Cuando una persona tiene episodios de ansiedad, lo peor que puede hacer es pensar. Ninguna idea que cruce su mente será positiva y la más agradable acabará con ella en el suelo, pero sin haber sufrido un infarto. A veces, el malestar viene tras una pregunta: ¿cómo estoy? Ahí comienza un análisis de todo el cuerpo y si parece que está todo en orden, volverá a preguntar: ¿cómo estoy realmente? Entonces tendrá la percepción de que algo falla, aunque no sea una sensación real, se acelerará el corazón y empezarán la sudoración y el mareo, síntomas que aparecieron por pensar.
Hace poco escuché contar a Enrique Martín, actual entrenador del Albacete, que el año que estaba a punto de ascender con Osasuna le decía a los jugadores «no penséis». «El que piensa mucho se equivoca», añadía, y su idea se hizo tesis el día que abrió el periódico y leyó que Rafa Nadal decía que desde que pensaba menos jugaba mejor.
Al Real Madrid le pasa lo contrario: desde que piensa más juega peor. Empezó la temporada arrasando en las Supercopas, con réplicas del terremoto de juego que acabó en doblete. Luego bajó algo el nivel, perdió puntos con Valencia, Levante y Betis, pero el equipo seguía teniendo cerca de 30 ocasiones de gol. Era un problema de puntería. Sin embargo, ante la mengua de puntos se preguntó: ¿cómo estoy realmente? Y empezó a pensar.
Reflexionó sobre su estado y empeoró como era de esperar. Fue apagándose su juego, salvo el lucero Isco, y siguió sin llegar la inspiración a la delantera. Ataque de ansiedad y diez puntos de desventaja en Liga con el Barça. La solución tiene una receta sencilla: no pensar. Recuperar la puntería, como en Nicosia, allanará el camino hacia la mente en blanco.
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