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¡Presidente!

Hubo una época, hace no muchos años, en la que la afición del Atlético de Madrid estaba más o menos unida por una causa: echar a Gil Marín y Enrique Cerezo del palco. Probado por la justicia de haber robado el club a los socios por apropiación indebida en un hecho sobre el que no se podía hacer nada por haber prescrito, la gente quiso tomar partida en ello. Pero luego llegó Quique Sánchez Flores, una final de Copa, una Europa League y la llama se fue consumiendo. Año y medio más tarde, Simeone cogió las riendas del equipo como un escudo entre directiva y afición, lo de los títulos fue el pan de cada día y a día de hoy no queda nadie de aquella resistencia que se uniera contra la bicefalia del palco.

Siempre pensé que Fernando Torres era especial, pese a no ser mi favorito. Pero Torres era ese niño que trascendía al escudo, a la camiseta, era parte de ella. Colecciono camisetas de fútbol, tengo un par de docenas del Atlético, en concreto, pero nunca llegué a tener ninguna serigrafiada con el nombre de Fernando en su primera etapa. ¿Por qué? Él siempre iba a estar y cada año era una opción para hacerse con una.

Ahora, con el anuncio de su adiós, surge la gran esperanza de que vuelva para ocupar el palco. “¡Presidente, presidente, presidente!”, ya se le gritó el día de su despedida como jugador porque representa absolutamente todos y cada uno de los valores del Atlético de Madrid. Sería el candidato elegido por el pueblo. A Fernando nunca se le vieron visos de entrenador como sí mostraron otros como el propio Simeone o Gabi, aunque nunca se sabe. 

Quizás el seguidor atlético le imaginaba en una posición intermedia, como embajador del club por el mundo (cosa que lleva haciendo sin necesidad 12 años, por cierto) o como mediador con la prensa, puestos que realmente se le asemejan, pero que lo de presidente era más un imposible que otra cosa. Pero en el anuncio de su despedida del fútbol el discurso fue otro. “El Atlético es mi vida y nuestros caminos se cruzarán. Pero lo que quiero hacer en el Atlético es tan grande, quiero ponerle a un nivel tan elevado, que para todo eso necesito formación, necesito estudiar, necesito hablar con mucha gente”. 

¿A qué se refiere Fernando sobre un club que en siete años lo ha ganado todo salvo la Champions League y crece anualmente entre los clubes de Europa mientras ve cómo su presupuesto se multiplica? Fernando quiere comprar el club. Quizás no del todo, pero sí entrar en el accionariado. Necesita tiempo, necesita alguien en quien confiar que llegue como inversor tras su imagen, necesita convencer a Gil y Cerezo, que quizás puedan ver en esa opción un final dulce a una experiencia que siempre suele acabar. Los clubes que no son de sus socios pasan de unas manos a otras más de lo imaginable y ellos ya llevan casi 40 años en el cargo. 

Puede que Torres incluso quiera entrar en el organigrama de la presidencia con ellos aún en la cúspide y que, poco a poco, con su punto de vista, las cosas vayan cambiando. Dice, siempre lo ha hecho, que no tiene ningún interés en ser entrenador, aunque se rebate en que sí hará el curso para sacar el título y que luego ya se verá. Que hará muchos cursos, que tocará diversos palos y que verá qué es lo que más le gusta y le convence. 

Pero Fernando ya lo sabe. Lo supo el día de su despedida en el Metropolitano. Quizás hasta entonces solo lo había imaginado, pero ese día lo supo. Se vio sentado en el palco y no por no estar convocado. Lo supo cuando Gabi también lo coreó en pleno césped: “Presidente, presidente”. Fernando tiene un plan.

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