A
los cinco años, Patricio
Rodríguez
ya sabía lo que quería ser de mayor. Futbolista. Por eso, cuando
cumplió los 10 años, insistió tanto a su padre que acabó haciendo
una prueba
para jugar en Independiente de Avellaneda.
Aquel primer entrenamiento fue tan exitoso que Patricio permaneció
en el club del Rojo la friolera de 13
años,
pasando por todas las categorías del club y llegando a ser
considerado uno de los futbolistas con más lustre y proyección del
panorama albiceleste. Hoy, el Patito, como le apodan desde la
infancia, pelea por el balón en
el pobre fútbol australiano
y se ha granjeado una carrera a un nivel mucho más bajo del listón
que se le presuponía cuando solo era un juvenil.
Patricio
Patito
Rodríguez (4 de mayo de 1990, Quilmes, Argentina) puso su nombre en
boca de muchos en el verano
de 2006.
Solo tenía 16 años y apenas había mucha información sobre él,
pero el hecho de que el
Kun Agüero abandonara el fútbol argentino camino del Atlético de
Madrid,
hizo que entre la afición del club de Avellaneda surgiera la
necesidad imperiosa de buscar
un sucesor
a la altura del talento del punta que hoy juega en el Manchester
City. La respuesta a la exigencia se llamaba Patricio, por el simple
hecho de ser el jugador más destacado de una generación de
futbolistas que se antojaba algo pobre.
Pero
el Patito,
lejos de amilanarse, cogió el guante y se lo puso sin pestañear.
Sonrisa
eterna,
dicharachero fuera del campo y desparpajo
supremo
dentro de él, arrancó con una serie de exhibiciones
que le colocaron más aun en la pole por ser el nuevo niño maravilla
de Argentina. Así, mientras el Kun Agüero se salía en el Mundial
Sub20 de Canadá en el verano de 2007 (logró el Campeonato, el
título a Máximo Goleador y el Título a Mejor jugador del torneo),
el
Patito
fue nombrado para liderar a la generación Sub17 en la Copa Mundial
que tenía lugar en Corea del Sur. Unos dolores inguinales de última
hora, que fueron relacionados con una apendicitis, le dejaron
fuera del torneo a última hora.
«La
baja de Rodríguez es muy importante. El chico es un crack y tiene
futuro en Europa«,
aventuraba el seleccionador, Miguel Ángel Tojo. Argentina caería en
cuartos de final ante Nigeria, a la postre campeona.
En
Independiente
se ansiaba el momento del salto al primer equipo. Tras ir convocado
con los mayores a principios de 2008 a un torneo amistoso de
pretemporada, su eclosión
empezó a hacerse manifiesta. En su primer partido con los mayores,
un zurdazo desde la frontal se coló por la escuadra dando la
victoria a Independiente por 2-1 ante ni más ni menos que Boca
Juniors. Y, obviamente, la Patitomanía
se desató.
Ricardo
Bochini,
el mayor ídolo del fútbol de Independiente, fue el encargado de
hacerle
heredero de la camiseta con el dorsal número 10.
«Bochini
me dijo que iba a ser su heredero. Él para nosotros es Dios. No me
lo creo»,
decía en prensa risueño, el chico que apenas asomaba a la mayoría
de edad. Sus primeros partidos oficiales con el club dejaron en claro
que
en su zurda había talento.
Que ese chico bajito (1’71m) que jugaba por ambos perfiles y tendía
al regate y a la diagonal podría ser un
jugador de muchos millones
si su crecimiento físico iba acorde con el que sí parecía tener ya
en lo futbolístico. Pero desde el club no se querían precipitar.
«Es
un jugador distinto, pero le falta, mis brazos son más anchos que
sus piernas»,
admitía Pedro Troglio, su técnico, acostumbrado ya a lidiar con
jugadores jóvenes con la cabeza llena de pájaros. Porque el Patito
aún no era Pato. Era débil (de ahí su apodo de la infancia,
siempre el más pequeño y endeble del grupo), carente de fuerza, que
se antoja necesaria para ser un primer espada en cualquier equipo de
Primera División. En Argentina, donde el fútbol se juega a un ritmo
lento, eso puede no ser un factor sumamente determinante, pero
Rodríguez
no podría tener una carrera exitosa en ninguna liga europea con un
físico
como el que presentaba.
Fue
ganando músculo a la vez que perdía lustre con los años. Nunca se
llegó a poner la camiseta de ninguna selección inferior de
Argentina en partido oficial. Iba a ser el elegido para llevar la
camiseta número 10
de la albiceleste en el Mundial Sub20 de
Egipto, en 2009, pero la selección fracasó en la fase de
clasificación y se quedó fuera de la cita mundialista. Y a
Patricio, tan risueño fuera de la cancha como dentro de ella, se
le fue apagando la llama,
la mecha que se había encendido con aquel bombazo de su explosión.
No fue de más a menos ni de menos a más, simplemente se
quedó estancado.
Siendo
obvio el talento de su zurda y la imprevisibilidad de su regate, el
Santos,
que venía de ganar la
Copa Libertadores
y que contaba en sus filas con Neymar, Danilo y Ganso, se tiró a la
desesperada a su contratación. Patricio
iba a jugar en el mejor equipo de Sudamérica,
con los mejores, para explotar todo su talento que parecía había
quedado en punto muerto, para volver a ser ese jugador fundamental
que le había dado la Copa
Sudamericana a Independiente en 2010.
Cerraba así una etapa que parecía eterna en Independiente
(2000-20012) y cambiaba Argentina por Brasil. Nada más llegar al
Santos,
Nike le puso un contrato millonario encima de la mesa,
y al chico, que llevaba toda la vida vistiendo la marca por amor al
arte, se le hicieron los ojos chiribitas.
Su
mejor socio en el club brasileño fue Neymar.
Hicieron buenas migas nada más conocerse y eran la
pareja inseparable del vestuario.
Tampoco tuvieron muchos problemas dentro de él. Neymar, hasta
entonces acostumbrado a jugar en la izquierda, pasó a jugar como
segundo punta con libertad para estar más cerca del Patito,
que era titular
en la derecha por delante de Felipe Anderson.
Con el paso de los meses, el Patito
perdió
su sitio en favor del hoy jugador del Lazio
y solo un año después de llegar, salió del club brasileño.
Neymar, su máximo valedor, se fue al Barcelona y él decidió que no
se iba a quedar en un club que no le tratara como prioridad.
Pudo
irse a Europa,
después de su año de luces y sombras en el mejor equipo del
continente. Tenía cartel para dar el salto. Pero su destino fue
Estudiantes
de la Plata,
pese a que el Muñeco
Gallardo
se había empeñado en su fichaje para River
Plate.
Desde 2013, Gallardo ha intentado hacerse con los servicios del chico
a
cada mercado de fichajes.
Enamorado de su fútbol, puede que algún día llegue esa unión que
tanto desea. El padre de Patricio también estaba como loco por la
música porque su hijo jugara en el Millonario, pero el chico, en una
decisión totalmente deportiva, eligió compartir vestuario con la
Brujita
Verón.
En
Argentina sintió
un repunte en su fútbol,
su año fue óptimo y el Santos,
aún dueño de sus servicios, le presentó una mejora
de contrato y una subida salarial.
Él no la quiso. No se había sentido bien en sus últimos meses en
Brasil y por su cabeza no pasaba la idea de volver. Quiso agotar el
tiempo de contrato que le quedaba allí y la única salida para no
permanecer en el Santos era una que le ofreciera más dinero al club.
Llegaron dos ofertas, una de Huracán
y otra del fútbol de Malasia,
y Rodríguez, sabedor de que iban a ser unos meses de trámite,
prefirió el
dinero del Johor malayo,
donde coincidió en la delantera con Luciano
Figueroa,
aquel delantero trotamundos que jugó en el Villarreal, el Genoa, en
River o en Boca, y que sumaba una veintena de partidos con Argentina.
En
el verano de 2016 su contrato con el Santos se acabó. Y aunque
Gallardo volvió a interesarse,
Rodríguez dio el salto al fútbol europeo.
Su destino fue el AEK
de Atenas,
pese a que en la MLS y en el fútbol mexicano le pagaban mucho más.
En
Grecia logró jugar a buen nivel,
aunque sin llegar a brillar. Debutó en Champions League y su nivel
fue aceptable. Tanto que podría haber intentado dar el
salto a una liga más competitiva
del viejo continente, donde seguro podría tener sitio de titular en
un equipo de mitad de tabla y de jugador fundamental en algunos de la
parte baja. Pero cuando el Patito
parecía asentarse y obtener una estabilidad que no se le recuerda
desde los 20 años, volvió
a dar un giro de 180 grados.
El
mes pasado se unió a
Newcastle Jets,
de la Primera División de Australia.
Solo ha firmado por lo que resta de temporada, por lo que cuando
acabe el curso podrá volver a negociar su traspaso con quien quiera.
Quizás sea el momento de dar el salto a una liga más competitiva. A
los 27 años,
Patricio Rodríguez se ha quedado en un jugador
normalito.
Su proyección parecía no tener techo cuando era comparado con
Agüero. El
Santos le quiso como pareja inseparable de Neymar
(y su sucesor) cuando el equipo brasileño dominaba el fútbol
sudamericano y en su primer envite europeo el chico sacó nota.
Quizás las expectativas generadas en su día y la magnitud de éstas
jugaron en su contra, porque Rodríguez podría ser un
jugador diferencial en cualquier equipo Conmebol
y un jugador aprovechable y de momentos en gran cantidad de equipos
de las grandes ligas europeas, pero nunca será el jugador de
categoría mundial que se empeñaron en vender.
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