El Barcelona tenía un objetivo claro la noche del 8 de marzo de 2017: hacer historia. Para ello, el grupo que dirigía Luis Enrique debía remontarle al PSG, actual campeón en Francia, un 4-0 de la ida de los octavos de final de la Champions League. Al final, el objetivo se cumplió: el Fútbol Club Barcelona hizo historia.
La entidad blaugrana llegó al encuentro con una inercia positiva. Aquella abultada derrota en el Parque de los Príncipes supuso un punto de inflexión y de reflexión. El equipo se desdibujó como bloque en París y quedó al descubierto que todo el sistema del Barcelona era un solo hombre: Leo Messi. Y si el jugador argentino desaparecía, sus compañeros se iban con él. Esa fue la sensación que se creó durante el encuentro y después de que el árbitro pitase el final.
Como es costumbre, y aunque a veces se escape de toda lógica, para la prensa el Barça murió en el día de San Valentín en París. Si a la fecha señalada, que ya de por sí contiene tintes dramáticos, le añadimos que suponía quedarse fuera de las aspiraciones por ser el campeón de Europa, el contexto no podía ser más melodramático. A lo que hay que añadir que hasta el partido de vuelta al Barça le tocaba centrarse cuatro semanas en la liga, donde el Real Madrid parecía intratable y los blancos tenían todas las opciones de llevarse el campeonato doméstico en febrero. Las semanas podían ser eternas.
Pero al conjunto culé le hicieron daño, y lejos de amedrentarse cuando le tocaron la herida, resurgió. El partido contra el Celta en el Camp Nou a cuatro días de recibir al PSG fue el culmen perfecto a una ruleta que todavía se guardó una vuelta de honor. Los de Luis Enrique ganaron a los gallegos con el mismo resultado (5-0) que, a priori, necesitarían para doblegar a los franceses y continuar en la mejor competición europea a nivel de clubes.
El guion fue otro. No se necesitaron cinco goles, sino siete, para obrar un milagro que un mes antes nadie habría firmado. La personalidad de Neymar, la poca creencia del PSG, la «ausencia» de Messi y la aparición del Barça, y el nivel de Ter Stegen labraron un día histórico no solo para el aficionado culé.
Neymar creyó y el Barça remontó
Cuando Neymar llegó a Europa en el verano de 2013 lo hizo para, entre otras cosas, convertirse en el mejor jugador del mundo. No lo iba a tener fácil ni antes, ni ahora, ni en un futuro próximo, pero en su mente no existía otra opción. Además, para ello, recaló en el club más complicado para lograr ser el rey: el Fútbol Club Barcelona. Allí, en la costa mediterránea de España, le esperaba Leo Messi, el actual número uno mundial.
Neymar lo sabía, pero él quería jugar con los mejores a su lado y aprender del mejor. Durante su etapa como culé -ya cuatro temporadas- suya ha sido la banda izquierda, incluso en aquellos momentos en los que no era capaz de dar lo mejor de sí. Con la MSN volcada en ataque y cada uno de sus miembros (Messi-Neymar-Suárez) con una jerarquía definida, ninguno ha supuesto un obstáculo para el compañero dentro de esa libertad que Luis Enrique les ofrece de tres cuartos para adelante.
Neymar sabe que juega con el mejor para, después, convertirse en el mejor. Cuando Messi aparece -que es casi siempre-, el Barcelona -esto incluye al brasileño- es consciente de quién tiene que llevar el peso del partido dentro del equipo. Sin embargo, como el argentino es humano, también se anota sus días de «descanso» y es entonces cuando la figura de Neymar más fuerza ha recobrado.
Neymar fue el jugador que más creyó en la remontada, cuando ya nadie lo hacía. Ni el propio Leo Messi. El brasileño quiso ser un puñal por la banda izquierda y Meunier sufrió. Pegado a la cal, encaró una y otra vez, sin mostrarse dubitativo. Algo que sí genero dudas al ya de por sí replegado planteamiento de los de Unai Emery. Neymar fue decisivo. Participó en el 2-0; después le ganó la espalda al belga, que cometió penalti -lo transformó Messi para hacer el tercero- y marcó el 5-0, también de penalti, no sin antes ser el jugador que inició, definitivamente, la remontada: un lanzamiento de falta que se coló por la escuadra en el minuto 87. El 4-1 fue una obra maestra que impulsó al Barcelona y rubricó a Neymar, al que todavía le quedaba por dar una asistencia para que Sergi Roberto hiciese lo que nunca antes un equipo había sido capaz.
Ese cuarto gol etiquetó al brasileño. Antes, Cavani había marcado el 3-1, dando por cerradas las opciones blaugranas. Pero Neymar no quiso que terminase así la historia. Su partido, esa última jugada final, ese recorte antes de centrarla suave, fue el final de una nueva demostración de por qué a Neymar se le señala como el mejor jugador del mundo en el futuro. Neymar quiso ser Messi. Y lo consiguió.
Un Messi a medias
Si el Barcelona tenía verdaderas opciones de pasar la eliminatoria era porque contaba con Leo Messi. El argentino es una garantía incluso en las utopías más cerradas. Convertido en un futbolista total, si él funcionaba, el Barcelona podía remontar. Ocurrió que el equipo se mostró como un bloque, aquel que había dejado de existir en París antes, y Messi fue solo un jugador más dentro del grupo.
No fue el mejor partido del Barça a nivel de juego ni de ocasiones creadas. Con cuatro hombres en el medio (Luis Enrique alineó un 3-4-3), el Barça dominó la medular mientras el PSG se encerró en 15 metros. Ahí, por el carril central, el argentino pretendió romper la telaraña francesa. Se movió, lo intentó y fue vertical. Pero terminó el partido sin ser el jugador referencia dentro del equipo –lo fue Neymar-, una circunstancia que evidencia algo importante: el Barça se sostiene gracias a Messi -marcó el 3-0-, pero sabe convivir, marcar y remontar un 6-1 en Champions League sin la mejor versión del 10.
Funcionó el bloque culé… Porque el PSG le dejó
Desde que el Barcelona de los centrocampistas dejó de ser, supeditado por la MSN, el equipo ofrece un juego mucho más vertical y con roturas fáciles. Pasado el tiempo, sin Xavi, con Iniesta renqueante y en ocasiones Busquets muy solo, tuvo que ser Messi quien se convirtiese en un centrocampista más para que el Barça no perdiese fluidez en medio campo. Pero nada es igual en la medular culé y el equipo, aun cómodo, se rompe y no controla los 90 minutos. Los fichajes y los canteranos no terminan de ofrecer una continuidad de garantías y en París el 14 de febrero de 2017 el equipo vio cómo el rival le robó el centro del campo como antaño lo hacían ellos.
Verratti, Matuidi y Rabiot funcionaron como un reloj y dejaron a Busquets, Iniesta y compañía como jugadores vulgares. En su casa, presionaron, robaron, tocaron la pelota y asistieron con una facilidad impropia si enfrente tenían a todo un Barcelona. El Barça de los centrocampistas, axisfiado y sin motivos para coger aire, sucumbió en el Parque de los Príncipes.
Sin embargo, al jugar en casa y después de respirar hondo, los jugadores azulgrana le dieron la vuelta a la situación. Luis Enrique pobló el centro con Busquets, Iniesta, Rakitic y Rafinha -y Messi- y el Barça recuperó su bien más preciado: la pelota. A partir de ahí, se sucedió todo lo demás. El Barça creyó…, y se dejó creer por un PSG sin esperanza desde el minuto uno.
Los de Emery concedieron metros desde que el árbitro pitó el inicio del encuentro. Replegados en un 4-3-3, Cavani, su hombre más adelantado, no conseguió pasar a zona contraria en ataque; y atrás el PSG se juntó en 15 metros de campo donde el delantero uruguayo defendía tres metros por delante de su propia área. En este contexto, se pudo ver a Piqué, Mascherano o Umtiti llegar con el balón jugado a tres cuartos de campo solo, sin presión.
Así, Busquets, Iniesta, Rakitic y un abierto Rafinha en banda derecha nunca sufrieron con la pelota y generaron con ella. Sin el esférico, el Barça planteó lo mismo que el PSG en París: presión alta, sin que pudieran recibir cómodos la pelota, sin que pudieran generar juego y pudiendo robar cerca de la frontal del área. Verratti y sus compañeros en el medio perdieron muchos balones en los intentos de salir de balón.
El PSG pecó de confianza por el 4-0 a su favor o, por el contrario, confió tan poco en sí mismo que lo cedió todo al rival. Con jugadores de mucho fútbol como Verratti -del que se compara con Xavi- y trabajo, como Matuidi y Rabiot, se esperaba a un equipo que pudiera pelearle el balón al Barcelona y que, con una presión media, tendría los suficientes espacios -con el Barça volcado en ataque porque así lo requería la situación- para hacer correr a Draxler, Lucas Moura, Di María y Cavani y cerrar la eliminatoria a su favor. Nada de eso ocurrió y cuando tuvo alguna opción -por medio de Cavani y Di María- apareció Ter Stegen para avisar que quien, esa noche mandaba, era el Barcelona.
El fútbol es un deporte que carece de toda lógica, que lo que parece A termina siendo B, y viceversa, y que la pasión y el aspecto psicológico adquiere un peso mucho más importante del que creemos. Al Barça, Iniesta le enseñó una vez que la esperanza se mantiene intacta hasta el último segundo. El legado lo cogió otro canterano, Sergi Roberto, quien tuvo fe, estiró su pierna y en el minuto 185 de una eliminatoria creyó que este Barça de Luis Enrique, de la MSN, aún podía hacer historia en Champions League, y ningún equipo debía arrebatarle ese privilegio.
21. Periodista por @fcomunav. He estado en Deportes en @NoticiasNavarra. Colaboré en @RoadToEuro2016. Todo comenzó gracias a @Nav_deportiva.
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