Al contrario de lo que muchos dicen, es sorprendente la capacidad de alguna gente para opinar de cosas de las que no tienen ni puñetera idea, ningún mito se cayó en el Gran Premio de Malasia de motociclismo. Todo lo que aconteció ya lo habíamos visto antes, absolutamente todo. Ya sabíamos los que seguimos este deporte que Valentino Rossi es un piloto sucio y que no renuncia a las malas artes cuando las necesita. No se enfaden los fans del 46, Marc Márquez, Jorge Lorenzo y cualquier otro piloto que aspire a marcar una época en el motociclismo son exactamente iguales. En cualquier caso, de ningún modo Valentino Rossi será recordado por esto, no al menos por los que amamos las motos y reconocemos en el italiano a uno de los mejores pilotos de la historia de este deporte.
Tampoco debió pillar a nadie por sorpresa que Valentino Rossi, por decirlo de forma amable, se acongojase en el momento decisivo de un mundial. Debido a su enorme talento, y también a cierta ausencia de rivales dignos, el gran Rossi casi nunca ha peleado un campeonato hasta el final, y cuando lo ha hecho el resultado fue nefasto. A esa especie de miedo escénico del doctor debe agradecer eternamente el americano Nicky Hayden el pírrico campeonato que obtuvo en 2006. Quizá hay que reconocer que algunos esperábamos que, con los años y la madurez, Rossi hubiese aprendido a templar sus nervios, pero en cambio nos hemos encontrado al Valentino más turbado de toda su carrera, capaz de tirar por la borda su última oportunidad de ser campeón por un calentón propio de un novato.
Y, por supuesto, a nadie debe asombrar que, una vez más, el nuevo niño querido del motociclismo patrio, Marc Márquez, desatase su cansino afán de protagonismo y se metiese de lleno en una guerra a la que sí es cierto que alguien le había llamado pero en la que no pintaba nada. El catalán pasó de batallar con Lorenzo y decidió hurgar en el cerebro del loco, a ver que se encontraba. El resultado fue una coz de un tipo perturbado y asustado, sabedor desde ese mismo momento que lo que acababa de tirar al suelo no era la Honda de Marc Márquez, eran las últimas opciones de ponerle la guinda a una trayectoria única.
Beethoven nunca pudo componer la décima y, si ninguna ayuda divina se pasa por Valencia el 8 de noviembre, Valentino Rossi tampoco podrá completar su última sinfonía. Estoy seguro que la pregunta que no deja de resonar desde el domingo en mi cabeza se ha repetido aún más veces en la suya: “¿Qué has hecho, Vale?”.