No hay afirmación más bielsista que la de su última rueda de prensa previa como entrenador del Leeds United. Le preguntaron si había que cambiar el estilo para mejorar el rendimiento defensivo. ¿Su respuesta? “Si dejo de hacer lo que creo la situación empeorará aún más. La cuestión no es cambiar nuestra forma de proceder, sino hacer que nuestros procedimientos funcionen”. Dos días más tarde, la entidad hacía oficial el despido de Marcelo Bielsa. Rápidamente las redes sociales de sus antiguos futbolistas llenaban sus timelines agradeciendo su trabajo estos últimos años. Llámenme loco, como a él, pero esas publicaciones no eran de cara a la galería. Muchos se despertaron el domingo con lágrimas en los ojos.
La marcha del argentino es un navajazo a los que se imaginaban un idilio sempiterno. Una paparruchada más del fútbol actual. Todos creyeron en él hasta que empezaron a encajar goles. Ocurrió lo de siempre: los que le contrataron, que se habían dado muchos golpes en el pecho en los años previos con su juego atrevido, empezaron a pensar que eso de ser ofensivo era muy arriesgado. Su despido confirma que el marketing solo funciona cuando se gana. Nadie pensó, por supuesto, en las bajas que acumuló en los últimos tiempos y que todavía estaba fuera del descenso.
Bielsa, como en casi todos los equipos en los que ha estado, deja un recuerdo imborrable. Ha demostrado a los ingleses que su dogma también es válido en el lugar donde, hace no mucho, solamente se aceptaba pegar pelotazos. Quizás pensó que su ascenso y su año posterior en Premier League, además de haberse convertido en un ídolo en la ciudad, le iba a dar un crédito que claramente merecía. Nada más lejos de la realidad. La seguridad en el balompié actual es la misma que cuando te tapas con el edredón sabiendo que tienes un ladrón en casa.
El cuadro de Yorkshire anunciará pronto al nuevo entrenador. A rey muerto, rey puesto. Solamente el tiempo podrá confirmar si este era el cambio necesario para mantenerse un año más en la élite. Lo que está claro es que cualquier cosa que se diga desde los despachos se tendrá que dividir entre cinco. Si uno cree en alguien, cree hasta el final.
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