Todos hemos tenido 16 años. Esa edad en la que aprobar un examen de física y química nos parecía una proeza sobrehumana, una época en la que salir a cenar una hamburguesa con tus amigos y sentarte en el banco del parque a comer pipas era todo lo que necesitabas. Absolutamente todo. La última etapa de felicidad plena e inocente en nuestra vida antes de conocer los problemas y obligaciones de la vida adulta.
Aun a riesgo de parecer un abuelo, sin haber cumplido la treintena, me atrevería a decir que los tiempos han cambiado en exceso en comparación con mi época adolescente. Durante la primera década del siglo XXI vivimos la época pre smartphones, cuando ver a un amigo significaba arriesgarse; o bien íbamos a ‘picar’ al timbre para ver si bajaba, con sus consiguientes 15 segundos de incertidumbre hasta que te respondía, o bien, si tirabas la casa por la ventana, te gastabas 35 céntimos en un SMS para preguntarle si estaba disponible. Acortando las palabras para ahorrar y escribiendo con ‘k’s y sin ‘h’, evidentemente. Eso sí, el Nokia de la época nunca se quedaba sin batería, como punto positivo.
En el deporte también estamos presenciando una brecha generacional sin precedentes. Se queman las etapas de los chicos jóvenes a la velocidad de la luz; con 17 años, si no has triunfado, ya no eres una joven promesa y con 23, o eres el mejor del mundo en tu disciplina, o ya tienes que retirarte. Es tremendamente injusto, pero a la vez supone una oportunidad única para los jóvenes talentos, que pueden llegar a la élite apenas antes de terminar el instituto.
El mayor ejemplo es Pedro Acosta. Nacido en 2004, cuando Valentino Rossi ya había ganado varios títulos de MotoGP, Dani Pedrosa estaba a punto de dar el salto a la categoría reina y Marc Márquez ya dominaba en mini motos. El murciano, a sus 16 años, no solo ha debutado en el Campeonato del Mundo de Moto3, algo que es “habitual”, utilizando muchas comillas, sino que ha ganado la segunda carrera de su trayectoria profesional y es líder del mundial, considerado ya como uno de los favoritos al título. Se ríe de la presión y de la adaptación, y lo hace a 200 kilómetros por hora.
En su debut, en Qatar, en la primera cita de la temporada 2021, subió al cajón como segundo clasificado. Y en la segunda prueba, también en el circuito de Losail, saliendo desde el pit-lane, remontó y ganó la carrera. 45 puntos de 50 posibles y todas las miradas del mundo del motociclismo puestas en un niño que apunta muy alto, que ya “tiene la obligación” de ser campeón mundial en su primer año y de convertirse en el nuevo Marc Márquez. Esa es la gran desventaja de la época en la que vivimos, en la que no se deja que un niño sea eso, lo único que está obligado a ser, todavía, un niño.
Los 16 años de hoy en día no son como nuestros 16 años. Todos los teenagers ya saben lo que es tener internet en el móvil desde primaria, prácticamente, que consultan una duda primero en Google y luego preguntan a su profesor, que no viven con la incertidumbre de quedarte solo un sábado por la tarde porque usan WhatsApp, y que se saben de memoria todos los bailes de TikTok. Es otra época, definitivamente, ni mejor ni peor. Pero ahora comen pipas en el banco del parque viendo un streaming de Ibai, son profesionales desde antes de terminar la secundaria y han dejado de escribir con ‘k’s.
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