Lo de la selección española de baloncesto en los estos Juegos Olímpicos tiene miga. Ha pasado de ser poco menos que una banda callejera a un grupo organizado que opera desde las más altas esferas, vistiendo traje y corbata. Para los rivales la película ha cambiado. No somos un remake malo, sino que los guionistas de la nueva versión tardaron en dar con la tecla para, siendo diferentes, mantener la esencia y cautivar de nuevo, a partir de la mitad del metraje. Incluso aquellos que no pensaban gastarse la entrada del cine, alegando que ellos ya fueron testigos de la original, sienten ahora que no pueden perderse otra aventura de sus personajes favoritos.
Sí. Yo también soy de los que se han subido al carro. Pero con prudencia. Me he subido porque, seamos serios, la España de los tres primeros partidos no transmitía buenas sensaciones. Muchos dicen que había que seguir creyendo en los jugadores, que cómo pudimos pensar que no iban a ser capaces de levantarse y plantar cara. Pues mira, desde mi punto de vista, porque no juegan solos, porque nos conocen, y porque los años van pasando (que Navarro no es el de antes, por poner un ejemplo). Y porque a mí, personalmente, me falta mucho Marc. E Ibaka. O al menos uno de los dos, como ancla defensiva que libere de cierta carga a Pau, nuestro mejor jugador. No es una cuestión de ser anti, como tantos reprochan. Después de ver a la selección ante Croacia y Brasil (en mi caso añado Nigeria), la lógica no invitaba al optimismo.
No sé si el cambio (insisto, ha habido cambio) ha venido a partir de la actitud, que yo así lo veo, o de hacer ajustes. No tengo ni idea, pero España es otro equipo. Y quien venga a defender lo indefendible, pues vale, solo que yo no compro su argumento. Estábamos hundidos, en la miseria. Puede decirse, que no pasa nada. Y ahora estamos en una nube. Los que criticamos en los primeros encuentros a la selección no somos menos aficionados que el resto, y, por supuesto, estamos en nuestro derecho de animar con todas nuestras fuerzas ahora (también lo hacíamos antes, que una cosa no quita la otra). Si queréis llamarlo “subirse al carro”, por mí perfecto. Si pusimos en duda (no a esta generación, aclaro) nuestra continuidad en el campeonato no fue sin motivos. Que la pizarra de Scariolo en la última jugada ante Croacia fue un caos lo presenciamos en cada hogar. Y lo dijimos, sin más. Ahora salen las cosas, los esquemas, las jugadas. Pues, del mismo modo, se admite. Que Ricky no estaba acertado también lo veíamos todos: Croacia le flotaba y se le arrugó la muñeca. ¿No voy con Ricky por afirmarlo? ¡Por favor! A muerte con él, pero la evidencia no se puede ocultar. Que la defensa era un desastre también saltaba a la vista. Que Pau necesitaba ayuda era de cajón. Y como esos detalles, tantos otros. Parece que se han corregido, esa es la noticia. No el “tú no animabas”, “tú habías dejado de creer”. La mayoría simplemente expresaba sensaciones. Que hasta hace menos de una semana, eran negativas. ¿De verdad alguien estaba tan seguro de que lo que iba a venir después iba a ser esto? ¿La paliza a Lituania, el gran partido ante Argentina, la superioridad abrumadora frente a Francia? ¡Que ponga una primitiva a la de ya!
Hagamos un ejercicio: reseteemos. Olvidemos, y vamos a no pelearnos entre nosotros, eso tan absurdo y tan español. En teoría (digo en teoría porque escribo estas líneas antes de que se dispute el siguiente partido de cuartos de final) el rival de los españoles debe ser Estados Unidos. Y tras ver a esta selección, la que compite, la que tiene hambre, podemos ilusionarnos. Estamos en nuestro derecho de ser optimistas, como lo estuvimos de ser pesimistas. Porque por fin parece que estamos bien, y porque ellos no han demostrado de momento estar igual que en otras ocasiones. Hace unos días le decía a un amigo que la España de 2012 ganaría a esta USA. A esta, repito. No a la de entonces. Lo creía así porque no nos veía en disposición de meterles mano con los de Scariolo al nivel mostrado jornadas atrás. Hoy pienso que es posible. Improbable, pero posible. Que además, aparte del baloncesto, está el carácter. Esta vez no hay un Kobe Bryant o un Lebron James. Están Kevin Durant o Klay Thompson, pero si el partido se aprieta tendrán que encomendarse a Carmelo Anthony o Kyrie Irving, esos que ponen algo más, que no se encogen. Con todos mis respetos, del resto no estoy tan seguro. No por calidad, pues hay mucho talento; más bien por dudas en cuanto a fortaleza mental. Y a pesar de que debería bastarles lo primero (son mejores, eso no lo cuestiono), la balanza podría estar más equilibrada de lo esperado. Para entendernos, que son terrenales. Los favoritos, pero del mismo planeta. Y ojo, que independientemente de estas líneas, no doy a Argentina por derrotada. No al menos sin presentar una pelea digna de la generación dorada. Los albicelestes y el alma. Pocas veces un adjetivo tan acertado.
Concluyendo, que me voy a sentar a ver ese otro duelo. Esperando relajado. Con la misma inquietante tranquilidad con la que viví el España – Francia. Luego, lo que tenga que venir, que venga. Victoria o derrota, ante USA o Argentina. De igual forma voy a estar eternamente agradecido a este grupo, por lo que lleva dando al mundo de la canasta todo este siglo, y por lo que sigue dando. Independientemente del resultado. Tanto si son campeones como cuartos. Por el pasado, y por el presente. Ese que nos da permiso para soñar. Y permiso para subirnos al carro, también. Que cuantos más seamos empujando, mejor.
Tenerife. Estudié sociología aunque siempre he estado vinculado al mundo de la comunicación, sobre todo haciendo radio. Deporte en general y baloncesto más a fondo.
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