Con una final de Copa en
juego y con el equipo sentado en puestos Champions, llega el Valencia más
dubitativo de la temporada. Es cierto que se ha bajado el nivel de juego, que
los rivales te han pescado la matrícula, que las bajas están castigando
sobremanera y que el acierto en las áreas ha disminuido. Verdad. Pero sigo
enganchado a este equipo. ¿Qué le voy a hacer? Me atrapa su entusiasmo en el
día a día, la creencia de los futbolistas, la cohesión y complicidad del
vestuario, la exigencia de Marcelino, la metamorfosis en el club de la mano de
Mateu Alemany, hasta que Meriton rectifique sobre la marcha (precio de las entradas).
Debe ser que se viene de un boquete desolador y a todo lo que acontece le voy
sacando brillo.
Veremos dónde se llega a
final de temporada pero me creo esta fórmula basada en la labranza y
responsabilidad. El Valencia de Marcelino te mira a los ojos, te sonríe, te
pone morritos y te acaba persuadiendo. Al final no queda otra que claudicar. Y
no te seduce (solamente) por físico o belleza sino porque te muestra una luz
que te hace ir más allá. Enseña un foco que pide ser indagado, hurgado y
escrutado. Y es ahí donde aparecen todas las cualidades que te acaban por fascinar.
Nadie en su sano juicio hubiese aventurado estar en febrero donde se está. Me
atrevería incluso a decir que se hubiese firmado mucho menos de lo logrado
hasta la fecha. Pero se ha de seguir poniendo morritos. El camino está por la
mitad y queda mucho tramo por asfaltar. Habrá que batallar hasta el último día
para lograr los objetivos. Y sí, sé que son las notas finales las que legitiman
y habilitan la buena o mala siembra, pero creo en este procedimiento. Me excita
el modelo y los guiños de ojo de este Valencia. Aunque haya días, como en Gran
Canaria, que se salga de casa sin duchar, a toda mecha, con los dientes sin
lavar y sin escoger el mejor atuendo.
Se ha encadenado una
serie de partidos timoratos, faltos de piernas, sin ideas y con futbolistas
importantes rabiando desde casa por no poder ayudar. Incuestionable. Pero solo
el Barça podría robar el sueño de una final de Copa 10 años después. A partir
de ahí, pase lo que pase, volverán las semanas limpias. La competición solo los
fines de semana, mientras los perseguidores desgastarán oxígeno por Europa. Sabemos
que este deporte es incongruente, desigual e inconexo. Y todo puede ocurrir.
Desde alcanzar la segunda plaza y plantarte en una final, hasta caer en
semifinales de la Copa del Rey y acabar en puestos de Europa League. Pero serán
solo resultados. Muy importantes pero resoluciones al fin y al cabo.
Mi atracción va más allá.
Es el deseo de saber cada vez más por la rutina diaria, de ilusionarse en cómo
encajarán los bolillos el próximo verano para hacer una plantilla más
competitiva, las ecuaciones que tendrán que resolver para afrontar tanto pago
sin debilitar la exigencia de su entrenador, cómo cuadrarán ese balance del
ejercicio anterior sin que su gente note ni un rasguño en el corazón por tener
que dar salida a alguno de los intocables, si a Peter Lim le habrá embelesado
como a servidor este Valencia ligón y acabará rascándose el bolsillo…
Numerosas inquietudes que
se descargan como una avalancha por la tranquilidad de saber que el Valencia
está, como hacía muchos años, en las mejores manos posibles. Tanto a nivel de
despachos como de vestuario. No quiero que Anil se me ponga celoso, pero debe entender
que hablamos del asturiano y del mallorquín. Y no por tener nada personal
contra él, sino porque cuando ha tenido que decidir algo ha explotado una
granada en el propio salón. Primero con el editorial tan manido (aunque el
cabecilla fuese Peter Lim) y después con el abusivo precio de las entradas para
el partido de vuelta de Copa ante el Barcelona. Pero dicho esto, se le banca
más que a Layhoon. Mucho más. Al menos siempre tuvo la delicadeza de querer
acercarse al entorno para saber qué ocurría e intentar ponerle solución. Con el
castellano en la boca.
Se ha formado un grupo de
trabajo envidiable. Que va más allá de los resultados. Ahora el Valencia vuelve
a vestir bien y a estar perfumado, a poder hablar de fútbol con todas las
instituciones porque se va capacitado. Los de Mestalla han puesto ojitos a
media España durante gran parte de la Liga y Marcelino está intentando
perfilarle las pestañas y pintarle la raya negra hasta el final para seguir
enamorando. Creo en esta filosofía de trabajo, en unos jugadores volcados con
la idea de su mensajero y en un Mateu que ya saben que “no se sabe cómo lo
hace, pero lo hace”.
Esperando saber si el
Valencia vuelve a jugar una final, aquí me quedo. Sentado. Mirando su apostura
y primor. Deseoso de seguir analizando un Valencia embaucador. Porque ahora hay
percha y te acaba apresando.
You must be logged in to post a comment Login