La mayoría de niños que juegan a fútbol en el patio del colegio imitan a las grandes estrellas. El portero, aunque no quiere ser portero, acaba saliendo a por un balón en el centro del campo sintiéndose Manuel Neuer. El defensa se cree Gerard Piqué y le da por subir al área siempre que puede para ver si pesca algo. El que está en el centro o bien se va por potencia de tres rivales a lo Paul Pogba o toca el balón tantas veces que algunos hasta creen ver al propio Xavi Hernández reencarnado. En la izquierda uno suaviza tanto la pelota que le llaman ‘Isco’, en la derecha el bajito de turno se hace llamar ‘la pulga’ como si hubiera nacido en un barrio de Rosario. Y en la punta de ataque hay de todo: desde el que quiere marcar con una patada de kárate como hizo un día un sueco hasta el que celebra los goles con las piernas separadas y al grito de ¡Siuuuuuuuu!
En el patio del colegio, nadie quiere ser calvo y rechoncho. Encima que juegas de defensa, lejos de la portería rival, qué menos ser guapo como Maldini, carismático como Dani Alves o como aquel sevillano que marcó dos goles en dos finales de Champions. Alguno ya se ha comprado la misma cinta para el pelo que llevaba el de Camas en otro tiempo.
Se ven en el césped camisetas del Madrid, del Barça, del Arsenal, del Milan, del Bayern, del Manchester United… ninguna del Deportivo de la Coruña. Difícil encontrarla lejos de Galicia y de las gradas de Riazor. Difícil ver a un niño queriendo ser Lucas Pérez, pero más difícil todavía queriendo ser Manuel Pablo. ¿Quién querría estar 18 años en un mismo equipo? ¿Quién renunciaría a fichar por el Real Madrid con apenas 23 años? ¿Quién se habría quedado (dos veces) en Segunda División teniendo oportunidades de seguir en la élite? ¿Quien querría seguir en activo a pesar de jugar menos minutos que los canteranos?
Los niños de hoy y de la generación que no vio jugar a Manuel Pablo en su máximo esplendor ni se imaginan lo bueno que era. Lateral derecho titular de un Súper Dépor que ganaría cuatro títulos nacionales, entre ellos la Liga española. Internacional con la selección española y más de 400 partidos oficiales, la mayoría de ellos con la camiseta del club de sus amores. Solo autor de tres goles… ¡Pero qué tres goles! Luchador incansable, expeditivo aunque de una nobleza incalculable, se ha ganado el respeto de todo el planeta fútbol. A sus 40 años cuelga las botas como una leyenda del deportivismo.
No, yo no quiero la melena de David Beckham, la clase de Iniesta o las acrobacias de Neymar. Quiero ser un tipo querido por todo el mundo, un ejemplo para los más jóvenes, un guerrero capaz de cambiar el sol de las Canarias por el frío de A Coruña y vivir allí 18 años, ganando títulos y sufriendo descensos, alcanzando sueños y que se me escapen de los dedos. Quiero sufrir una lesión que me dé por muerto y levantarme para seguir de pie, jugando, hasta que me digan basta, porque yo nunca diré basta. Quiero dejarme barba hasta que me tengan miedo, para luego, al final del partido, sonreír y dar un abrazo eterno al rival. Yo quiero ser como Manuel Pablo.