Carlos MATEOS – Sesenta y cuatro años se pasó Brasil escribiendo las invitaciones a la gran fiesta, recreándose en el trazo de las letras doradas y usando papel del caro. Exigió buena presencia y a la hora de la verdad bajó las escaleras de caracol en calzoncillos, con zapatillas de felpa y una camiseta desteñida recuerdo de algún rincón costero. Los asistentes, encrespados, le hicieron el vacío y la 'canarinha' acabó encerrada en su cuarto mientras en el piso inferior se desarrollaba una orgía.
Fueron a una guerra en el barro con el manto de armiño para enfrentarse a un ejército armado de kalashnikovs que para colmo les tendió una emboscada aprovechando la sombra que proyectaba la medialuna hasta el borde del área pequeña. Guarecidos por la oscuridad, fueron apareciendo los alemanes ordenadamente.
Esos dieciocho minutos que ya son historia del fútbol se convirtieron en una de las mayores carnicerías futbolísticas jamás vistas. Los locales caían al césped como bolos y giraban sobre sí mismos desconcertados en mitad de la balacera. Miraban a su vecino de al lado y lo que veían no resultaba tranquilizador. Allí había jugadores con el mismo tono mortecino en la tez y el grito en el cielo.
Faltaba un líder, alguien en quien confiar el destino. Con Thiago Silva y Neymar ausentes, todos sintieron de golpe esa vulgaridad que se les achacaba desde el arranque del torneo. Probaron el amargo e inesperado sabor de la humillación mientras los teutones se ensañaban en la segunda parte cerciorándose de que sus víctimas no respiraban.
El buen trato al balón y la efectividad pintaron de rojo las mejillas de los que vestían de amarillo. Todo fue elegante, casi silencioso, el premio para una generación castigada por los éxitos de España en su proceso de formación y crecimiento. En el Mineirao cincelaron su obra maestra y consiguieron ganarse el respeto del mundo entero.
Para muchos con esos noventa minutos ha muerto el fútbol, la mística, la capacidad de sorpresa. Esa es la misma sensación que, según parece, quedó tras el Maracanazo. Los cronistas se llevaron entonces las manos a la cabeza y comenzaron a difundir una leyenda que ha durado hasta nuestros días. Afortunadamente ha sobrevivido más de medio siglo y todo apunta a que eso no va a cambiar. Sí el relato de los abuelos en el futuro. Muchas personas han experimentado, sin aún saberlo, el partido de sus vidas.
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