“Nadie piensa que es más que los demás. Es como una familia”, decía Hansi Flick tras ganar LaLiga. Una familia que él ha construido desde su pizarra pero, sobre todo, a través de sus recursos emocionales y su personalidad. Arquitecto de un equipo con identidad, estilo reconocible, juego ofensivo, toque y vértigo, presión alta y una defensa avanzada rozando el delirio. La Liga del Barça, esculpida en 273 días, es su mejor obra en la ciudad.
Nadie podía imaginar esto el pasado 29 de mayo, cuando Hansi Flick estampó su firma, se comprometió a ofrecer sus mejores servicios y posaba ante la cámara con una sonrisa. El técnico alemán venía con un catálogo de buenas referencias bajo el brazo, pero el Barça tenía heridas abiertas.
Flick reunió a esos jóvenes, con ganas pero inexperiencia, y aquellos veteranos que podían ejercer con el ejemplo, para crear una conexión común y llevar a cabo una transformación en tiempo récord. Fue la vitamina que el vestuario necesitaba. Volvieron los títulos y las mariposas en el estómago de toda una afición.
Supo que la brújula de este equipo estaba era la magia de Pedri y que en sus filas tenía un chaval de 17 años llamado Lamine Yamal que podía ser el mejor jugador del mundo. Raphinha explotó porque se sintió querido, Gavi volvió a los terrenos de juego con su cariño. Lewandowski olvidó su fecha de nacimiento, Cubarsí se graduó con matrícula de honor e Iñigo Martínez vivió una segunda juventud. Prefirió que Koundé corriera en el campo y que los niños se divirtieran con sus trastadas. Ferran Torres mordió como un tiburón, Eric García fue su perfecto multiusos y Szczęsnyvolvió a coger sus guantes. Cada pieza fue imprescindible.
Autoestima, confianza, mentalidad ganadora. Porque Flick entendió que en Can Barça importa más el cómo que el cuánto. Convenció a sus jugadores para que disfrutaran en el campo y les hizo comprender que el protagonista, por encima de los nombres, es el balón. Ya lo dijo Johan Cruyff años atrás: “Si tú tienes el balón, el otro no lo tiene”.
La familia es un pase, una cobertura, es conocerse tanto como para saber dónde enviar ese balón, es una palmada cuando fallas, es levantar al otro del suelo, es un abrazo cuando ganas, pero sobre todo cuando pierdes. Es coger la bicicleta para visitar a Ferran en el hospital tras ser campeones. Este equipo encontró con Flick su mejor secreto; la familia es sagrada. La defiendes y la cuidas. Todos los días.