Me reafirmo tras la noticia de la retirada en Wimbledon de Rafael Nadal: es el mejor deportista de la historia del deporte patrio, valga la perogrullada. Evidentemente, el aficionado al tenis ha sentido una tremenda tristeza por la manera en la que el español deja Londres. Realmente, solo podía acabar de la manera que ha terminado, pero creo que por un momento, por culpa de Nadal, llegamos a pensar que iba a levantar el trofeo. Porque él es así: cuando menos te lo esperas vuelve a sorprenderte. Él ha puesto su techo en la luna y nosotros le seguimos hasta que nos damos cuenta de que es de carne y hueso. Y ese no es su problema: también tiene una vida que vivir cuando deje las pistas. Hipotecar tu futuro por gloria no tiene sentido.
Hoy, seguro, no tendrá tiempo de cobrar facturas. En las últimas horas hemos leído alguna que otra afirmación ridícula, similar a que te digan que la tierra es plana. Un jugador, de cuyo nombre no me quiero acordar, escribió en redes sociales que el manacorí se inventaba las lesiones. El embuste, entiendo, ha llegado demasiado lejos.
Por el camino, por supuesto, nos perderemos una semifinal escandalosa. Qué bonito habría sido ese choque ante el ciclotímico Kyrgios. Ambos jugadores son como el día y la noche. El australiano, que va sin entrenador por el circuito, es uno de los tenistas más heterodoxos del mundo. Más allá de sus faltas de respeto, su juego es una gozada ya que no flaquea cuando está centrado. Y en este torneo, está claro, no va a dejarse ir. Ya espera rival en la final de una edición que recordaremos mucho tiempo. Aunque nos hayamos quedado sin el tenista con más grandes de todos los tiempos. Solo queda hacer lo que hacen los aficionados en la foto: aplaudir a Nadal sin parar.
Imagen de cabecera: @Wimbledon