Hace semanas que quería escribir sobre Gerard Piqué, su rendimiento sobre el verde y sus negocios. Sobre los problemas defensivos y lo que estaban perjudicando al equipo. Sobre la sensación de inseguridad constante. Pero algo ha cambiado.
El inicio de temporada del Barcelona podría catalogarse de irregular. La facilidad para encajar goles, la dificultad para crear juego y la racha de malos resultados generó un ambiente enrarecido entre el entorno. Algo no acababa de cuajar y en este contexto, defensivamente, sobresalía una figura sobre el resto: la de Gerard Piqué.
El central barcelonés no arrancó bien la temporada. Sus actuaciones generaban más dudas que certezas y la falta de relevos evitaba cualquier tipo de toque de atención. El parón de selecciones le iba a venir bien en la previa de una de las semanas grandes de la temporada: Sevilla, Inter y Madrid en el Camp Nou. Podría descansar, recuperar y corregir automatismos.
Piqué, no obstante, no descansó. Al contrario, se cargó de kilómetros por la nueva Copa Davis. Eso no sentó bien en el entorno. ¿Cómo iba a afectar esto en el plano deportivo? La lógica invitaba a pensar que esta circunstancia le terminaría pasando factura. Pero no ha sido así. Piqué ha cambiado el chip, ha asumido los galones y ha cuajado dos partidos sobresalientes, demostrando una notable mejoría con respecto al inicio de temporada.
Contra el Inter, sin Messi, el Barcelona cuajó una de sus mejores actuaciones. Con la dupla Piqué-Lenglet derrochando solidez, Arthur llevando la manija y Suárez dejándose la piel en cada batalla. El equipo al completo dio un paso al frente, un paso pequeño que habrá que consagrar en el clásico. De lo contrario, las dudas volverán a ser el foco de atención.
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