Predestinado desde hace varios años a ocupar el puesto que deje el ‘Big 4’ al frente del tenis masculino, Milos Raonic vuelve a encontrarse un muro que frena su progresión. En esta ocasión, las lesiones. Tras un prometedor 2016, en el que alcanzó su mejor ránking de siempre, acabando tercero tras Murray y Djokovic, y disputó su primera final de Grand Slam -perdió en tres sets en Wimbledon ante el escocés-, el físico de Raonic vuelve a frenar. Una inoportuna lesión en Delray Beach, que le impidió acabar con su sequía de títulos -no gana desde enero de 2016- y le apartó de los torneos de Acapulco e Indian Wells.
Este parón en el jugador canadiense llega en el momento más inoportuno. Tras el gran trabajo que realizó Carlos Moyá, haciéndole creer en que podía competir con los dos mejores jugadores del mundo, y en un inicio de curso en el que tanto Murray como Djokovic no tienen la consistencia del pasado año. La gira norteamericana que comenzaba en Acapulco y llegará a su fin a principios de abril en Miami era un buen momento para que Raonic intentara estrenar su casillero de títulos de Masters 1000, categoría en la que acumula tres finales perdidas. La última, precisamente, en Indian Wells, ante Djokovic en 2016.
De todas formas, la situación de Raonic en este comienzo de 2017 no había sido del todo positiva. Ya había decepcionado en Brisbane, en el primer torneo del año, al no ser capaz de defender su corona al perder con Dimitrov en semifinales, para, posteriormente, ser arrollado por Rafa Nadal en cuartos de final del Abierto de Australia. Ese partido, el que le enfrentó al balear, era una prueba de fuego para Raonic, ya que, con Murray y Djokovic ya eliminados, la posibilidad de levantar su primer major sobrevolaba el ambiente.
Es precisamente eso, la ausencia de grandes títulos en su palmarés, lo que comienza a lastrar el caché de Raonic entre los grandes. Ya ha dejado de ser esa gran promesa que se dio a conocer por ganar el título de San José en 2011, y que bombardeaba a saques directos a los mejores jugadores del circuito. Ya tiene 26 años, está en la supuesta mejor edad posible para jugar a tenis y, aunque la mejor generación de la historia sigue presente, ya asoma la cabeza una hornada de nuevos jugadores que hace peligrar el éxito de los Nishikori, Dimitrov o, también, Raonic.
En comparación con sus dos compañeros de generación, Raonic es, probablemente, el menos talentoso de ellos. Pero también el más regular, el que más consistencia tiene en su juego. El que menos crisis emocionales ha pasado en los últimos tiempos. Sin embargo, los problemas físicos, condicionados por su gran estatura y su intento de adaptación a las pistas actuales, que requieren una gran movilidad para ser un gran jugador de fondo, le están lastrando. Así ocurrió en 2015, donde abandonó el top-10 tras un 2014 en el que se consagró como jugador de élite, y así parece estar ocurriendo en 2017.
Es pronto para valorar la temporada 2017 de Milos Raonic, puesto que apenas transcurren dos meses de competición. Sin embargo, todo empieza a trastocarse. Ha desperdiciado una bala importante en Australia, está perdiendo la oportunidad de brillar en los torneos en Norteamérica, y no parece que la tierra batida, superficie de los torneos de primavera, sea el mejor escenario para resurgir. Con lo cual, podría plantarse en julio, en Wimbledon, donde defiende final, sin apenas resultados llamativos en el que, se suponía, que iba a ser un año en el que pudiese aspirar al asalto del número 1 del ránking.