En Villarreal hay sensaciones encontradas con Javi Calleja. No hay duda de que el cariño que dejó como jugador sigue intacto. Formó parte de club durante siete años, viviendo todo el proceso que llevó a un equipo de pueblo a pelear contra los gigantes de la Champions League. Aquella temporada, más revulsivo que titular, llegó incluso a portar el brazalete de capitán en el mismísimo Giuseppe Meazza. Fue su último curso como amarillo (en el verano de 2006 emigró al Málaga), dejando atrás más de 130 partidos y un recuerdo imborrable en El Madrigal.
No sería un adiós, sino un “hasta luego”. En 2014 comenzó su carrera como entrenador precisamente en el equipo juvenil groguet, ascendiendo poco a poco hasta hacer auténticas maravillas en el ‘B’. En septiembre de 2017 recibió la oportunidad de ocupar el banquillo del primer equipo en sustitución de Fran Escribá, una de las peores etapas del Submarino por estado anímico, juego y sensaciones. La herencia dejada por Marcelino García Toral un año atrás se había resquebrajado y por primera vez la dirección técnica no estuvo a la altura. Aunque la trayectoria del equipo fue ascendente hasta enero, con el nuevo año se desplomó perdiendo seis de ocho partidos, alejándose de la quinta plaza y evidenciando grandes problemas de cara al gol. La salida de Bakambú rumbo a China no fue suplida ni mucho menos con garantías: llegó Roger Martínez, un delantero colombiano fuera de forma y sin experiencia en Europa. Jugó nueve partidos y solo fue titular en dos.
Finalmente el Villarreal fue quinto esa campaña y Calleja se ganó la continuidad con todo el mérito. Fue una temporada convulsa, marcada por la inestabilidad y con una plantilla descompensada que alternaba grandes partidos ante rivales de peso con desastres absolutos frente a equipos de la zona baja de la tabla. Había ganas de ver de lo que Javi era capaz con un proyecto serio, hecho a su medida, desde el principio y con toda la confianza. Pero unos meses después su renovación pareció una decisión de mal gusto. Se recordaron las victorias sin brillo del curso anterior y sobre todo las derrotas, marcadas por la falta no de puntería, sino de creación. Síntomas que se repetían en la 18-19 con futbolistas de la talla de Gerard Moreno, Ekambi o Bacca. El club se gastó 68 millones de euros (cifra récord) en confeccionar una plantilla que peleara por estar en Champions, y en el momento de la destitución el Villarreal era decimoséptimo a tres puntos del descenso. Seguro que Calleja tuvo su parte culpa: probó mil cosas y no le salió ni una. Pero el club también erró al gastarse una fortuna en contrataciones para el ataque y dejar huérfano el centro del campo sin Rodri (rumbo al Atlético) y el perfil diestro sin Samu Castillejo (Milan), por entonces su futbolista más desequilibrante. Eso sin hablar de la defensa, el punto débil del equipo desde la marcha de Marcelino. El único zaguero que llegó ese verano fue Funes Mori, un jugador que tres años después sigue penalizando prácticamente cada vez que juega.
La situación requería una destitución, alguien tenía que pagar y algo había que hacer para tratar de enderezar un barco que se hundía. Lo que pasó en los meses siguientes fue cuanto menos rocambolesco: Luis García Plaza, técnico contrastado y elogiado por su buena labor en Levante y Getafe, firmó números todavía peores. Tan malos que, en una decisión sin precedentes, Fernando Roig decidió rescatar a Calleja. Y el técnico madrileño respondió logrando la permanencia (el cometido por el que volvió) a una jornada del final y con Santi Cazorla (34 años y recién recuperado de una lesión que pudo costarle no volver a jugar al fútbol) como jugador más importante.
Obviamente se había ganado la renovación, había salvado al Villarreal de un descenso trágico. La experiencia fue dura porque apenas habían pasado unos años del último, también inexplicable por la tremenda calidad que atesoraba esa plantilla. No obstante, la continuidad fue más un premio en señal de agradecimiento por evitar la catástrofe que por estar seguro de que conseguiría liderar un proyecto ganador. Una vez más la ambición de la entidad amarilla se volvía a poner en duda y Calleja se convirtió en el mayor reflejo de la desilusión. Esta vez el objetivo no podía ser la permanencia y sí devolver al equipo a Europa en primera instancia para después soñar, como siempre lo ha hecho desde tiempos de Pellegrini, cuando Calleja era uno de los pesos pesados del vestuario.
Pese a la dura eliminación en Copa ante el modesto Mirandés y a los altibajos sufridos en Liga, finalmente el Villarreal fue quinto tras un arreón espectacular una vez pasado el confinamiento por la pandemia. Ganó siete de las últimas 11 jornadas con Gerard Moreno ejerciendo ya de líder y Cazorla acumulando exhibiciones que le habrían valido hasta para ser titular en la Eurocopa. Calleja cumplió el objetivo una vez más, y ya iban tres. Pero su salida estaba más que decidida y la llegada de Unai Emery estaba apalabrada incluso antes de acabar LaLiga. A una jornada del final, en la que el Submarino ganó 4-0 al Eibar, Calleja ya se iba despidiendo: «Voy a ser el mismo desde el primer día hasta el último y mi sentimiento hacía el club no va a cambiar en absoluto. Hemos sido siempre respetuosos y nos hemos llevado bien. Estoy agradecido por la oportunidad que se me ha dado de entrenar al Villarreal y ellos están agradecidos por mi trabajo. Desde siempre he dado todo por el club, por hacerlo lo mejor posible. He tratado de ser fiel a mí mismo y ser leal. Los resultados están ahí y mi trabajo también. Me quedo con eso. Las decisiones que tengan que tomar, que las tomen, y quien tenga que tomar decisiones, que lo haga. Yo voy a trabajar por y para el Villarreal».
Este miércoles, Calleja volvió a encontrarse con el Villarreal, pero esta vez en el banquillo contrario, dirigiendo a un Alavés que vive una situación parecida a la del Submarino hace unos años. Le ganó la partida a Emery en un partido vibrante en el que los babazorros usaron sus mejores armas: contragolpe y pegada. El equipo vitoriano es el más inestable de la Liga (nueve técnicos diferentes en los últimos cuatro años) y con Calleja ha recuperado la energía para salir del pozo. Volver a contar con Lucas Pérez (apartado por Abelardo) y cambiar drásticamente el estilo de juego ha devuelto la sonrisa a un vestuario que perdía 0-3 en media hora ante el Celta y cuyos jugadores eran comparados con “juveniles” por su mismo entrenador.
Javi Calleja siempre estará ligado al Villarreal en lo bueno y en lo malo. Desgraciadamente el sinsabor a veces depende más de las sensaciones que del resultado final. El madrileño metió en Europa al Submarino en dos temporadas (5º) y le salvó de la quema en uno de los peores momentos de su historia. A estas alturas, el Villarreal de Calleja era sexto a solo tres puntos de la Champions. El de Emery tiene dos puntos menos y está a +16 del cuarto, el Barça, que cuenta con dos partidos todavía por disputar. Ese punto de exigencia que se le pedía al proyecto de Calleja puede pasarle factura a su sucesor al menos que logre hacer historia ante el Arsenal. Hoy, Javi sonríe porque recibe más aplausos que reproches. Como se merece.
Imagen de cabecera: ImagoImages
Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).
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