria mantuvo viva su esperanza de jugar en 2018 en Rusia el primer Mundial de fútbol en la historia del país, que vive desde hace años asolado por la guerra.
Las «Águilas de Kasiun», apodo que recibe el equipo en referencia a una cordillera del centro de Siria, deberán ahora enfrentarse en un «playoff» a Australia. El ganador se jugará el pase al Mundial en otro duelo directo con el cuarto clasificado de la zona Concacaf.
Pero el hecho de que el equipo de un país envuelto en la guerra civil haya llegado tan lejos es ya una sensación que muchos sirios apenas pueden creer. En toda su historia, la selección solo estuvo una vez cerca de un Mundial, cuando se quedó por poco fuera de la ronda final en la clasificación a México 1986.
«Estoy tan contento«, confesó el comentarista deportivo Masen al-Hindi. «Tras el empate rompí a llorar«. El júbilo no era menor en las calles de Siria, donde los fans celebraron con banderas y un concierto de bocinas. El equipo, por su parte, cantó bailando en el vestuario: «Hemos destrozado a los iraníes«.
Desde el inicio de la guerra en 2011, el país no puede ni pensar en albergar un partido regular. Durante el conflicto, la selección está jugando sus partidos de casa en Malasia, ante unas gradas vacías a 7.500 kilómetros del hogar. Los mejores jugadores se desempeñan en el exterior, la mayoría en los ricos países del Golfo como Arabia Saudí, Qatar o Kuwait.
Como si esto no bastara para hacer del resultado una gran hazaña, el empate lo logró en el tiempo de descuento precisamente Omar Al Soma. El delantero de 28 años está considerado uno de los mejores delanteros de Asia y, como principal estrella del país, es un ídolo para muchos sirios.
Pero tras la victoria en el Campeonato de Asia Occidental en Kuwait 2012, Al Soma levantó en el campo la bandera de los rebeldes, una afrenta para el Gobierno, que también controla el fútbol sirio. Durante cinco años no volvió a jugar en la selección, hasta que hace poco volvió por sorpresa. Ninguna de las dos partes quería perderse la oportunidad quizá única de disputar un Mundial.
No obstante, el país sigue destruido tras más de seis años de guerra civil. Y eso vale también para la selección nacional, incluso aunque el comentarista Al Hindi piense que el equipo une a seguidores y detractores del presidente Bashar al Assad: «El partido demuestra que el fútbol es un juego que une a las personas y no las divide».
Pero de eso no quieren saber nada muchos miembros de la oposición, que ven en la selección un representante del odiado Gobierno. «Para mí los jugadores son potenciales soldados«, dice Dshamal, un hombre de 45 años de la ciudad de Al-Bab, un enclave controlado por los rebeldes en el norte de Siria.
Algunos insinúan, medio en broma y medio en serio, que los jugadores de Irán, un estrecho aliado en la guerra civil del régimen sirio, se dejaron adrede el empate.
Si Siria se impusiera a Australia, la siguiente cita podría convertirse en otro partido cargado de política, ya que actualmente el máximo candidato para ocupar la cuarta plaza de la zona de la Concacaf es Estados Unidos, que en la guerra civil ha apoyado durante mucho tiempo a los rebeldes.
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