
En 1994, El Gráfico juntó a los dos mediocentros argentinos que estaban asombrando LaLiga, Simeone y Redondo, en un reportaje en el que el rojiblanco dejó clara su postura sobre cómo entender el fútbol. “En Argentina, todo el mundo cree que soy Bilardista. Pero no. Yo no soy de nadie. Ni de uno, ni de otro (haciendo referencia a Menotti). A mí me molesta el encasillamiento. Me trato de adaptar a las condiciones que hay. He aprendido de todos de los que he tenido. Fíjate lo que te digo, que de los que más he aprendido es de Lucescu y de Luis Aragonés”, admitía el joven jugador de entonces 24 años.
Desde que Simeone llegó al Atlético de Madrid como entrenador siempre estuvo enmarcado en el plano de los entrenadores defensivos, en aquel que hace prevalecer el unocerismo por encima de todas las cosas, en un técnico amarrategui que no quiere arriesgar para meter un gol si eso supone dejar libre la retaguardia y facilitar la posibilidad de encajar uno. Poco importa que su primer Atleti, aquel que disponía con Diego Ribas, Arda, Adrián, Falcao, Tiago y Filipe Luis y Juanfran casi de extremos fuera un equipo con una marcada alegría ofensiva. O que, en determinados inicios de temporada (2013-2014, 2015-2016 y 2019-2020, sobre todo), sus intenciones en las primeras jornadas siempre fueran algo más atrevidas de lo que luego terminaban siendo por el simple hecho de que los resultados no acompañaban y había que volver al sistema de seguridad. El curso pasado, después de muchos intentos, pudo cambiarle la cara a un equipo que fue netamente ofensivo con Koke como ancla y este año, la suma de talentos, le hará incluso dar un paso más adelante, si es que eso es posible.
Y es que hay un Simeone antes del Atleti que muchos no conocieron. De aquellos días en los que, en Argentina, a Simeone se le tildaba de suicida porque era capaz de juntar a cuatro o cinco delanteros a la vez y plantar a los centrales en campo propio. Prácticamente nadie se acuerda del Simeone que sacó campeón a River Plate en una de sus primeras aventuras desde que había colgado las botas y era entrenador. “Mi sistema ideal es el 3-3-1-3 de Bielsa”, admitía entonces, “pero cuando me convertí en entrenador vi que ese es un tipo de esquema muy difícil de llevar a la práctica porque no todos los jugadores pueden jugarlo y que es muy arriesgado, cometer un error te condena. Así que, me acabé encontrando más cómodo con el 4-4-2 o el 4-2-3-1”, añadía. El caso es que, durante un año, Simeone estuvo juntando sobre el campo a Abreu, Alexis Sánchez, Falcao y Diego Buonanotte, metiendo incluso algunas veces al Burrito Ortega como mediocentro y alineando a cinco delanteros a la vez donde tres o cuatro se iban intercambiando las posiciones para desconcierto rival. Copando titulares que afirmaban que Simeone era un entrenador Kamikaze, acabó la temporada saliendo como campeón.
Ahora, Simeone se encuentra en una tesitura similar y que no le es desconocida. Colocar talento ofensivo junto. Con Carrasco ya como carrilero titular y con Llorente como habitual por la otra banda, con Koke como único mediocentro y con un batiburrillo de interiores y delanteros en los que habrá que acomodar a Correa, Suárez, Lemar, Joao Félix, Griezmann, De Paul y Matheus Cunha (más los minutos que jueguen por delante los propios Llorente y Carrasco), el Atlético tiene una bomba ofensiva entre manos y claramente no caben todos a la vez.

De primeras, en Cornellá continuó utilizando el esquema que ya le es familiar desde el curso pasado, pero metiendo a un jugador más ofensivo (Griezmann) en la posición que habitualmente está ocupando un Lemar que llegó a la previa un poco entre algodones tras perderse el último compromiso de su selección por problemas estomacales. Griezmann no funcionó más alejado del área y ese mejunje de atacantes no pareció estar cómodo en los primeros 45 minutos. Con el descanso llegó el cambio de esquema, cuatro atrás, Llorente lejos del área, Carrasco más cerca para ser determinante y entrada a un Lemar que terminó por canalizarlo todo. El galo se encuentra en el mejor momento desde que llegó al Atleti, a un nivel que nadie que le viera sus dos primeros años podía haber imaginado. Muy pocos habrían confiado y esperado al ex del Mónaco, muchos se frustraban cuando salía al campo y ahora casi al unísono se le considera imprescindible. Un gol suyo casi en el minuto 100 terminó por dar la victoria a un Atlético que aún tiene mucho que pulir para que la manta no sea corta. Mucho talento arriba puede suponer despistes atrás, que en Cornellá fueron notorios durante los primeros 45 minutos.
De la adaptabilidad de Simeone a lo que tiene entre manos lleva sobreviviendo el Atlético casi 10 años, rindiendo casi siempre por encima de las expectativas. De la multitud de recursos de la que dispone y sabe sacar partido ha dependido una década de éxitos rojiblancos. Que Carrasco sea capaz de jugar como carrilero, interior y delantero en el mismo partido y que rinda en las tres es mérito suyo, también que suceda lo mismo con Llorente o que Correa pueda permutar entre la delantera, la mediapunta o el interior y siempre cumpla. Que un equipo pueda jugar en 3-5-2, 4-4-2 y 4-3-3 en un mismo partido y al final le acabe dando la vuelta al resultado es una muestra clara de lo trabajado que está el grupo, de la confianza en la totalidad de la plantilla y pone sobre la mesa que, aunque 10 años sean muchos, esto solo es el principio.
Imagen de cabecera: Imago Images
Periodista | Profesor | Deporte en general y fútbol en particular | Escribí 'Atleti, historia de un despertar' | A veces hago hilos

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