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“Prejuicios”

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“Etiqueta: calificación estereotipada y simplificadora”, dice la RAE en su quinta acepción de ese término. Todos tenemos decenas de ellas: estás etiquetado por dónde naciste, por dónde vives, por tu profesión y el lugar en el que trabajas, por los lugares que frecuentas (cuando eso era posible), por quiénes son o han sido tus padres (o como se decía en mis tiempos, “de quién eres…”), por si tienes hijos o no, por si tienes pareja o no, por tu ideología, si es que la tienes, por tus gustos o aficiones… y un montón de cosas más.

Somos el conjunto de cosas que nos definen, todo eso forma parte de tu personalidad, de quién eres y de dónde vienes, pero no siempre los “grupos” a los que en teoría perteneces, tienen mucho que ver con tu forma de pensar o de sentir, y no creo causar mucha sorpresa cuando digo que vivimos en una época en la que todo está tan estereotipado y polarizado, que caemos constantemente en el error de meter a un grupo de personas en un mismo saco, al que ya tenemos calificado de antemano, sin ni siquiera molestarnos en escuchar lo que piensan o lo que sienten de verdad durante un minuto.

Ahora que trabajo, desde hace ya un tiempo, en la Cadena COPE, soy considerado como alguien “de derechas”, y cualquier cosa que opine en redes sociales sobre ideología, política o incluso deporte estará condicionada por cómo se llama mi empresa. Ni qué decir tiene que, cuando me pasé poco más de una década trabajando en la Cadena SER, incluso cuando pensaba que trabajaría allí para siempre, ocurría la polarización contraria. Tu propia voz queda automáticamente desconectada por “lo que dicen en tu radio” o “lo que le escuché el otro día a tu jefe”. Como si yo no pudiera disfrutar de personalidad ni cerebro propios. En ese momento, somos rehenes de las etiquetas que los demás nos ponen. Una “identificación por extensión” que supone un error que cometemos (me incluyo) con demasiada frecuencia. Por eso, cuando llegué a mi actual radio, se me fueron cayendo algunas sentencias que llevaba en los bolsillos. Porque, generalmente, escuchar y conocer abre los ojos, siempre que estés dispuesto a que tu razón le lleve la contraria a tu preconcebido juicio.  

“Prejuicio: opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”, dice la RAE en su definición de ese término. Pocas cosas más precisas que el diccionario. Me recuerda a algo que me sucedió hace un año, después de la suspensión del Rayo-Albacete, y todo lo que ocurrió con Roman Zozulya. Un estudiante de periodismo, que me había escuchado unos días antes hablar de tolerancia, igualdad o ética profesional en una charla que compartí en la Facultad de Comunicación de Cuenca, me acusó de “quitarme por fin la careta y falsear mis verdaderos propósitos”, por decir algo en Twitter que tampoco creo que mereciera la definición de “escandaloso”. Intenté dialogar con él a través de esa red social, intenté comprender por qué su postura sobre mi era tan radical después de, simplemente, haberme escuchado hablar en un acto público durante una hora, le ofrecí sentarme con él un rato a charlar sobre el tema cuando pudiera regresar a la Facultad, y le di un pequeño consejo que creo que a mi me hubiera venido bastante bien cuando yo estudiaba. Todo eso fue en vano. No me voy a extender sobre lo que pasó aquellos días ni por qué, pero, en medio del griterío y la histeria, nada de lo que yo pudiera decir hubiera cambiado nada. Estaba metido dentro de ‘un saco identificativo’ del que era imposible salir. 

En un momento en el que se grita más que se opina; en el que escuchamos (cuando lo hacemos) para rebatir, en lugar de para comprender al otro; en el que eres solamente lo poquito que dice de ti tu perfil de Twitter o Instagram; en el que no pronunciarte sobre algo será pólvora para un futuro “no dijiste nada cuando…”; en el que se guarda cada cosa que dices y no hay margen para algo tan humano como el error, que todos cometemos; en el que somos esclavos de nuestras palabras más que de nuestros actos… se agradece que haya alguien dispuesto a escucharte, aunque no esté de acuerdo con lo que vayas a decir. De hecho, se agradece especialmente esa gentileza cuando la otra persona no está de acuerdo con lo que estás diciendo, y te lo hace saber educadamente.

 Ese respiro entre tanto ruido, ayuda mucho a darse cuenta de lo que uno se pierde cuando no lee una noticia, no ve un reportaje, una serie o un programa de televisión, o no escucha un programa de radio, por el nombre de la persona que lo hace, el tema que se trata, o la empresa que lo publica. La cantidad de cosas que nos perdemos por los malditos prejuicios. 

Imagen de cabecera: Imago

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