Vamos a ir aclarando conceptos: lo importante es llegar a casa, no importa si lo haces borracho. Desde esta máxima, aproximación contemporánea al pensamiento madridista, podemos diseccionar el 2016 del Real Madrid. Una Champions, una Supercopa de Europa y un Mundialito de Clubes, con un calvorota con parca al mando que responde al nombre de Zidane. Le respaldan los números: 53 partidos, 40 de ellos ganados, 11 empatados y 2 perdidos. En resumen: más títulos que derrotas. Por delante las cifras, luego hablamos de poesía.
El Real Madrid ha ido ganando partidos y títulos mientras sus enemigos se quemaban los cuernos teorizando: no sabe a lo que juega, el equipo se rompe, este sistema no funciona, tiene suerte… “Sí, tengo mucha suerte, es verdad”, zanjó el debate el propio Zizou. Mientras los tertulianos tomaban aire, el Madrid se traía de Milán otra orejona.
Quienes han defendido la trayectoria del Madrid y de Zidane por este prolífico año 2016 tampoco han acertado. Con los penaltis de Milán, con Sergio Ramos resolviendo trámites en la frontera del abismo, he oído hablar de fe. Discrepo. La fe es la derrota de la razón. Y al Real Madrid le sobran razones: un día es la actuación estelar y gélida de Benzema, otro día es el ímpetu neonato de los Morata, Asensio o Lucas Vázquez, otro día son los arreones del mejor Cristiano, o las manos de Keylor. Otro día es la conjunción de todo, que suele coincidir con una caída del wifi en buena parte de España.
Cierto es que en muchas fases del año pudo jugar mejor. ¿Quién no? Pero también es cierto que el Madrid, desde niño, siempre ha visto la vida de una forma muy prosaica: primero pensemos en ganar, luego discutamos cómo. Esa resistencia a la derrota solo la han cuestionado el Barça más regular y algunos fogonazos de lucidez atlética. El resto, territorio yermo y blanco, aun cuando han llegado los obstáculos en forma de lesiones: Kroos, Modric, Casemiro, Bale…
Buena parte del éxito de este bólido sin frenos en que se ha convertido el Real Madrid corre a cuenta de la plantilla, equilibrada y talentosa, que ha formado el club. Lo que comúnmente se llama “fondo de armario”. Y no sólo un fondo de armario aseado, sino unos relevos que han cuestionado muchas ideas preconcebidas. Me vienen a la mente Lucas Vázquez, la resurrección de Kovacic, el mejor Asensio o la pulcritud de Nacho.
Cuando en el 2017 veamos al mismo Madrid recordaremos cómo el año anterior nos perdimos entre abstracciones. Fe, suerte, espíritu. Me niego a asociar al fútbol algo tan vacío como eso.
Así que les invito a despedir el año convencidos. Si en las cenas de Nochebuena o Nochevieja algún cuñado forofo les pregunta a qué juega el Madrid, alcen la voz y sentencien: a ganar. Y luego tómense una copa a mi salud.