Mucho antes de ser un habitual en competiciones europeas, de ser una de las atracciones de la Liga, de ser aclamado por la crítica como uno de los equipos que mejor juega de España, mucho antes de ser semifinalista de Champions y subcampeón en la Liga BBVA, el Villarreal no era más que un club novato, con apenas cinco temporadas en Primera División, escondido en una ciudad de Castellón de poco más de 50.000 habitantes y cuya máxima ilusión era disputar la Copa Intertoto, aquel torneo de verano -extinguido desde 2008- que daba derecho a competir en la Copa de la UEFA.
¿Cómo un club tan pequeño pudo, en tan solo unos años, sorprender a toda Europa y confeccionar un equipo que cada temporada lucha por estar en lo alto? Sin duda, por la sensacional gestión económica y deportiva liderada por Fernando Roig y José Manuel Llaneza, pero nada habría sido posible sin un jugador referente en el campo. Un ídolo. Un jugador que ya es historia y leyenda amarilla. El futbolista que puso la primera piedra del Villarreal actual se llama Juan Román y se apellida Riquelme.
El mediocampista argentino aterrizó por primera vez en Europa a la edad de 25 años, laureado por sus recientes logros en Boca Juniors -campeón de la Copa Libertadores y de la Intercontinental, esta última ante el Real Madrid- y previo pago de 13 millones de doláres. En el FC Barcelona nunca se sintió agusto, no encontró su lugar en el sistema táctico de Van Gaal, por eso un año después recalaba cedido en un equipo desconocido de la costa mediterránea, el Villarreal CF. Allí, Riquelme asumió los galones que nunca tuvo en el Barça. Libre de la presión del Camp Nou, se convirtió en el principal artífice de unos éxitos que ni el Submarino podía imaginar.
Su peso en el juego fue determinante desde el principio. Liderados por Román, el Villarreal se alzó con la Copa Intertoto al derrotar en los penaltis al Atlético de Madrid, logrando la clasificación para una Copa de la UEFA que sería histórica: el Submarino logró alcanzar las semifinales en su primera participación europea.
Aquella temporada Riquelme acabó jugando 48 partidos, marcó 13 goles y repartió 15 asistencias. Sus números mejoraron incluso la temporada siguiente, en la que, junto a Diego Forlán, llevó al Submarino hasta la tercera posición. Marcó 15 goles y superó el récord de asistencias en la Liga BBVA (17). Un año después, el Villarreal alcanzaba las semifinales de la Liga de Campeones con Román al timón, consagrándose como uno de los mejores mediocentros de Europa. En sus botas estuvo meter al Submarino en la final de París ante su ex equipo, el FC Barcelona. Pero el penalti que habría forzado una prórroga histórica contra el Arsenal se fue a las manos de Jens Lehmann. Como dice el dicho, “siempre fallan los mejores”.
Aquel penalti fue su espina en Villarreal. Pero ni eso, ni su conflicto interno con Pellegrini, ni su salida por la puerta de atrás empañan cuatro años de éxitos, los cuatro años que convirtieron un modesto navío amarillo en un Submarino Clase S-80. En El Madrigal dejó 143 partidos, 45 goles, 59 asistencias y mil detalles de su inagotable talento. Si el Villarreal es hoy lo que es, nadie duda de que fue gracias al buque insignia de un proyecto fascinante que todavía perdura. El primer líder.