La semana pasada el Madrid sobrevivió gracias a los goles de cabeza de Sergio Ramos. Empieza a dar igual cuándo se lea el enunciado anterior, porque el milagro recurrente del gol de Ramos es trending topic cada vez que juega el Madrid. El mérito es que ocurra tan repetidamente. El peligro, que algún día no se aparecerá el ángel con el 4 a la espalda.
El gol de Ramos en el último minuto de una final de Champions es épica, un punto de giro perfecto en un guión de cine. Pero cuando todos los capítulos de la serie son iguales, la virtud se convierte en el reflejo de un problema cuando la victoria del Madrid depende en cada partido de un balón caído del cielo que Ramos caza de cabeza.
El equipo de Zidane lleva una racha de juego pésima, pero el técnico francés no quiere verlo: «Hemos ganado y ya está», dijo tras acabar el partido de Nápoles cuando mi excompañera Susana Guasch le preguntó por la primera parte nefasta del equipo. Como quien no quiere reconocer la verdad, como quien fuma un cigarro a escondidas, engañándose a sí mismo.
Zidane y el Madrid se dicen a sí mismos que todo está bien, que cuando quieran lo dejan. Pero la sensación que transmite el equipo es que en cualquier momento se puede caer. El año pasado escribía aquí por estas fechas que el Madrid estaba como ahora y que dependía de la suerte del sorteo para ganar la Undécima. Tocó el Wolfsburgo en cuartos y después un City que se conformaba con ser semifinalista. Pero para la Historia quedará que el Madrid ganó su undécima Copa de Europa al Atlético en los penaltis. Al final lo importante es ganar. Y dejar de fumar.