Era sábado por la mañana y todo andaba –aparentemente- tranquilo en Gran Canaria. Tras una victoria importante ante el Villarreal, aunque sin mostrar su estilo habitual a pesar de jugar durante 70 minutos contra 10, la UD descansaba en una undécima posición que le alejaba de cualquier peligro. En ese momento, surge una noticia que hace inquietarse a la afición: Quique Setién convocaba una rueda de prensa sorpresa. La incertidumbre que reinaba en torno a su figura crecía y muchos preferían que nunca se resolviese, porque todo empezaba a apuntar al peor final. Sin embargo, a las 13:00 parecía que las cosas se iban a aclarar, ¡qué minutos tan eternos! El cántabro quiso ser meridianamente sincero con su afición, por lo que se sentó, sacó una hoja de papel y anunció que su periplo en Las Palmas terminaría a final de temporada.
Muchas gracias por todo UD. pic.twitter.com/4DJUFQuRZq
— Quique Setien (@QSetien) 18 de marzo de 2017
Pero, ¿por qué? ¿Qué vamos a hacer ahora? El salvador se marchaba.
Con la perspectiva que me permite el hecho de ver todo esto fríamente -desde fuera-, entendí rápidamente lo que estaba ocurriendo: Quique derrocha fútbol por los cuatro costados, pero aquí ya no solo importa eso; la burocracia había roto una relación preciosa, tapando cualquier mérito futbolístico con la suciedad del dinero, los contratos y el papeleo. Él mismo expresó, en su comunicado oficial, lo siguiente: “la vida te pone en encrucijadas difíciles de resolver, en las que el corazón tira para un lado y la cabeza para otro”. Una afirmación que me hace estar más convencido aún de que, cuando dice “corazón” y “cabeza”, se está refiriendo a fútbol y burocracia.
De hecho, en otra parte de ese mismo texto, Quique habla de que, en su opinión, su continuidad estaba asegurada en el inicio de las negociaciones, debido a que ese era su deseo; no obstante, las diferencias afloraron hasta llegar a “ser insalvables”. Es decir, antes de empezar a tener en cuenta las cuestiones a las que -hablando en plata- voy a llamar papeleo, tanto el club como el míster pretendían hacer más larga su productiva relación. Desde la llegada de Setién, la UD había pasado, de pelear peligrosamente con las posiciones de descenso, a ser uno de los equipos más admirados de La Liga por su vistoso estilo de juego. Nombres como Roque Mesa, Pedro Bigas, Tana, Vicente Gómez y muchos otros empezaban a adquirir un reconocimiento que, probablemente, ni ellos mismos soñaban. Y, de todas estas mejoras, había nacido un poderío económico que permitía la llegada de talentos del renombre de Kevin Prince Boateng, Jesé Rodríguez o Allen Halilovic. La bola del crecimiento deportivo se estaba haciendo cada vez más grande.
Pero el golpe de realidad tenía que llegar para recordarnos que, en el fútbol del año 2017, hay que tener muy en cuenta muchos otros tipos de crecimiento e intereses. Sin saberse muy bien el porqué, Miguel Ángel Ramírez (presidente del club) y el propio técnico comenzaron a cruzar una serie de declaraciones que denotaban, de forma muy clara, el empeoramiento de sus relaciones. Las opiniones de uno y otro rara vez coincidían. Es más, solían hallarse en terrenos opuestos, y una sensación nada agradable empezó a envolver las negociaciones.
El momento crítico llegó cuando la opinión pública comenzó a especular con cifras económicas y, además, Quique dio algunos detalles que no sentaron nada bien a la directiva. Los que, aterrados, éramos testigos del desperdicio de una relación que tanto nos había hecho disfrutar, recibíamos esas palabras como la confirmación de todos nuestros miedos: la continuidad de Quique Setién al frente de Las Palmas dependía de todo menos de los méritos puramente deportivos.
Y así, llegamos a este funesto sábado 18 de marzo, en el que escuchamos -sin saber muy bien si era otra de nuestras pesadillas- estas palabras: “Esta mañana he comunicado al Presidente del club y a toda la plantilla y compañeros del cuerpo técnico mi decisión de no continuar con las negociaciones de renovación y dar por finalizada mi relación con la UD al término de la temporada”. Ya estaba todo dicho. Los caminos de Quique Setién y la UD Las Palmas se separarían en pocos meses.
En ese momento, mi sensación fue la siguiente: no sabía quién era el responsable de esa atrocidad, pero tenía clarísimo que, fuese quien fuese, no había pensado en el fútbol. Sobres con condiciones, dinero, años de contrato, capacidad de decisión… todo eso había predominado. Nada de manejo de la posesión, de centrales capaces de conducir y romper líneas de presión, de los centros medidos de los laterales, ni rastro de las maravillosas combinaciones a un toque cerca del área, nada. ¿Alguien había puesto sobre la mesa el entendimiento que había alcanzado la pareja Roque Mesa – Vicente Gómez? ¿Y a Boateng peleando balones después de tantos años fuera de forma? ¿De verdad nadie se había planteado qué iba a ocurrir con la magia de Jonathan Viera?
La respuesta es no. Tristemente, parece que a veces los papeles mandan más que el balón.
@DiegoDelGom | Periodista. Apasionado de eso que hay más allá de Real Madrid y FC Barcelona: el fútbol. Especialista en La Liga | Music lover.
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