El Gran Premio de España no fue solo una carrera, fue una declaración de intenciones. McLaren, con Oscar Piastri al frente, arrasó en Montmeló y dejó claro que el Mundial tiene nuevo dueño provisional. Piastri, imperturbable, gestionó la salida, el ritmo y hasta el suspense del Safety Car para sumar su quinta victoria del año y afianzarse como líder del campeonato. A su lado, Lando Norris, resignado a ser escudero de lujo, firmó el doblete para la escudería de Woking, mientras el resto solo pudo mirar cómo se alejaban en el horizonte.
El podio lo completó Charles Leclerc, que aprovechó la sanción a Max Verstappen —diez segundos por un encontronazo con Russell— para saborear un nuevo trofeo y dejar al neerlandés fuera de la foto. Verstappen, por primera vez en mucho tiempo, se vio desarmado: la estrategia, los neumáticos y la fortuna le dieron la espalda en Barcelona, y ni siquiera el habitual empuje del Red Bull le sirvió para salvar los muebles.
Pero si hubo un nombre que hizo vibrar a la grada, ese fue Fernando Alonso. El asturiano, que partía desde la décima posición, sobrevivió a un inicio complicado y, con una mezcla de garra y cabeza fría, protagonizó una remontada final que le llevó del decimotercer al décimo puesto en las últimas cinco vueltas. La sanción a Verstappen le regaló un noveno lugar y, sobre todo, sus primeros puntos del año. Montmeló celebró como si fuera una victoria: Alonso volvió a ser héroe local, aunque fuera a base de sufrimiento y estrategia.
En el otro lado de la moneda, Carlos Sainz vivió un fin de semana para olvidar. El madrileño, en su debut con Williams en casa, no encontró ritmo ni fortuna y terminó decimoquinto, lejos de los focos y de los puntos.
Montmeló se tiñó de naranja papaya, pero el corazón de la grada siguió latiendo con Alonso. McLaren manda, Piastri sueña y el Mundial se aprieta. Pero en Barcelona, la pasión sigue teniendo acento español, aunque toque aplaudir desde la distancia.
